VALÈNCIA
Joe Whale, un niño de 9 años del Reino Unido, se convirtió hace unos días en protagonista viral. La historia que trascendió a los medios de comunicación presentaba a un chaval al que sus profesores castigaban habitualmente por dibujar en clase. Mesas y pizarra le servían de lienzo para dejar ir su potencial. A pesar de los diques con que se topó en la escuela, convencidos del talento de su hijo, sus padres decidieron apuntarlo a clases de arte y le animaron a continuar con su afición. Tal ha sido el impacto que sus creaciones han conseguido en redes sociales, que un restaurante ha acabado pidiendo al pequeño que decore todas las paredes del establecimiento. Un final —o un principio— que invita a reflexionar sobre el valor de la persistencia.
Pero también sobre la diversidad de talentos y sobre los límites de una escuela que cada vez más voces piden que sea repensada. Empezando por los auténticos protagonistas: los alumnos.
Lo vemos en el arranque de Picotazos contra el cristal, el nuevo documental de los cineastas Pepe Andreu y Rafa Molés. Las cámaras se sitúan en una aula del primer curso de la etapa de Primaria de la escuela Candalix de Elx. Una de las profesoras sugiere a sus alumnos que se imaginen cómo se podría hacer una escuela mejor. Que la dibujen y le den forma, que la ensayen libremente. Esbozar el futuro ya en el presente.
La consigna con la que parte la nueva producción de SUICAfilms en coproducción con À Punt Mèdia y el apoyo del Institut Valencià de Cultura pone en el centro del objetivo el reto que supone cambiar la escuela desde dentro. Una revolución que se traslada hasta el IES Cotes Baixes de Alcoi donde, desde hace unos años, un grupo de profesores del claustro lleva a cabo una embrionaria iniciativa basada en la confianza y la convicción. "¿Nadie se pregunta por qué la mitad de los alumnos de una clase no pasa de curso? Yo creo que sí se lo preguntan. Pero, claro, si continuamos haciendo lo mismo en clase...", dice Fernando Sansaloni, director del centro educativo. Y, más adelante, Sansaloni vuelve a dar en el clavo: "¿Qué valor añadido aporta un profesor dentro del aula si solo se limita a transmitir información y a responder dudas?".
'Picotazos contra el cristal' visibiliza las transformaciones de un profesorado consciente de que educar no es domesticar
Fabricar trabajadores efectivos o formar personas libres y autónomas; he aquí el dilema que Picotazos contra el cristal impregna en todos sus fotogramas. Y lo hace visibilizando las transformaciones llevadas a cabo casi a ciegas, sin fórmulas establecidas, por parte de un profesorado consciente de que educar no es domesticar. Y convencido de que el mundo no se puede cambiar si se enseña del mismo modo que se nos enseñó a nosotros. Un propósito no exento de la oposición radical de otra parte del profesorado o de la preocupación de unos padres que, en algunos casos, pasan del recelo inicial a la entrega más absoluta.
Es la fotografía obtenida por Andreu y Molés durante la incursión de su mirada al ámbito educativo. Como ellos mismos explican en las presentaciones, durante este tiempo se han ido topando con algunos lobos solitarios decididos a contagiar su entusiasmo a un equipo. Los directores valencianos ya dieron testimonio de la necesidad de un cambio de lenguaje en la microsociedad educativa en su multipremiado trabajo Five days to dance (SUICAfilms, 2014), donde la danza era el vehículo en la búsqueda de las oportunidades nunca brindadas. El año de su estreno, esta pieza fue el segundo documental más visto en los cines del Estado español, solo por detrás de The salt of the Earth, de Wim Wenders.
La escuela como prisión
"Es que no son robots. Y el fallo con nosotros es que nos hicieron aprender todas las frases del libro perfectas. Después, cuando llegamos a la vida, no sabíamos vivir. Y vosotros, en cambio, les enseñáis a vivir". Es una de las intervenciones que podemos escuchar a un padre en la filmación de una reunión en el Cotes Baixes. Muchos de estos adultos son hijos de unas metodologías poco flexibles e inclusivas, potenciadoras exclusivamente de la capacidad memorística, basadas en la competición y el individualismo, con el único horizonte final de un resultado numérico que sigue condicionándolo todo desde el vértigo.
No es casualidad que, en el transcurso de la película, se escuche trazar un símil entre la escuela y el sistema carcelario. Concebido inicialmente como un modelo de prisión, el panóptico de Jeremy Bentham ha trascendido hasta nuestros días como un instrumento de control y de dominación. La idea de una vigilancia a través del miedo que busca la uniformización y la modificación de la conducta ha tenido en las coordenadas educativas una plasmación real, que empieza desde la misma distribución del espacio. De ahí que en el Cotes Baixes se derriben paredes, literalmente, o que se agrupen los pupitres-celda para conformar círculos de convivencia o que asistamos al nacimiento de una hiperaula que rompe con la vieja ecuación de la fila eclesiástica y la sensación del pájaro enjaulado.
Los niños, agentes de cambio
Aprender con miedo o con alegría. Y César Bona, primer maestro español nominado al Global Teacher Prize, certifica que los resultados que se obtienen entre una y otra visión son muy diferentes. "Lo que falla es que no hay tiempo para escuchar, para conocer a los niños. Yo creo que estamos en un momento en el que es muy necesario invitarles a participar de la sociedad, que miren a la sociedad, al mundo, y que intenten mejorarlo", sostiene en el metraje. Su apuesta por el compromiso social pone el foco en la naturaleza creativa e imaginativa de los niños: "No puede caer sobre nuestras espaldas pensar que no hemos abierto esa puerta".
Junto con las de Bona, las palabras del pedagogo de nuevas teorías educativas, Ken Robinson, refuerzan el marco de un documental que no puede pasar desapercibido entre las nuevas generaciones de docentes. De hecho, Robinson considera clave ayudar al profesorado a desarrollarse en términos de empatía y potenciar su parte emocional, algo imprescindible en una escuela que está obligada a descubrir los diversos talentos y los diferentes caminos para cada alumno.
Picotazos contra el cristal despliega en pantalla un instituto, el de Cotes Baixes de Alcoi, que ensaya y se repiensa. Su impulso fija referencias en otros centros pioneros que ya se enfrentaron en su día a la voluntad de construir un mundo mejor. Las experiencias de O Pelouro (Tui, Pontevedra), Sils (Girona) y IES Miguel Catalán (Coslada, Madrid) son solo tres ejemplos que ayudan a inspirar esta transformación. Su objetivo común: invitar a los niños a ser agentes de cambio (changemaker). La Fundación Ashoka, de hecho, promueve y visibiliza las denominadas "Escuelas Changemaker", un movimiento educativo internacional, presente también en España, que desde 1981 trabaja por una nueva forma de entender el ecosistema educativo.
Con su nuevo trabajo, Andreu y Molés han conseguido diez candidaturas para la próxima edición de los Premios Goya. Entre ellas, se encuentran las de mejor película, mejor película documental y mejor dirección. El film ya se ha presentado en el Festival Internacional de Cine de Madrid y en los Cines Lys de València.
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