barcelona
Actualizado:Barcelona es una ciudad de bares y terrazas como la mayoría de ciudades mediterráneas. La entrada en la fase 1 ha permitido decorar algunas de ellas con las anheladas mesas metálicas y también abrir los toldos. Hay muchas ganas de terrazas, aún más cuando la capital catalana es –lo será hasta el lunes- la única ciudad confinada del Estado español, y sus habitantes no pueden salir –legalmente- a ningún otro municipio para disfrutar de un respiro en el confinamiento. Desde el mismo lunes, ya había vecinos y vecinas de la capital catalana que disfrutaban del verano saboreando la nueva normalidad con unas bravas y una cerveza. Eso sí, reduciendo la ratio de mesas a lo que permite la distancia social.
Pero la reapertura de establecimientos y de sus terrazas va llegando de forma progresiva y a medio gas, lo que contribuye a las aglomeraciones y colas en aquellos que ya se han atrevido a levantar la persiana. Por eso, este mismo viernes, el pleno del Ayuntamiento de Barcelona ha ratificado por unanimidad las medidas excepcionales que ya se están aplicando, como la posibilidad de que las terrazas crezcan sobre la calzada o la rebaja del 75% de la tasa pertinente. Según el primer teniente de alcalde, el socialista Jaume Collboni, los restauradores ya han entrado más de mil peticiones para ampliar las terrazas.
El plazo para hacerlo se abrió el lunes y hay unas 5.500 terrazas que podrían sumar hasta cuatro o seis mesas extras y unos 3.500 locales sin terraza que ahora podrían ponerlas. La oposición, a pesar de votar a favor de la ampliación del espacio, ha acusado al gobierno de haber aplicado tarde la solución -las ampliaciones no llegarán antes del 8 de junio- y de haber "rectificado" para autorizar finalmente la rebaja de tasas que no preveía en un principio. De hecho el Gobierno municipal de Ada Colau mantiene una larga pugna con el sector para reducir lo que la alcaldesa consideraba hasta hace unos meses un exceso de ocupación de la vía pública. El coronavirus ha forzado una tregua frente a la dura crisis económica que afronta el sector.
A pesar de todo, las ganas de disfrutar de la calle seguro que se notarán en las cajas registradoras de los bares con la gente que espera haciendo fila india a que se libere una mesa de la terraza en buena parte de los establecimientos que se han atrevido a reabrir. Esta era la estampa de la calle Pi i Maragall, en el distrito de Gràcia, uno de los más emblemáticos en lo que a terrazas de bares y restaurantes se refiere. Gràcia está repleto de pequeñas y encantadoras plazas donde tomar algo, comer o simplemente degustar un café. Algunos locales incluso han colocado cuerdas para delimitar el acceso a las mesas de la acera, elevando la tradicional entrada costumbrista de un horno de cafés y cruasán a la categoría de club nocturno.
Que la calle en cuestión esté cortada por el Ayuntamiento facilita que la concentración de gente pueda ocupar también el asfalto más allá de las aceras y así preservar las medidas de seguridad. Durante toda la semana, Gràcia ha sido un hervidero de gente buscando terrazas entre las ocho de la tarde y las once de la noche. En la plaza del Diamant algunos establecimientos apuntan que hay esperas de hasta dos horas para ocupar una de las pocas mesas disponibles. Un barrio de moda ya de por sí abarrotado habitualmente ahora con muchas menos mesas y sillas provoca aglomeraciones fuera de toda norma de combate contra el coronavirus. No solo en las terrazas sino en los improvisados botellones que comporta la falta de localidades.
Un fenómeno que genera grandes grupos de gente joven que no respeta las medidas de distanciamiento físico ni en muchas ocasiones el uso de mascarillas. Y que provoca quejas de los que pasean por este barrio durante la franja horaria pertinente. La Guardia Urbana intenta mantener el control de las plazas, no sin problemas, y en la del Sol se ha tenido que proceder a algún desalojo con fuerza.
Así, en Barcelona, la reapertura de las terrazas va por barrios. A diferencia de Gràcia, el de Sants es uno de los que concentra más población pero los bares y restaurantes se mantienen en una mayoritaria indecisión. La plaza Osca es el centro neurálgico del ‘terraceo’ en este popular barrio barcelonés. Antes del coronavirus la docena de bares y restaurantes que lo pueblan llenaban con sus sillas, mesas y parasoles hasta el último centímetro de la zona central de la plaza. Una de las más buscadas de Barcelona.
Ahora solo tres de ellos han decidido volver a abrir y con menos mesas como marca la normativa. Imposible aprovechar las posibilidades de ampliación si los vecinos no renuncian a su licencia. El OMY, que hace las veces de Penya del Barça, es uno de los que ha abierto y reconocen que de momento la cosa va lenta. Otros muy populares como la Mestressa de momento han optado solo por los encargos de comidas para llevar. Hay una pareja esperando para ocupar una de las pocas mesas de la plaza, pero reconocen que "antes del coronavirus aquí también había que hacer mucha cola, el problema es que ahora no hay muchas alternativas en el resto del barrio".
Otras terrazas emblemáticas del barrio como la de Can Violí en la plaza Ibèria ni siquiera han abierto de momento. Mucho más normalizado está el paseo de Sant Antoni, donde las terrazas han ido creciendo a la sombra de la populosa estación de Sants, la más importante de Barcelona. La Casa de Tapas es una de las más conocidas. Con menos mesas de las habituales y la separación necesaria durante la hora de comer se llenan sin aparente ruptura de la distancia. Pero algunos establecimientos reconocen que "el problema llega a partir de las ocho de la noche con la franja horaria del paseo. Sale muchísima gente y desde el lunes se permiten las quedadas de hasta diez personas que en ocasiones se agolpan en las mesas".
La situación es bien diferente en el centro de la ciudad. La Rambla no ha recuperado su frenético ritmo habitual y las terrazas se muestran despobladas. Más en el tramo tradicional conocido como el de les Flors que en el superior de Rambla Catalunya, donde sí se han producido algunas colas y esperas para obtener mesa. El centro se ha ido despoblando cada vez más copado por el boom de un turismo que ha desparecido, prácticamente por completo, de repente. Las terrazas en esta zona continúan recogidas o vacías en su mayoría, al lado de un Paseo de Gràcia también desértico. Desde Amics de les Rambles ya apuntan que los establecimientos del centro tendrán que buscar cómo atraer al hasta ahora menospreciado barcelonés autóctono para reactivar los negocios, o muchos tendrán que cerrar.
En la otra punta de Barcelona, entrando hacia el barrio del Baix Guinardó por la calle Taxdirt, una pareja de unos 70 años toma el café en un bar donde por las noches la juventud acostumbraba a llenarlo a quintos de cerveza, antes del coronavirus: "Hemos tenido suerte, no hemos tenido que esperar ni hacer cola", explica Josep Lluís. "Nosotros vivimos por aquí al lado. Como no podíamos venir a almorzar, nos hemos pasado el desconfinamiento haciendo los crucigramas en la Avinguda Gaudí", explica Carme. Dicen que no tienen ningún miedo de contagiarse: "Estamos tranquilos. No hemos tenido ningún susto durante el confinamiento".
Más adelante, en el bar de Los Cuñados, una camarera atiende tres mesas con la mascarilla puesta: "Es un poco incómodo", explica la Jasmina. Su trabajo consiste en limpiar mesas, poner y tomar las copas tocadas y bebidas por gente o recoger los pañuelos con los cuales los clientes se aseguran que no les queda ningún resto de bravas. Todas son tareas de primera línea de la covid-19, pero ahora parece que el ambiente general es más distendido: "No tengo miedo, pero tengo que confesar que estaba muy bien en casa". A pesar de los riesgos y la carga del retorno al trabajo, Jasmina espera que la vuelta al bar les mejore la situación económica: "A pesar de que será mucho más lento. La gente todavía trabaja desde casa y no baja a hacer el café del descanso, ni a comer, y turistas no hay".
Bajando la calle en los Jardins del Baix Guinardó, el bar-chiringuito Tsunami disfruta del espacio del parque para poner todas las mesas disponibles. Desde estas hay una vista privilegiada para observar la disciplina social con las franjas horarias: se acercan las 12:00 h, la gente mayor que tomaba el sol y leía el diario empieza a desaparecer progresivamente para dar paso a un ejército de niñas y niños, con sus padres y sus madres con cara de cansados. El cocinero del bar explica que esperan el pico de gente del mediodía. Todavía no han cobrado el ERTE, por lo que agradecen la vuelta a la actividad: "He tenido que pagar piso y pañales sin ingresos durante un mes... Imagínate".
De momento, las mesas están llenas. Una, ocupada por Ramon, que vive al lado del parque y ha aprovechado la compra para estrenar la fase con un café: "De momento no hemos hecho ninguna quedada gorda con los amigos, ya la haremos". Se muestra tranquilo y confiado con la mascarilla protocolaria y al aire libre. A pesar de las imágenes de aglomeraciones de gente en las terrazas, cree firmemente que se respetarán las medidas de seguridad: "Hace dos meses que estamos encerrados en casa. Nos acostumbramos a fijar en la gente que no lo hace bien, que también hay. Pero es porque esta foto llama más la atención. Yo creo que la gente está haciendo las cosas bien".
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