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La odisea del Pájaro Amarillo y el primer polizón aéreo de la historia

L'Oiseau Canari aterrrizó en la playa de Oyambre, a medio camino entre Comillas y San Vicente de la Barquera.

Foto de archivo del avión ‘L´Oiseau Canari’ en el museo del Aire y del Espacio
Foto de archivo del avión L´Oiseau Canari en el museo del Aire y del Espacio. Par Deep silence (Mikaël Restoux) —CC BY-SA 2.5, Wikipedia

Hace más de cien años un avión enorme aterrizó sobre la playa de Oyambre, en Cantabria. Viajaban allí cuatro hombres, los primeros que cruzaron el Atlántico volando de oeste a este. Tres eran galos, otro, un periodista yanqui, se convirtió en el primer polizón aéreo de la historia.

Es uno de esos sitios que saben a final.

A un lado quedan montañas, la cordillera, la Sierra del Escudo, los Picos allí, al fondo. A un lado hay nieve, y bosques con cagigas y acebos, y praos, y motitas blanquinegras que miran y hacen muuu.
Eso, a un lado.

Al otro... la inmensidad. El mar Cantábrico. Sopla, y salpica salitre, y dibuja mogros, y sube cada seis horas con aire travieso de niño que no quiere crecer. Y, en medio, un avión. Oh, sí, un avión. Hoy en día... visión extraña. Hace más del siglo... bueno, en fin, pueden imaginarse.
Esperen, que les cuento la historia.

Armand Lotti tenía nombre de héroe clásico, pasado castrense, sed de aventuras y un parche piratesco sobre el ojo tras dejar media vista en un accidente de caza. Estuvo por la Gran Guerra, después fue teniente durante la Segunda, héroe de la Résistance, combatiente en Túnez y durante la campaña de Italia, en Córcega, en la misma Francia. Legión de Honor, prestigio, valentía y fiereza. Reconocido, reconocible. Y, además, el primer hombre en cruzar el Atlántico norte con su aeronave. De oeste a este, dirección contraria al día. El primero, compartido con otro par de paisanos, con sus compañeros en esta aventura.

Dos que fueron tres.

Todo empezó en Old Orchard, Maine. Maine es donde nació Stephen King, así que la historia ha de tener rasgos, al menos, de intriga. Así que Old Orchard, trece de junio, año 1929. En Estados Unidos está Herbert Hoover, por España reina Alfonso XIII, (des)gobierna Miguel Primo de Rivera en plan dictador y se prepara una cosa loquísima que llamarán Dictablanda, con Dámaso Berenguer haciendo el ridículo democrático seis meses después. Ay.

Pero volvamos a Old Orchard. Allí estaban nuestro Armand Lotti y dos pilotos, Jean Assollant, René Lefévre. Ante ellos, el Atlántico. Queremos ir, queremos llegar a Europa. No será primera travesía, sí será pionera en esa dirección. Van justos de atuendo, van justos de víveres, van justos de impedimenta. El cálculo es que llevan combustible para 5.400 kilómetros, y la distancia es de 5.300 kilómetros. Cualquier error y...

Quieren cruzar, decíamos, el Atlántico. En avión, sí, así que hay un avión. Le dicen L' Oiseau Canari, el Pájaro Amarillo. Porque vuela y va pintado platanescamente, tampoco busquen intención. Es, sí, un pájaro bien poco etéreo. Armatroste metálico, pinta de no alzar el morro más allá de diez metrucos. Era un Bernard 191 GR, por si son ustedes aficionados al tema aeronáutico.

Así que últimos cálculos, últimas dudas. Mira, que se queden en tierra cien litros de combustible, así aseguras... Hay vítores, y palmas, y aplausos, y todo lo que uno hace cuando despide a quienes quizá no vuelvan. Los tres, Lotti, Assollant, Lefévre, despegan con L' Oiseau Canari. Despegan poco a poco, muy poco a poco, tan poco a poco que se nos dirigen hasta ese monte que rodea Old Orchard, que se la pegan sin abandonar suelo yanqui, tío, que se le pegan... que, finalmente, enderezan hélices y estabilizan sobre el inmenso azul.

En viaje, van. Hacia lo desconocido, hacia la aventura.

En viaje, los tres.

Arthur Schreiber se convirtió en el primer polizón aéreo de la historia

Solo que no son tres. Arthur Schreiber tiene veinticinco años y es periodista. Periodista gonzo, diríamos, porque aprovecha discursos, bullicios y falta de atención para, ahora, ahora, que no mira nadie, esconderse entre el fuselaje. Schreiber se convierte, así, en el primer polizón aéreo de la historia (o el primero conocido, vaya). Cuando ya no ve tierra a sus espaldas, sale del escondite. Here I am, cuentan que dijo. Imaginen llegar a La Luna y encontrarte un campo de fútbol. Pues la misma cara se les quedó a nuestros aviadores.

Gloria a Armand Lotti, por cierto. Hay debate, discusión. Con este no llegamos, con este no da. Y, mira, nadie se enteraría... es tan grande el Atlántico. Caemos cuatro o cae uno. Lotti se muestra inflexible. Ni lo piensen, llegamos cuatro o no llega ninguno. Así que... siguen.

La idea era arribarse a Inglaterra o Francia, por aquello de seguir líneas derechitas. Pero eso es no tener en cuenta la meteorología, y las borrascas, y una tempestad que lleva nuestro Pájaro muchas millas al sur. Millas que suman, millas que chupan benzol. La aguja cae, los motores van tosiendo como quienes fumaron mucho ayer. A lo lejos... tierra. A lo lejos. Aquello no es Francia, no puede ser, pero el Pájaro ya es planeador y no está para elegir. Aterrizamos, dice Lotti. Aterrizamos. ¿Dónde? Oh, mira, mira ese arenal, qué bonito, qué perfecto, lo menos dos kilómetros, parece sitio halagüeño. Hacen una maniobra para aterrizar con el morro mirando al oeste, y toman tierra con el sol, crepuscular, bruñendo sobre amarillo. Son las 20:40 del 14 de junio. Llevan casi treinta horas volando sobre un azul sin fin.

Les pilló marea baja. Tuvieron la fortuna de que les pilló marea baja.

Aquí termina la gesta... y empieza su mejor parte. Porque quiero yo pensar, oh sí... quiero pensar en qué pensarían los vecinos de Cantabria aquel ratuco. Los que vieron bajar un avión, un avión enorme, un avión con los motores haciendo po, po, po, sobre la playa de Oyambre. Oyambre está, para que se hagan cargo, a medio camino entre Comillas y San Vicente de la Barquera, junto a un terreno pantanoso, una ciénaga de bruma y légamos donde asoman árboles desdentaos como si un erizo gigante estuviese durmiendo siesta.

L'Oiseau Canari aterriza en la playa de Oyambre, a medio camino entre Comillas y San Vicente de la Barquera

Allí aterriza L' Oiseau Canari, y hasta allí se acercan paisanos. Desde Larteme, desde La Revilla. Qué será eso, de dónde vienen los estiraos. El primero en llegar trae bici, y cuentan que si fue Armand quien coge velocípedo y se acerca a Comillas. Allí pregunta por el alcalde entre muecas, dos o tres palabras en castellano y los gestos de quien acaba de salvar una gordísima. El alcalde que sale de casa, miren las horas, qué quieren ustedes, el alcalde que escucha, Lotti que explica, y la historia, recién finalizada, no hace sino comenzar.

Porque no había gasolinera en Oyambre entonces, y hubo de esperarse para repostar el Pájaro. Desde el aeródromo de La Albericia, nada menos, llegó aquel preciado combustible. Vamos, que un par de jornadas. E imaginen... todos los niños que quieren ver el avión, se montan puestos de barquilleros (barquilleros del Pas, que son los mejores barquilleros del mundo), hay damas con sus sombrillas, hay una orquesta para tocar pasodobles, hay pito y tambor. La fiesta improvisada. Celebremos, que esto no se ve todos los días. Cuentan, incluso, que si Schreiber, el polizón, se convirtió en protagonista indiscutible, porque era jovencillo, apuesto y arrubiao, que eso gusta mucho por estos lares, así que arrancaba suspirines entre hidalgas y plebeyas. Lo guiri, que siempre resulta exótico.

Los periódicos hablan del valiente Lotti, de los abnegados Assollant y Lefévre, del arrojo barbilampiño de Schreiber

El dieciséis de junio vuelve a despegar aquel pajarraco tan grande, ese que refulge como los dientes de león en primavera. Abrevó suficiente, y el póker (Lotti, Schreiber, Assollant, Lefévre) saluda con sus manucas a quienes acuden para despedir. Que si despega, que si no, que si es imposible, que si ya verás, ya. Motores y... L' Oiseau Canari aterriza definitivamente en suelo francés unas horas más tarde. Es en Mimizan, por las Landas. Otro descenso movidito, otra vez problemas de combustible. Segunda escala, traigan benzol desde Cazaux, nosotros esperamos en el Hotel de France. El mismo día vuelven al cielo, cruzan medio Hexágono, descienden en Bourget. París está ahí, cerca.

Su viaje ha concluido. Son héroes, los periódicos hablan del valiente Lotti, de los abnegados Assollant y Lefévre, del arrojo barbilampiño y espontáneo de Schreiber. Sus nombres siempre serán los primeros en eso de cruzarte el Atlántico desde la Finisterra hasta el lugar donde nace el sol.

Son eternos.

Hoy Oyambre es muy distinto. La playa no, la playa sigue ahí, aunque ahora en verano casi no se ve la arena, de tanta gente que hay, porque se puso muy de moda entre ciertas clases pudientes que todo lo invaden, y también salió en demasiadas fotos de Instagram. Y eso, que la playa es igual, aunque cambia cada año, porque la mar moldea, quita dunas, esculpe con cantos de ría. Allí, en Oyambre, hay un bar, que le dicen Pájaro Amarillo, y hasta un monumento al avión. Así que se recuerda, aunque sea un poco. También asoman, grotescos, chalets a diestra y siniestra. Muchos. Tantos.

Pero esa es otra historia.

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