Madrid
Actualizado:Las olas de la playa coruñesa de As Furnas se han vestido de flores en homenaje a Ramón Sampedro, el primer hombre en reclamar la eutanasia en España. La ofrenda ha querido recordar su memoria en el 23 aniversario de su muerte, en el mismo sitio donde el gallego quedó tetrapléjico después de saltar de cabeza desde uno de los acantilados hacia la costa. El 12 de enero de 1988 fue la fecha en la que Sampedro falleció de forma voluntaria con ayuda de sus amigos tras 30 años en una cama luchando por una muerte digna. Su voluntad ahora está apunto de ser una realidad para otros enfermos como él.
La ley orgánica de regulación y despenalización de la eutanasia aprobada el pasado diciembre en el Congreso es, sin duda, el legado que Sampedro ha dejado. Su lucha fue un escalón importante para colocar la muerte digna en el punto de mira político en el país. La asociación Derecho a Morir Dignamente ha querido recordar con este acto su esfuerzo, y honrar el primer granito de arena que el gallego colocó para otros colocaran el suyo y conquistar el derecho a morir sin dolor. "Esta ley también es tuya", han recordado sus familiares y allegados en la ceremonia.
Ramón Sampedro se quedó tetrapléjico a los 25 años, cuando disfrutaba del sol en la playa y decidió saltar al mar. Ese fue el día en el que no volvió a caminar y empezó lo que el propio Sampedro calificó como "un mundo de pesadilla": "Pasas de ser un ser humano normal y corriente que siente la vida como todo el mundo a sentir que no tienes cuerpo, que desaparece como arte de magia". Sus palabras fueron recogidas en un documental dirigido por Luis Montero.
Estuvo tres meses en el hospital hasta que los médicos le informaron de que no podían hacer nada más por él y que, a partir de ahora, tendría que pasarse la vida postrado en la cama. Desde ese día su familia y amigos tendría que ayudarle en todo. "No quiero esto", dice Sampedro en el documental que fue lo primero que pensó: "No quiero ser una cabeza vida en un cuerpo muerto. No quiero ser esta deformidad".
La vida de Ramón Sampedro no acabó ahí, sus amigos cuentan que la espiritualidad de su personalidad hizo que varias mujeres se enamoraran de él después del accidente. Pero, aunque la vida no terminase, no era la que él quería. El gallego empezó el plan de luchar en los juzgados por la muerte digna hasta que no le quedaran fuerzas, y si para entonces no había conseguido legalizar la eutanasia, buscaría a una persona que se comprometiese a cargar con la responsabilidad de un suicidio. Su demanda jurídica se coló en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sin que llegase a nada.
Con el bolígrafo en la boca y la ayuda de un aparato creado por él mismo, escribió 'Cartas desde el infierno'. En el libro contó su estremecedor testimonio, sobre cómo vivió en una cárcel en su propio cuerpo: "Una libertad que quita la vida no es libertad. Una vida que quita la libertad no es vida". Y aunque ante las cámaras siempre sonreía, en sus páginas narraba su tristeza: "Cuando no puedes escapar, aprendes a llorar riendo".
No lo consiguió. Tres décadas más tarde de salir de ese hospital, Ramón Sampedro perdió todas sus fuerzas y a sus 55 años pidió a sus amigos ayuda para quitarse la vida. Todo fue muy organizado, uno compró el cianuro, otro decidió la dosis exacta, otro lo arrojo en el vaso con pajita. Por último, antes de morir, escribió una carta él mismo con la boca y pidió que grabasen sus últimas palabras para los jueces:
"La intención fue mía, por tanto, mío es el acto y la intención de los hechos. Quede claro señores jueces que no es la persona que me ha grabado la que me ha suministrado el cianuro de potasio, sino que ha llegado a mi poder a través de una pluralidad de contactos solidarios".
La policía detuvo a Ramona Maneiro, quien estuvo junto a Sampedro en sus últimos años de vida. Sin embargo, el gallego había dejado tan bien organizado su muerte que nunca pudieron encontrar pruebas contra ella. Siete años más tarde fue la propia Ramona la que confesó que ella había sido la persona que había administrado el veneno y la que había realizado el vídeo, pero para entonces el delito ya había prescrito.
"He sido obligado a soportar esta situación durante 29 años, cuatro meses y algunos días", declaró antes de beberse el cianuro. "Solo el tiempo y la evolución de las consciencias decidirán algún día si mi petición era razonable o no", dijo antes de irse. Lo fue. Ahora, 23 años después de su muerte, gracias a su lucha y la de otros enfermos, la eutanasia está a punto de estar al alcance de quienes reclaman morir sin dolor.
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