MADRID
Ya se había decretado el estado de alarma. La mayor parte de los comercios de España permanecían cerrados y muchas personas presenciaban cómo era la primera vez que su movilidad se encontraba restringida. Los días que vinieron después del 14 de marzo de 2020 no fueron buenos para nadie, y Chighali Siid lo sabía. Desde su casa de València no dejaba de ver en televisión cómo muchas personas ni siquiera tenían para comer. Algo había que hacer: creó una red de apoyo vecinal y solidario en el que cada uno aportaba lo que podía y a cada uno se le daba lo que necesitaba. Como si fuera el estribillo de una canción que, en esos momentos en los que el hambre acucia, entonar es más necesario que nunca.
Su historia es una de las cientos que se dieron a lo largo y ancho del país. Donde la Administración no llegaba, pues no consideraron esenciales a los Servicios Sociales, allí estaba el vecindario. Una vez más. Siid habló con Jhonny Vallés, un compañero con el que coincidió mientras estudiaba educación social, para armar Aguante Social, tal y como llamaron al grupo de apoyo que se extendió por todos los barrios de València capital y algunos pueblos adyacentes. Él es de Mauritania; Vallés, de Ecuador: "Siempre hemos sentido el racismo muy de cerca, y ver lo que estaba pasando nos hizo comprender que mucha gente como nosotros, que no siempre hemos tenido un trabajo estable o la posibilidad de estudiar, podía pasarlo muy mal. Muchos trabajan en B y con el estado de alarma dejaron de tener ingresos".
"Los dos primeros días no pudimos comprar nada de comida porque todo eran llamadas de gente que la necesitaba"
Ese es el relato que realiza Siid del génesis de Aguante Social. Empezaron con gente cercana que respondió al momento: "Los dos primeros días no pudimos comprar nada de comida porque todo eran llamadas de gente que la necesitaba", dice. Gracias a Valencia Acoge, desde donde les hicieron el salvoconducto pertinente, él y su compañero podían ir por las tardes a los supermercados a comprar. El primer mes atendieron a más de 200 familias y la recaudación superó los 3.000 euros. "Con el tiempo pudimos ir organizando todo un poco más. Pedimos ayuda también a gente, por si querían ser voluntarios, y descentralizamos el tema. Si alguien de un determinado lugar necesitaba comida, pañales o lo que fuera, intentábamos contactar con algún voluntario que estuviera cerca. Así descongestionamos un poco todo", desarrolla.
El miedo durante la pandemia
Era tal la demanda que les fue imposible cubrirla por completo. La mayoría de las personas a las que ayudaron procedían de Latinoamérica, pero también gente de Marruecos, Senegal, Argelia y Rumanía. "También dimos comida a españoles, y nos sorprendió mucho que se vieran en esa situación", comenta. Tuvieron que priorizar, y así lo hicieron: primero, las madres solteras con menores a su cargo; segundo, las mujeres que estaban solas y las familias con hijos; y, después, las personas individuales y familias sin hijos. "Todo el mundo estaba muy preocupado y con miedo. La mayoría de ellos estaban regularizando su situación, pensaban que por fin podrían encontrar un trabajo en España y con la pandemia perdieron todos sus sueños. Muchos ya habían superado todas las trabas que te pone el Estado español para regularizar la situación, pero parece que todo volverán a ser trabas de nuevo", dice Siid.
A día de hoy, Aguante Social continúa funcionando: la pandemia tan solo ha acuciado los problemas que ya existían. "Conseguimos algo más de dinero para el material escolar que algunas familias necesitaban en septiembre", agrega. Ahora intentan registrarse como asociación. Su único objetivo es ayudar a que las personas migrantes puedan realizar el papeleo burocrático acompañados de alguien que les pueda guiar. "El acompañamiento es esencial. Hay mucha gente que no entiende bien las cosas, que se pierde... Esta gente ha dejado atrás su tierra, su familia, lo poco que tenían seguro para venir aquí, ¿qué nos cuesta acompañarles?", reflexiona este educador social.
Los Servicios Sociales, alejados de la realidad
"Esta gente ha dejado atrás su tierra, su familia, lo poco que tenían seguro para venir aquí"
La problemática del hambre en España no es nueva. Pedro Cabrera, experto en pobreza extrema, exclusión social y sinhogarismo, afirma desde Madrid que "mucho antes de la pandemia, la seguridad alimentaria como objetivo universal estaba lejos de haberse conseguido en una de las metrópolis más ricas del planeta". La gente que necesitaba comida era derivada al Banco de Alimentos o a diversas ONG, "eran lanzados al convento o al despacho de Cáritas formando colas en las aceras. Durante el último tercio del siglo XX habíamos conseguido que esas colas vergonzosas de pobres se eliminaran, dándoles un tratamiento más digno, decente y discreto, pero ha vuelto esa exposición morbosa y degradante ante los peatones que las presencian".
Así pues, el número de personas que se movían en la frontera de la vulnerabilidad se multiplicó y volvieron a ocupar las calles esperando algo de comida. Desde su perspectiva como sociólogo, lo que más le irrita es que los Servicios Sociales públicos no fueran considerados esenciales durante el confinamiento y las restricciones de movilidad. "No se puede enviar un kilo de garbanzos por teléfono", ilustra Cabrera. "Los Servicios Sociales suelen pasar la pelota cuando se trata de cubrir una de las necesidades materiales más básicas, como es proporcionar comida que llevarse a la boca", en sus propios términos.
De hecho, Cabrera, también alcalde de Valdepiélagos, no pasa por alto que "cuando los grupos autogestionados han pedido alguna ayuda a las entidades sociales, no solo se les ha negado, sino que desde las alcaldías y comunidades autónomas les han pedido el listado de pobres", un aspecto que corroboran todas las fuentes consultadas en este artículo. "Entonces, ¿qué hacen desde los Servicios Sociales: administrar la pobreza o luchar contra ella? No tenemos estructuras administrativas basadas en derechos que puedan afrontar una crisis de estas características. Aunque en este país tenemos muy corta la memoria política, si no vamos a un escenario donde las prestaciones sociales básicas sean absolutamente universales y trasciendan el vaivén de los partidos políticos, nada ni nadie nos asegura que esto no volverá a suceder", explica el experto. Y agrega: "El régimen laboral en el que viven los profesionales de los Servicios Sociales de inestabilidad y saturación hace muy complicado que ellos puedan empoderar a nadie porque también lo tienen que hacer con ellos mismos".
Dando cenas antes, durante y después
Al fin y al cabo, "el efecto revelador que la pandemia ha puesto de relieve ante la opinión pública ya era un hecho evidente para cualquiera que se moviera en la exclusión económica más fuerte", según Cabrera. Así lo defiende, también, Concha Colina, integrante de Plaza Solidaria, un colectivo que proporciona cenas calientes a quien lo necesite en el barrio de Lavapiés, en Madrid. "Empezamos hace nueve años y tan solo somos gente que ayuda a otra. Cocinamos la comida en nuestra casa y la entregamos en tuppers, de lunes a sábado a las 20.00 horas", explica la voluntaria. Ya conocidos en el popular barrio, con el paso del tiempo decidieron constituirse como asociación y así poder recepcionar las diferentes donaciones que les apoyan en su labor.
"Entre los voluntarios no tenemos un perfil concreto. Somos gente de 18 a 80 años entre los que nos encontramos chinos, franceses, italianos y estadounidenses", continúa Colina. En un ejercicio de memoria, y para demostrar que el hambre en España no es nada nuevo, recuerda cómo las consecuencias de la crisis económica de 2008 se dejaban notar entre los comensales: "Venían desde pensionistas hasta gente en situación de calle. Me impresionó ver, también, a jóvenes que estaban estudiando en la capital pero que ni ellos ni sus familias podían enfrentar más gastos que la matrícula y el hospedaje, así que venían a por comida", asegura.
Ella empezó a participar en Plaza Solidaria hace siete años y, según dice, nunca se le olvidará la imagen de los ancianos que se sentaban en los bancos de Tirso de Molina, el lugar en el que empezaron los repartos, a esperar a que llegaran con los tuppers. La pandemia también les arrebató la plaza, así que se integraron en la Plataforma La CuBa, donde decenas de voluntarios se volcaron de forma solidaria para dar apoyo y proporcionar la manutención que muchas otras personas del vecindario no tenían a su alcance. La CuBa estuvo en el local del Teatro del Barrio, por aquel entonces cerrado debido al confinamiento, desde donde dieron soporte alimentario a 3.000 vecinos.
Desde La CuBa daban cestas de comida según las necesidades de cada persona o unidad familiar, algo que han seguido repitiendo desde Plaza Solidaria, además de las cenas. En estos momentos, el veterano grupo de voluntarios se encuentra en la calle Olmo. "Ahora damos unas 200 cenas todos los días a gente que está en situación de calle o que ni siquiera tiene derecho a ERTE. Es gente que trabajaba en situación irregular limpiando casas o en la obra, y se han quedado sin lo poco que tenían", explicita Colina.
Apoyo en salud, educación, comida y trabajo
La pandemia también hizo que algunas personas concienciadas y procedentes de otras luchas sociales se organizaran en Vecines en red, un colectivo formado los primeros días del estado de alarma en Ciutat Vella, Barcelona. Es otro ejemplo de los tantos que se repitieron por toda la geografía española. Meritxell Pérez, vecina del Raval, participó activamente en la iniciativa en la comisión de alimentación. Como ésta, algunas más: salud, con psicólogos y trabajadores del centro de atención primaria; trabajo, ayuda en las gestiones de los ERTE; educación, para apoyar en lo necesario cuando se instauró la enseñanza telemática; vivienda, sobre todo en alquileres; y comunicación.
Entre el Raval y el Gótico, los dos barrios en los que proporcionaban alimentos, daban cobertura a 400 personas, "la mayoría migrantes pero también a vecinos de toda la vida que han sido siempre obreros", en palabras de Pérez. El día a día también dejó algunas enseñanzas, como a espigolar, tal y como lo llaman en catalán: "Recogíamos el excedente de los supermercados que ya estaba caducado o no ponían a la venta porque consideraban que no eran productos bonitos y los reciclábamos", explica la vecina del Raval. El trabajo conjunto con el Banc de Aliments finalizó en agosto, cuando esta entidad les dijo que para que siguieran recibiendo comida los casos de las personas que la solicitaban tenían que pasar por Servicios Sociales. "Aquí la gente que viene no tiene papeles pero sí miedo de la Administración, además que esos datos no se los podamos proporcionar porque es ilegal", desarrolla esta antigua técnica de iluminación y sonido.
"Ponemos el cuerpo, nos acuerpamos como mujeres blancas para que nos den un paquete de arroz, así de simple y estúpido es"
El debate del asistencialismo siempre sobrevoló en Vecines en red. Al igual que otros grupos de apoyo han desaparecido por esto mismo, desde este han conseguido reunir a unas 50 personas que se han empoderado para que sean ellas quienes consigan por sus propios medios la comida que necesitan. "Ayudábamos a varios centenares de personas y otros tantos estaban en lista de espera, pero veíamos que casi nadie ayudaba en el local y los repartos. Pusimos tres normas básicas: la ayuda mutua, que si no podían recoger la cesta lo dijeran con un día de antelación y que tenían que ayudar en el local, y si no podían que nos dijeran el motivo para entenderlo. Ahora son 17 unidades familiares, la mayoría de origen magrebí, y poco a poco están empezando a coger las riendas de la situación", concreta Pérez.
Eso sí, siempre han sido mujeres quienes han ido a por la comida y a limpiar el local. La necesidad, casi un año después del inicio de la pandemia, es más acuciante que antes. De hecho, siempre existió. "Como el Banc de aliments nos dejó de ayudar, todos los sábados por la mañana vamos a la puerta de un supermercado para que la gente nos ayude con lo que puede. Es increíble, porque si van solas casi nadie les da comida, así que las acompañamos. Ponemos el cuerpo, nos acuerpamos como mujeres blancas para que nos den un paquete de arroz, así de simple y estúpido es", finaliza la integrante de Vecines en red, donde llegaron a organizarse hasta 30 activistas.
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