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Barcelona Santa Anna, punto clave de apoyo a los más vulnerables en el Gòtic de Barcelona

El rector de la parroquia, Peio Sánchez, explica que, como ya no pueden acoger a personas sin techo para dormir, han reforzado el reparto de alimentos y la atención personalizada.

El rector de la parròquia de Santa Anna, Peio Sánchez.
El rector de la parroquia de Santa Anna, Peio Sánchez. Montse Giralt

PAULA ERICSSON NAVARRO

En medio de un Gòtic desangelado hay una calle estrecha con decenas de tiendas cerradas y una puerta abierta: la de la parroquia de Santa Anna. Durante el confinamiento más restrictivo, donde los servicios sociales tuvieron que cerrar en algunos casos, colas de hasta 300 personas venían a buscar comida en este recinto. Desde hace cuatro años, la parroquia de Santa Anna se ha convertido en un refugio para los más vulnerables. Después de cruzar la puerta vallada, tres hombres de unos 50 años esperan en el patio exterior de la parroquia, cerca de la escultura Jesús homeless, una representación del escultor canadiense Timothy Schmalzde de Jesús durmiendo en un banco. En la entrada del claustro hay cuatro voluntarios con petos naranjas y mascarilla. Entre 100 y 120 personas de todas las edades se encargan de acompañar a los usuarios, pedir comida a empresas o entidades, y otras funciones para mantener a la comunidad.

El rector de la parroquia Santa Anna, el padre Peio Sánchez, baja las escaleras con las manos cogidas por detrás, una boina oscura, una mascarilla FPP2 y unos ojos que reflejan mil preguntas. Nos dirigimos a una sala con un techo altísimo, donde, después de encender la calefacción, el sacerdote explica que aquí solían dormir personas sin techo, pero con la pandemia la parroquia se ha transformado. "No puedes dar un abrazo a personas que lo necesitan, pero tampoco podemos estar demasiado tiempo abiertos para garantizar poder seguir abriendo", reconoce.

"De esas 120 personas, 75 viven directamente en calle, un grupo de 35 vive en situaciones de ocupación, y un grupito pequeño tiene una habitación alquilada"

Aunque Santa Anna esté en medio de un barrio sin vecinos, asediado por el consumismo y el turismo, "está conectado a todo y viene gente de cualquier lado. Como a las tienda", describe con ironía. Santa Anna era una iglesia abierta, especialmente a las personas en situación de calle y también a familias vulnerables, dos tareas distintas que se desarrollan desde el Hospital de Campaña. Normalmente solían atender a unas 250 personas por día, pero desde la covid-19 atienden a 120, esta vez identificadas, y hay una lista de espera de 70. "De esas 120 personas, 75 viven directamente en calle, un grupo de 35 vive en situaciones de ocupación, y un grupito pequeño tiene una habitación alquilada", puntualiza Sánchez. Por otro lado, acompañan a otras en situación de vulnerabilidad a través de un programa distinto: "Familias que están en situación de normalidad apadrinan a una familia en situación de vulnerabilidad y le hacen el seguimiento, y traban una relación de amistad".

La comida como el inicio de una amistad

Dormir en la calle siempre es duro, y aún más en invierno. Como ahora no pueden acoger a personas sin techo en la iglesia para dormir, centran su ayuda en repartir 100 desayunos (de 8:30h a 10h) y 100 comidas (de 12 a 14:30h) al día. En las comidas se les da también la cena, pero en frío. De hecho, en la entrada están Faouzia y Lluís, dos voluntarios que cada vez que uno de los usuarios entra o sale de comer les preguntan "¿Quieres cena?", ofreciéndoles un plato de pasta, cubiertos de plástico y un postre. En el claustro, con las manos llenas de anillos y los ojos brillantes, está Vanessa, que acaba de terminar su comida. "Yo vengo a Santa Anna desde que abrió, soy VIP", bromea. De hecho, explica que desde servicios sociales le habían recomendado ir a Sabadell, pero ella se negó. "Aquí tengo el comedor, siento que son mi familia. Los domingos también voy a misa con el padre Peio", explica mientras muestra fotografías de su perra Chula.

Por otro lado, los desayunos serán del 9 de diciembre al 31 de marzo, y se procura dar café con leche, caldo, comida y bollería, sobre todo para recibir calor. "El servicio de duchas calientes y de ropero se da en las tardes", añade Sánchez. Debido a que la gente ya no se puede quedar a dormir en el recinto, han conectado el Wifi en la entrada para que puedan tener acceso a internet.

Otros de los servicios que se han transformado durante la pandemia es el Hospital de Campaña. El servicio médico se realiza vinculado al Hospital Sagrat Cor, y cuenta con distintas especialidades, entre ellas la medicina general, la podología, la odontología y la atención a la salud mental. Una vez al trimestre el Hospital de Campaña se traslada a Santa Anna, convirtiéndose así en el Hospital de Calle. Ahora mismo no tienen muchos casos de covid-19, pero la semana pasada detectaron uno.

"El problema de nuestros amigos es que muchas veces lo pueden tener pero no lo saben", comenta juntando sus dedos índices. Esto también tiene que ver con la percepción de la salud de las personas en situación de calle, ya que muchas no van al médico por miedo a que las deporten y, si no tienen confianza con la persona, prefieren no comentar su estado sanitario real. "Por eso para nosotros la alimentación es la puerta para establecer la relación y ver qué otros servicios podemos ofrecer", explica Sánchez. De hecho, lo que hacen los médicos del hospital de campaña es elaborar historias médicas para que las lleven en el móvil y, si van al hospital, los médicos puedan tener acceso a su historia clínica.

La cruda llegada del invierno

Como Santa Anna ofrece en principio un servicio más de urgencia, el área de trabajo social se encarga de derivar a los usuarios a otras entidades más especializadas. Ahora bien, cuando llega el invierno, y esta vez acompañado de la covid-19, el sacerdote dice que "se nota mucho más la ausencia de plazas". "El dispositivo de frío plantea que solamente cuando se baja de 0 grados se enciende el equipamiento de acogida de personas de la calle, y a veces en Barcelona nunca llegamos a 0 grados", reclama. El párroco explica que, si las administraciones no dan respuesta, desde Santa Anna pensarán alternativas para dar una solución a estas personas.

Frente a la posible tercera ola, Peio Sánchez reflexiona con crudeza: "El problema más grave no va a ser la tercera ola, sino la ola de pobreza que va a invadir la sociedad", alerta. "El nivel irá cayendo de los más vulnerables a los menos: los sin papeles, los que no cobran los ERTE, como un dominó en la situación de la pobreza", advierte. Teniendo en cuenta la saturación de servicios sociales, el párroco apunta que "no hace falta ser profeta" para ver que "habrá gente durmiendo en campamentos de tiendas de campaña en la ciudad".

"El 50% de las personas que acogemos ahora tienen menos de 40 años. Si no se interviene ahora y se procura recuperar esta población, luego es mucho más complicado porque tendrán dependencias o problemas de salud mental", alerta. Frente a la posibilidad de que una transformación social, el párroco es escéptico. Desde Santa Anna se ve que Barcelona se ha convertido en una ciudad basada "en dinámicas de consumo inútiles" que hacen que la capital catalana crezca como "una ciudad dislocada".

El padre Peio Sánchez pone en duda que la crisis del coronavirus transforme los servicios sociales. "Tengo una gran desconfianza de la burocracia y de las administraciones, que compiten sobre quién es más irresponsable", denuncia. La parroquia ha solicitado 20 ingresos mínimos vitales hace tres meses y no han recibido respuesta. "La burocracia no llega a las personas. Esta pandemia pone de manifiesto que hemos articulado un sistema que es muy incapaz de responder a las urgencias", protesta.

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