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Son las 8 de la mañana de cualquier día de colegio. Montse da el desayuno a sus dos hijos, de 10 y 8 años. ¿Otra vez galletas, mamá?, pregunta la mayor. La respuesta es casi siempre un sí. “El día que hay galletas y crispis es una fiesta”, dice Montse, que se ha especializado en hacer malabarismos con la comida.
José Antonio, su marido, mecánico de profesión, lleva meses con “contratos” esporádicos de los que no hay rastro en ningún registro de la Seguridad Social. El último terminó hace unos días y sólo duró 15. Se ha olvidado de lo que es un contrato indefinido desde que hace dos años la empresa en la que trabajaba quebró por la crisis, dejando a deber a los empleados más de un trimestre. El Fondo de Garantía Salarial (Fogasa) anuncia el pago para este año, aunque “con estas cosas, ya se sabe”, expresa Montse poco esperanzada.
Entre tanto, la pareja no falta a su cita mensual con Cáritas. “Nos dan un ticket en la iglesia del barrio para la recogida de alimentos. La crisis también se ha notado en las ayudas. Antes te daban un pack de leche, ahora sólo tres o cuatro cartones para todo el mes”, confiesa a Público.
También se ha convertido en una rutina el seguimiento bimensual de Asuntos Sociales. Reciben una ayuda de comedor, pero todavía afrontan una penalización del año anterior. “Mentí y dije que no tenía pareja. Como se basan por los ingresos del año anterior y no por la situación actual, que es muy complicada, pensaba que no nos la concederían al haber estado trabajando él. Reconozco que fue un error, pero estaba desesperada. Cuando la trabajadora social se enteró, me quitaron la ayuda y me penalizaron pagando los meses que me habían dado. Aún debo los 500€”, reconoce, al tiempo que agradece la comprensión que están teniendo en el colegio con ellos.
Viven en un barrio madrileño de Madrid, en la casa de la tía de Montse, que amablemente les ha cedido, haciéndose cargo también de los gastos de luz y agua, pues tras el último despido de José Antonio vuelven a depender del subsidio de 300€. “Si tuviéramos que pagar un alquiler sería imposible. Estas casas son muy antiguas y las van a tirar. No sabemos qué pasará, tendremos que instalarnos en la de mi abuela, pero tendríamos que meternos los cuatro en una habitación”, lamenta.
Pertenecen a lo que se conoce como pobreza severa, personas que viven en hogares cuya renta por unidad de consumo es igual al 30% de la mediana de los ingresos de la población, es decir, 339€ al mes.
La escena podría pertenecer a cualquier drama de los miles que se representan en la ficción. El parecido con la realidad es desgraciadamente coincidente.
La pérdida de empleo en los últimos años ha generado un aumento de la desigualdad y provocado que la crisis haya golpeado con mayor dureza a las clases medias, convertidas ahora en clases bajas. Sin embargo, ya ni siquiera el hecho de tener trabajo garantiza que el descenso de categoría no se produzca.
La crisis ha golpeando con mayor dureza a las clases medias
Según el último informe sobre El estado de la pobreza en España, presentado este martes por la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN), en 2013, el 12% de las personas ocupadas (17,1 millones) se encontraba en situación de pobreza, unos 2 millones, lo que demuestra que trabajar no siempre protege de la exclusión. Esta cuestión está muy relacionada con el tipo de jornada y, en concreto, con la evolución creciente de la jornada parcial.
En 2014, la cifra de personas ocupadas aumentó en 434.100. Un dato positivo a priori, que esconde sus contras en la letra pequeña. El empleo a tiempo completo se redujo en el último trimestre en 130.800 personas, mientras que el número de ocupados a tiempo parcial se incrementó en 195.900, cerrándose el año con 2,6 millones de trabajadores a tiempo parcial. Asimismo, el empleo temporal aumentó en 176.900 personas.
Descartar facturas
Rufino sabe bien la definición de este tipo de empleos: “Trabajos precarios que no se ajustan a las necesidades de las personas”. Este leganense ha visto cómo la crisis se llevaba la mitad de sus horas de trabajo, en consecuencia de su sueldo, y como colofón su casa. Está casado y tiene dos hijas. Con 5 y 15 años ya saben lo que es un desahucio. “Afortunadamente, nos aceptaron la dación en pago y un alquiler social de 190€, que aún no hemos podido pagar desde que nos lo concedieron en diciembre. Vivimos en la misma casa, pero ya no es nuestra”, implora.
Trabaja desde hace tres años como camarero. Durante seis meses disfrutó de la jornada completa hasta que una reestructuración de plantilla le relegó a las cuatro horas diarias actuales. Su sueldo mensual es de 540€. “Realmente es como si no tuviera nómina, todo lo que tengo se va en pagar las facturas”, asegura. Aun así, todos los meses se ve en la tesitura de elegir qué deja de pagar.
Febrero ha traído las temperaturas más bajas que se recuerdan desde hace años. Sólo encuentran calor en una estufa que han instalado en el salón. Las habitaciones están frías, al igual que el agua. No hay gas, se lo han cortado por impago de un recibo de 40€, correspondiente a un contrato de mantenimiento, que ha reclamado al no ser obligatorio. “Tenemos que calentar el agua para ducharnos. No me extraña que la gente ande haciendo chanchullos, yo estoy pensando cómo puedo trucar el contador del gas”, confiesa.
El informe anteriormente mencionado indica que hay casi 3 millones de personas, 800.000 más que antes de la crisis, con dificultades para alimentarse adecuadamente, que retrasan el pago de gastos relacionados con su vivienda, que no pueden mantenerla con una temperatura adecuada o que no tienen capacidad para afrontar algún gasto imprevisto. El 67% de la población tiene dificultades para llegar a fin de mes y una de cada cinco lo hace con muchas dificultades.
Se han creado puestos de trabajo, pero con peores condiciones laborales y salariales
Una de las causas de pobreza en personas ocupadas se debe a los contratos a tiempo parcial, lo que genera hogares con baja intensidad de empleo (BITH). En concreto, en 2013 había 5,7 millones de personas en esta situación. El trabajo a tiempo parcial tuvo su mayor auge con la reforma laboral de finales del 2013, que introdujo más flexibilidad en los contratos con ese tipo de jornada. Se crearon más puestos de trabajo, como la EPA demuestra y el Gobierno osa a congratularse, pero con peores condiciones laborales y salariales.
El 63% de las personas ocupadas a final de 2014 expresaba, según datos de la EPA, que trabajan a tiempo parcial porque no hay otra opción. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), España es uno de los países de Europa con más trabajo a tiempo parcial no deseado, donde el 29,6% de las personas con estos contratos no los quieren.
Jornada parcial involuntaria
Es el caso de Rafa, “condenado” a sus 20 horas semanales por imposición del mercado laboral. Con 28 años, no ha tenido opción a independizarse ni previsión de ello en un futuro a corto plazo. “Hace años pensaba que con mi edad tendría mi casa, mi trabajo y hasta una familia. Pasan los años y ves que no tienes nada”.
Estudió un grado superior de la rama sanitaria que no le aportó ninguna salida laboral. “En Madrid no salen oposiciones desde el 2003. La bolsa de trabajo está cerrada y cuando la abren tienes que tener méritos. Te van dando puntos por experiencia. Si no te dan la opción, difícilmente podrás tenerla. Es un sinsentido”.
Cansado de entregar currículums, de los que sospecha que no eran leídos, decidió seguir formándose. En esta ocasión, tampoco hubo suerte. “En la empresa donde hice las prácticas estaban muy contentos conmigo, pero no había opción de contratarme porque justo acababan de hacer un ERE. Si hubiese sido hace años, ahora estaría allí, trabajando de lo mío, de lo que me gusta, y no en un hipermercado por 400€ al mes”, declara.
La suya es una generación castigada. Dicen que la mejor preparada de la historia. Pese a ello, las únicas puertas que se abren son las de la precariedad. Rafa lleva dos años de empleo en empleo —en los últimos meses ha pasado por cinco—, se conoce casi todas las ETT y ha hecho un máster en compaginar varios trabajos a la vez. Ha fregado platos, preparado pedidos y doblado ropa. “Hace tiempo que no tengo un contrato a tiempo completo y mucho menos indefinido. Eso ahora es un mito. En mi trabajo actual me hacen contratos de tres meses, cuando se me acaba estoy sin trabajar 15 días o un mes y me vuelven a llamar. Cuando esos contratos sumen el año, significará que me tienen que hacer indefinido y como es algo que está en desuso me echarán y a buscar otra cosa”, augura.
"Trabajar por 400€ hace unos años era impensable"
El panorama actual ha hecho que las esperanzas se hayan perdido y las ambiciones quedado en el camino. “No pido mucho. Sólo que me amplíen la jornada y llegar a los 800€. Antes esto era impensable. ¿Quién iba a trabajar por 400€? Muchos decían que por menos de 700€ no se movían. Se consideraba a los mileuristas mal pagados, ahora eso es un lujo”, admite. Aun así, no será suficiente para la emancipación. Rafa lo tiene claro: “Sin trabajo fijo no se puede optar a un alquiler, y mucho menos a una hipoteca, eso ya es impensable. Lo primero que te van a pedir es un aval. La inestabilidad que hay ha creado desconfianza. Nadie te va a dar oportunidades sin garantías”, asegura.
De vuelta a casa
De los que sueñan con independizarse a los que han visto truncada la realidad. “Después de casi 10 años fuera de casa de mis padres, he vuelto hace unos meses”. Es la voz de Manuel. Tiene la misma edad que Rafa, pero la diferencia es que él sí ha tenido suerte en su profesión. Es maestro de Audición y Lenguaje y ejerce como tal. Desde su época de estudiante compartía piso a las afueras de la capital. Para ello había compaginado siempre dos trabajos, pero con la constante “inseguridad de cuánto me durarían”. Y la racha acabó. Manu, que así le llaman, practica la teoría de la inmovilidad por miedo. “No puedo arriesgarme a cambiar de trabajo por uno de jornada completa porque los que hay son temporales y en el que estoy, aunque sean 20 horas, por lo menos soy fijo”, afirma.
Aunque las cifras reflejen la creación de empleo, la cantidad de puestos de trabajo es inversamente proporcional a la calidad del mismo. Además del crecimiento de la jornada a tiempo parcial por imposición, se ha reducido la duración media de los contratos, de los 80 días al inicio de la crisis a poco más de los 50 actuales, y han aumentado las personas con una prestación inferior al Salario Mínimo Interprofesional (SMI), fijado en 648€ para 2015, uno de los más bajos de Europa.
“Espero que las cosas cambien, pero lo veo difícil”, señala Leire, otra víctima de la parcialidad involuntaria. Ella se ha incorporado al mercado laboral hace unos meses, con la ilusión de trabajar en lo que le gusta. Con un contrato de cuatro horas, cobra 430€ al mes en una guardería. “Es poco, pero aquí y en otros sitios. Si no lo quieres tú lo van a coger otros. Es lo que hay”, sostiene.
"Los trabajos que se generan son temporales y no dan seguridad. Se crea empleo, pero puede que dentro de dos meses ya no lo tengas"
Si se suman las horas extra que hace y no cotiza, también involuntariamente, llega con suerte a los 600€. Vive con sus padres y por ahora no tiene pensado independizarse. “Primero quiero ahorrar, algo que ahora no me puedo permitir, y segundo, con esta inestabilidad uno no se puede mover. Los trabajos que se generan son temporales y no dan seguridad. Se crea empleo, pero puede que dentro de dos meses ya no lo tengas. No quiero tener que volver a casa de mis padres”, relata.
Espera poder ascender de horas en los próximos meses, mientras tanto va buscando otra cosa “por si acaso”, aunque la experiencia le dice que no descubrirá nada nuevo.
Jornada completa
Los afortunados con trabajos a tiempo completo tampoco viven una situación más esperanzadora. Elisa es una de esas privilegiadas que llegan a los 800€ al mes “y da gracias”. A cambio, trabaja 48 horas a la semana en una zapatería, aunque en su contrato estén establecidas 40. “No quiero preguntar porque soy nueva y mi contrato es temporal”, afirma. “Se aprovechan del obrero, te dicen que hay que hacer las horas sin cobrarlas y lo haces. Como tenemos necesidades no nos queda otra que aguantar”.
Su madre pertenece a esa generación de mujeres que no trabajaban por imposición del hombre y ahora, casi sexagenarias, encuentran en la búsqueda de empleo una misión imposible. Elisa, con 26 años, se ha convertido en la sustentadora de la familia. “Llevamos en esta situación desde hace unos meses. Hemos ido tirando porque yo tenía algo ahorrado. Veremos a ver a partir de ahora”, concluye.
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