madrid
En 2005 un juzgado de la ciudad brasileña de San Salvador de Bahía admitió a trámite una petición de Habeas Corpus para el chimpancé Suiza, que vivía en un zoológico de esa ciudad, aislado, asediado por el público, infeliz (más infeliz que yo cuando me tocan estos temas). Suiza nunca pudo disfrutar de su libertad porque fue envenenado por la noche antes de que se dictara sentencia. Sin embargo, su caso sirvió para que otros animales pudieran ser trasladados a santuarios o a su hábitat natural luego de largos procesos judiciales.
En el verano austral de 2014 se hizo viral un vídeo grabado en el zoo de Mendoza: un oso polar, al que habían bautizado con el nombre de Arturo, el último que quedaba en Argentina, sofocado, recorriendo su estanque en un día de intenso calor. Las imágenes hicieron que las organizaciones protectoras de animales solicitaran urgentemente su traslado a una reserva de osos polares en Canadá e iniciaran el debate sobre el futuro de los zoológicos y las condiciones en las que vivían los animales allí.
Basándose en el precedente brasileño, se presentó un hábeas corpus para su traslado, pero fue rechazado por improcedente porque, tras unas consultas con veterinarios, se llegó a la conclusión de que era más arriesgado trasladarlo que mantener las cosas tal y como estaban. Arturo falleció dos años más tarde como resultado de "haber entrado en un proceso de descompensación y deterioro marcado irreversible".
En 2014, cuando se decidía si se le trasladaba a Arturo a Canadá o no, la Asociación de Funcionarios y Abogados por el Derecho de los Animales (Afada), presentó un recurso de habeas corpus ante un Juzgado de Buenos Aires, para la liberación de la orangután Sandra, inquilina del zoo de Buenos Aires que sufría las visitas y el encierro al que se veía sometida. Se exigió moverla a un santuario de primates en Brasil. Inicialmente la petición fue rechazada, pero la organización apeló y salió un fallo de la casación que consideró que se trataba de un "confinamiento injustificado de un animal con probada capacidad cognitiva".
A partir de entonces, gracias al caso de la orangután Sandra, se les ubicó dentro de la categoría de persona no humana, ente que presenta signos característicos de humanidad y como tal, es capaz de adquirir derechos o contraer obligaciones. Sandra salió del zoo porteño hacia un santuario en Florida. Los casos de Arturo, Sandra o Cecilia, además de presionar el cierre de varios zoológicos (el porteño, el mendocino) supusieron un gran hito en el Derecho Animal en América Latina. Varios países, al igual que España, avanzaron bastante en esta materia.
Si bien en el caso argentino hablamos de unos precedentes y una serie de fallos, Colombia fue más allá y en 2016 aprobó una ley que reconocía a toda clase de animales como seres sintientes. Un año más tarde hizo lo mismo Guatemala. También lo hicieron en Perú: en el marco de su ley de Bienestar Animal se les reconoció como seres sensibles. Pese a estos avances, existen en muchos países de Latinoamérica todavía polémicas relacionadas con distintas prácticas que no están prohibidas por ley.
Siguen siendo legales en varios países las peleas de gallos, por ejemplo. Colombia, Honduras, Nicaragua, Panamá o Puerto Rico incluso lo reconocen como un derecho cultural de sus ciudadanos. No todos los países regulan el uso de animales en laboratorios. Solo Uruguay, Chile, Brasil, Argentina, Bolivia y la ciudad colombiana de Medellín prohíben de manera expresa las corridas de toros y las peleas de gallos. En el resto de los países se siguen organizando todo tipo de espectáculos taurinos.
Regresando a Argentina y al tema que nos preocupa: el de los galgos. Hace seis años se aprobó la ley de Prohibición de Carreras de Perros en todo el territorio nacional luego de años y años de trabajo de proteccionistas. La ley se promulgó después de que se hiciera público el trasfondo de las carreras de galgos, un espectáculo en el que el maltrato animal era desconocido. Se descubrió que a los perros los drogaban, se les daban esteroides para que les crecieran los músculos, las hembras se usaban como máquinas para parir a los perros corredores. Y los perros que perdían una carrera se descartaban como basura. Algunos aparecieron tirados en basureros o colgados de algún árbol, las imágenes se hicieron públicas impulsando la campaña #stopgalgueros.
Pese a que lleva años prohibido, cada tanto hay denuncias de carreras clandestinas. Y pese a las redadas policiales y a la incautación de los animales, no parece que esto vaya a cambiar hasta que no exista una conciencia ciudadana generalizada de que no se puede someter a los perros ni a ningún otro animal a esas condiciones. Más aún si esto se hace simplemente por pura diversión, como es el caso.
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