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Silvia Cruz Lapeña (Barcelona, 1978) tuvo que hacer de todo para poder hacer periodismo. La tenacidad de la vocación y el callo del freelance la terminaron convirtiendo en una de las voces más singulares de su generación, que se vale de filias donde anidan la paradoja y la contradicción para hablar de la lucha contra el machismo y por la igualdad de la mujer. Así, la jefa de actualidad de la revista Vanity Fair busca y se encuentra a sí misma en Crónica jonda y evoca a la boxeadora Marian Trimiar —adalid del movimiento de liberación femenina— en Lady Tyger (Libros del K.O.).
¿Crónica jonda ha sido una forma de contarse a sí misma?
Quería contar desde otro lugar las historias y anécdotas que no podían entrar en mis crónicas flamencas. Intenté que el libro se pareciera a esos textos, pero no me servía el tono ni me salía. Pese a mis reticencias, hasta que no lo empecé a contar en primera persona, no sentí que tenía vida.
Esa primera persona, en boca de otros, ¿le atrae o le aborrece?
Como sucede con todo en el periodismo, si es pertinente, no me molesta. En este caso, no tenía sentido repicar la voz que yo usaba en mis artículos, porque en realidad quería explicar otra cosa. Y también justificarme: por qué escribo sobre flamenco. Es una ópera prima y hay algo de alumna acomplejada, porque se me ha puesto en duda en ese entorno. Me da igual, pero es un mundo complicado de entender y de profundizar. De alguna manera, quería avalarme. Empezó así, aunque continuó siendo otra cosa: explicarme a mí misma. Ahora bien, Crónica jonda (Libros del K.O.) es, entre comillas, un primer libro tardío.
¿Se escribe y se publica demasiado?
En el género de no ficción, creo que no. Y nunca es demasiado si la dicha es buena.
Cree que algunos periodistas, tras alcanzar un estatus, escriben sobre lo brillante y no sobre lo importante, de ahí que haya tantos "agujeros negros". Sucede también en el mundo editorial: no se ha publicado, por ejemplo, ninguna biografía sobre la Paquera de Jerez.
Eso no tiene tanto que ver con una negligencia o con un desconocimiento, como con el propio mundo del flamenco. A mí me han llegado a encargar su biografía, pero me he negado porque yo quiero contar todo lo que sea capaz de averiguar. Si de entrada ya tienes cortapisas y no puedes tocar ciertos temas para no molestar a familias, herederos y pueblos enteros —que se ofenden ante los hechos—, prefiero no hacerlo.
Para hacer buen periodismo, ¿hay que pisar callos? O sea, molestar, aunque no sea de forma deliberada.
Como decía Enrique Morente, hay que molestar un poquito, porque si no lo estás haciendo mal. No hablo de molestar para epatar o para hacer activismo —que para mí no es periodismo—, sino que el ejercicio de la profesión implica eso: a alguien no le va a gustar.
¿Ha llegado a eludir un tema para evitar esa molestia?
Al contrario, he rechazado temas porque [los familiares] no me dejaban hablar de la molestia ni de lo espinoso. Sin embargo, se puede contar todo con una delicadeza extrema. El problema surge cuando el periodista es un tiburón que quiere obtener el titular o la exclusiva más bestia, cuando a veces ni se trata de una exclusiva. Porque ya lo sabemos, pero no se cuenta. De repente, resulta que todo el mundo sabía un montón de cosas sobre el rey Juan Carlos... Pues igual hubiese bastado con contrastarlas y publicarlas, ¿no?
Si le tocase una primitiva, ¿sobre qué escribiría?
Haría lo mismo. El periodismo es un oficio precario y mal pagado, aunque creo que ya nació así. Ahora bien, no me tendría que pelear con un editor o con diez, como cuando era freelance. Si tienes tiempo y recursos, se trabaja con más calma, pero no entiendo que alguien elija unos temas distintos de los que le puedan interesar ni que haga las cosas de otra manera. Y si eres colaborador, hay un plazo, por lo que llega un punto en el que tienes que parar o ir muy rápido para cumplir con la entrega. Porque eso también es periodismo.
¡Qué difícil ser rápido y bueno!
Eso es lo que no sabe mucha gente, porque lo normal es trabajar con poco tiempo, mucha presión y en condiciones precarias.
¿La redacción es un paraguas?
La redacción puede ser un paraguas o una cárcel. A mí me dio mucho músculo trabajar a la vez para medios, interlocutores y plazos distintos. Si lo haces para una sola cabecera, la línea editorial es clara.
Me refería al paraguas de la nómina.
Te da una tranquilidad económica, pero no intelectual. Además, en mi caso, la prisa y el estrés son los mismos que cuando era colaboradora, aunque en función de los temas trabajo a distintas velocidades. De todas formas, no cabe duda de que el freelance curra a la pieza o al peso.
Trabajar como freelance y hacerlo bien puede ser una trampa por diversas razones.
En España se paga mal porque no está bien entendido. Un freelance te ofrece un tema que a ti no se te había ocurrido. Y eso debe pagarse, entre otras razones porque esa persona no está en nómina. Hace veinte años, yo soñaba con ser freelance, pero la figura terminó desvirtuándose, aunque entonces tampoco era la panacea. ¿Cómo puede alguien querer ser colaborador a cincuenta euros la pieza? Sin embargo, ahí están las colas ante las redacciones, por no hablar de quienes están dispuestos a trabajar gratis.
Ser periodista es un lujo. El lujo del precariato.
Trabajar gratis resulta inadmisible. Por parte de las empresas, es intolerable, mientras que quienes aceptan no cobrar le hacen un flaquísimo favor al oficio. Me fastidia el funcionario que escribe sobre flamenco por entretenimiento o a cambio de un pase para un concierto, pero me cabrea más cuando lo hace un colega de profesión, aunque conozca su inquietud por publicar.
En Lady Tyger, escribe: "Como las boxeadoras, las que narran el ring también son exóticas, extrañas, vistas con recelo fuera y dentro de ese ámbito y de sus medios". ¿La han hecho sentirse más intrusa en el mundo del flamenco o en el del boxeo?
Me han hecho sentirme más intrusa en el periodismo. Para mí ha sido más difícil entrar de lleno en esta profesión que en el boxeo o en el flamenco, un mundo pequeño y con sus normas. Esa resistencia que encontré no fue tanto por ser mujer, sino quizás porque somos muchos. Dedicarme a esto ha sido un ejercicio de pura cabezonería.
Y, para conseguirlo, ha ejercido todo tipo de trabajos paralelos.
Desde luego. Trabajé en una agencia de comunicación, pero no valía. Entonces me puse a hacerle la revista a la federación de sindicatos de taxistas y a trabajar en una gasolinera de madrugada. Al menos, editaba una publicación. Y, de paso, descubrí que no quería currar en una gasolinera, del mismo modo que antes supe que no quería estar en una carnicería como mi madre o en una obra como mi padre. Aunque lo pasé bien, me ayudó a saber qué deseaba hacer.
¿El flamenco tiene fronteras? Es decir, ¿lo jondo o el duende pueden surgir en Tokio, por ejemplo?
Uhm… Para quien piensa que pertenece exclusivamente a alguien o a un colectivo, es tan extraño o extranjero un japonés como un catalán.
¿Y si fuese un catalán gitano? Aunque ya sabemos que ha habido grandes flamencos payos, de Enrique Morente a Paco de Lucía.
Claro, pero en el primer caso lo estás circunscribiendo a lo gitano. Da igual que sea de Algeciras, de Tokio o de Barcelona. Ahora bien, ¿el flamenco lo parieron los gitanos de España? Por supuesto, y hay que repetirlo constantemente. ¿Lo puede hacer cualquiera? Sí, aunque luego valoraremos el resultado, que va en función del gusto, porque hay a quien le satisface solo el cante gitano.
Fernando el de Triana, que no era de Triana —sino del barrio de San Luis—, ni tampoco gitano.
La propia Lola Flores también jugó mucho con su origen. Me remito a Miguel Ángel Vargas, quien analiza desde dentro cómo se ha jugado con lo gitano, incluso entre ellos, porque vende. Fíjate en la polémica con Rosalía, cuyos videoclips hacen uso de una parafernalia, una estética o una tradición. ¿Por qué motivo? Porque es llamativo, apela a lugares comunes y a una construcción de lo gitano que es antigua y falsa, como toda construcción. Ahí tienes a Fernando el de Triana, quien no era gitano ni era de Triana.
¿Hay un flamenco que es arte y otro, artesanía?
No hay un flamenco de verdad y otro de mentira, aunque yo a veces hablo con mala leche del flamenco de regaliz, pero lo hago desde un gusto muy personal. Me refiero al que coge el flamenco por los flecos, porque es muy vistoso y se lo traga cualquiera. Tiene una mercadotecnia, se vende bien y se cuela en todos los sitios, incluida la televisión, porque no molesta.
El franquismo hizo algo parecido al despojarlo de rabia y de conciencia.
El franquismo utilizó el flamenco y se apropió de él, intentando relacionarlo con el régimen. O sea, con una idea concreta de España, rancia y fascista.
Le atrae de lo jondo la capacidad de convertir en música un dolor o una injusticia.
Y una alegría. El flamenco es una paradoja constante: con un ojo se ríe y con otro se llora.
De ahí que también le guste el boxeo. Como escribe usted, "es duro, no granítico, por eso caben en él todas las contradicciones".
Todas. Son zonas de nadie, donde entra muy poca gente. Yo soy una intrusa, que es lo que debe ser un periodista. No entiendo al periodista activista. Si no eres un intruso, te enamoras, odias o juzgas, lo que es un error. Entrar en esas áreas de contradicción para intentar entenderlas o explicarlas a los de fuera es lo que me parece interesante.
"Creerse ciegamente lo que alguien cuenta y elogiar sin matizar y con locura son cosas que solo se hacen por amor. Y yo no escribo por eso".
Efectivamente.
El boxeo no tiene buena prensa, según usted, por la sangre.
Como el flamenco. Cuando algunos colegas me dicen que es machista, me planteo: "¡La música indie no!". Claro que el flamenco es machista, como la sociedad en la que vivimos, empezando por las redacciones periodísticas. Y con el boxeo sucede igual. Hay muchos prejuicios por la sangre y por la violencia. Y, en el caso de las mujeres, porque nuestro cuerpo no nos pertenece.
Todo el mundo cree tener derecho a decirnos qué debemos hacer con nuestro cuerpo. Nos transmiten el mensaje: "¿Por qué un cuerpo que está hecho para dar vida quiere hacer y hacerse daño?". Como si en nosotras hubiese implícita una dulzura, de la que yo reniego. Detesto esas concepciones que parten del cliché y que dan por supuesto que a las mujeres no nos gusta la sangre, que no somos violentas y que si gobernásemos todo iría mejor, como si viniese de serie.
Marian Trimiar decía: "De todos los ismos, y los he conocido todos, el peor es el machismo".
Estoy totalmente de acuerdo con ella: el peor de los ismos es el machismo. Sin ninguna duda, será lo que más va a costar eliminar. Por ejemplo, en Estados Unidos la última opción va a ser una presidenta. En 1972, Shirley Chisholm fue la primera afroamericana que se presentó las primarias para ser candidata presidencial, si bien las encuestas reflejaron que hasta los negros y las negras preferían votar a Ted Kennedy, hombre y blanco. Claro que se han dado pasos y todas las revoluciones son en gerundio, pero todavía estamos un poco así.
De alguna manera, usted se vale del boxeo para hablar de las mujeres y de su lucha contra el machismo.
Sí. El punto de partida del libro fue esta declaración suya: "A menos que las mujeres reciban más reconocimiento, lucharemos como una novedad para el resto de nuestras vidas". Y seguimos siendo una novedad… Que Kamala Harris sea la número dos de un señor de 77 años llamado Joe Biden y que lo sigamos poniendo de relieve para señalar su importancia demuestra que se nos trata como una novedad.
"Cuando permiten a las mujeres medirse físicamente contra un hombre, nadie quiere ver quién gana, sino quién manda", escribe en Lady Tyger, donde critica que "el primer combate femenino en Nueva York bebió de ese afán de ridiculizar a las mujeres y entretener a los hombres".
Como el circo, como las peleas de las artistas de vodevil o como la lucha en barro. Incluso Marian Trimiar viajó a Japón para batirse con una luchadora de wrestling. Aunque esto ya pasaba en Grecia, donde llevaban a las mujeres a pelear con enanos o a entrenar junto a los gladiadores para su divertimento y excitación sexual.
A Marian Trimiar también le preguntan si es lesbiana, a lo que ella responde: "¿Qué tiene que ver el boxeo con la homosexualidad? Conozco a un montón de boxeadores que son gais y nadie les pregunta a ellos".
Les pasa como a los toreros y a los futbolistas [risas]. No hay ningún gay… ¡Hombre, por favor! La brecha personal es lo que hace que tú entrevistes a una mujer y le preguntes si tiene hijos, mientras que a un hombre no. Y cuando hablamos de Sylvia Plath, la primera referencia es que se suicidó y luego interpretamos su poesía a partir de sus problemas mentales. Eso sucede pocas veces con un hombre, porque enseguida salta la alarma: "¡Bueno, una cosa es su vida y otra, su obra!".
¿Cree que estaría fuera de lugar aludir o resaltar el aspecto físico de un hombre en un perfil o en una entrevista?
Yo lo he hecho en el flamenco, pero respecto a un trabajo físico como el de un bailaor, no con un cantaor. Y me han reprendido, cuando jamás me han afeado que describiese el vestido o el peinado de una bailaora, que no son accesorios porque influyen en el espectáculo. No me parece fuera de lugar, siempre y cuando sea pertinente. En un perfil, por ejemplo, hay que aportar más elementos.
También dependerá del cómo.
Recuerdo que en una crítica llamaban vieja y gorda a una bailaora, cuando a nadie se le ocurría decir nada del tinte de pelo de Fosforito a sus ochenta y tantos años...
Flamenco y boxeo son un pozo de metáforas, aunque quienes las usen no hayan bajado a él. Sucede igual con la tauromaquia.
Usamos las metáforas para explicar algo a alguien que de entrada no tiene por qué entenderlo. Me parece que son útiles y funcionan como una herramienta, al contrario que el tópico, el cliché y el lugar común.
"El boxeo ha sacado a mucha gente de los guetos, pero casi nunca al gueto de sus venas". ¿Es un tópico el de los boxeadores caídos en desgracia?
A los evangelistas del ring les gusta más una caída que una victoria. Las historias de superación personal y las caídas en desgracia de los ídolos funcionan maravillosamente bien. Ahí están los grandes perfiles y reportajes, sobre todo en la edición estadounidense, de Vanity Fair.
Gay Talese personifica la derrota en la figura de Floyd Patterson —campeón mundial de los pesos pesados que colgó los guantes tras perder a los 37 años con Muhammad Alí— en El perdedor, incluido en el libro Retratos y encuentros (Alfaguara).
Ahora se parece más a un deporte, pero claro que detrás había o hay un mundo sórdido, donde se cuelan personajes de diversa calaña a los que les pasa de todo. Tampoco es casualidad que la mayoría de los boxeadores vengan de entornos pobres. No es una maldición: existe la pobreza, la gente quiere salir de ella y este ha sido un camino.
Para quitarse las telarañas prejuiciosas, hay que leer a Norman Mailer, pero sobre todo a Carol Joyce Oates, quien perfila a Mike Tyson. Es una historia de caída, aunque ella se fija en otros aspectos del personaje y lo aborda desde el machismo cuando es acusado de violación. Ella analiza la dulce ciencia a partir de otra perspectiva y desmonta tópicos. Para lograr eso, tiene que haber voces distintas que lo cuenten.
Sus libros o su podcast Crónicas Jondas (Podium) pueden ser leídos y escuchados por quienes no estén interesados en el flamenco o en el boxeo. ¿Es algo que busca o que encuentra?
Es un dogma. Yo escribo de flamenco como periodista, no como crítica, porque me faltan conocimientos. Crecí escuchando esa música y leyendo a Manuel Bohórquez, pero no pretendo dirigirme a un pequeño círculo o comunidad, sino que aspiro a que me lea y entienda el mayor número de gente posible. Yo soy una traductora de urgencias.
Nació en Barcelona, se crio en Baena (Córdoba) y regresó a la Ciudad Condal para estudiar. Hay urbes, regiones o países que, según usted, simulan ser felices, mas no engañan. Lugares intensos y vivos, aunque parecen muertos. La paráfrasis conduce a Andalucía: ¿también la ve así?
Andalucía para mí es otra paradoja, aunque yo me refería más a Barcelona. La gente la ve más azul de lo que es, empezando por su cielo, de color gris. Andalucía es víctima de su propio tópico, de medias verdades y de la imagen que construyeron los románticos, lo que me da mucha rabia. Barcelona, en cambio, funciona al revés. A veces escucho como la califican como ciudad culta o cosmopolita, pero hace años que es provinciana.
En Catalunya no existen los caciques, un término que se aplica al sur de España. Barcelona tiene la peculiaridad de que allí parece que todo el mundo es de izquierdas, algo falso, como demuestran los resultados electorales. Los tópicos funcionan en todos los sitios, solo que a algunos les favorecen. Barcelona se ha aprovincianado, se ha hecho chiquita y se mira demasiado el ombligo.
¿Y cómo la ve desde Madrid, donde vive y trabaja ahora?
Pues como la veía allí, pero desde aquí lo he confirmado. La observo ensimismada y empequeñecida, si bien ampliaría esta visión a Catalunya. Barcelona se ha acomodado en esa imagen cultural y cosmopolita. En cambio, a Andalucía le sucede al revés, pese a que ambas son víctimas de su tópico: es un lugar luminoso, aunque desde fuera se sigue viendo solo el cascarón, ignorando toda su cultura, su actividad y su resistencia. Nos quedamos con el componente surrealista, como si todo fuese guasa y divertimento. Andalucía no parece muerta, sino incluso demasiado viva. Y la gente no se la cree.
¿Se siente cómoda escribiendo sobre política?
Sí. Me siento cómoda escribiendo sobre cualquier tema donde pueda aplicar mi método. En cambio, no me sentiría a gusto haciendo periodismo declarativo, algo que me da pena y rabia. Le prestamos demasiada atención a los políticos, sobre todo cuando la información no está bien enfocada.
¿Y cuál es su método?
Yo no me creo ni desconfío en nadie por defecto. ¿Cómo me van a encargar una entrevista blanca, neutra o inofensiva, cuando no sé lo que me voy a encontrar? Por eso me toca las narices la gente que juega a ser periodista, incluidos algunos políticos. Lo entiendo como una perversión, porque yo tengo un pacto con el lector. Pese a que algunos se lo salten, no deja de existir. Por eso no se debe describir a la profesión en plural: "los periodistas", "la prensa"… Yo me niego. ¿Acaso conoces a todos los periodistas? ¿Te has leído toda la prensa? Porque a mí no me da tiempo y es mi trabajo.
Claro que los periodistas tenemos la culpa de muchas cosas, porque nuestro papel es relevante, aunque cada vez lo sea menos. Hay políticos que son una mierda como hay periodistas que son una mierda, si bien el argumento de que mis colegas en general son basura es peligroso. Como no los conozco a todos, yo no puedo defender a "los periodistas" ni a "la prensa", pero sí defiendo el oficio. Y me lo creo.
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