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La Memoria Histórica como trauma social: cuando el dolor (y el olvido) son una herencia

La impunidad de los crímenes del franquismo produce una sociedad "herida de base" que no reconoce "el impacto psicosocial vivido por todo un país", según la psicóloga Silvia Álvarez.

Archivo. La memoria, una herencia de lucha y olvido.
La memoria, una herencia de lucha y olvido. Juan Miguel Baquero

El silencio es un obstáculo y la culpa, un estigma. Las víctimas de graves violaciones de los Derechos Humanos encaran trabas que crecen, como un monstruo indomable, cuando el Estado impone el olvido y la sociedad asume la amnesia colectiva. Caso de los supervivientes del franquismo. Un fallo de sistema que en España convierte a la Memoria Histórica en una herencia que transmite dolor, culpa, silencio, olvido... Pero también amor, identidad y resistencia. Y un trauma social todavía vivo.

"Trauma viene de herida y, en el caso español, la sociedad está herida de base", expone Silvia Álvarez, psicóloga especializada en atender a familiares a pie de fosa común. Una realidad que deriva en una cuestión clave: ¿A quién le importa la salud mental de las víctimas del franquismo y de una nación sometida a la desmemoria? "Aquí no se reconoce el impacto psicosocial vivido de una u otra manera por todo un país y el entorno mira para otro lado", asegura.

"En esos huesos me encontré a mí misma", confiesa Adriana Fernández, presidenta de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de Argentina, en conversación con Público. Refiere, como ejemplo, la exhumación de su abuelo, Antonio Fernández González, el Cesterín, asesinado por terroristas de Falange el 9 de octubre de 1936 en Villanueva de Valdueza (León). El mismo día, 75 años más tarde, la tierra habla entregando sus restos.

Archivo. Adriana Fernández junto a su padre, Constantino, en la casa de su infancia en El Bierzo.
Adriana Fernández junto a su padre, Constantino, en la casa de su infancia en El Bierzo.  cedida

"Sentía que rescataba a mi abuelo de las garras del silencio y el olvido, que él me estuvo esperando durante décadas para que lo saque de ahí", cuenta desde Buenos Aires en conversación con este periódico. El duelo cerrado, como cicatriz. Justo la reparación que, a miles de kilómetros de distancia, busca otra familia. "A mi abuelo no lo hemos encontrado, lo estamos intentando", dice sobre Juan Fernández Macías, el agrimensor, su nieto, Juan Manuel Lozano, presidente de la ARMH de Espera (Cádiz) y psicólogo de formación. La herida abierta en canal, como herencia.

Una búsqueda de los desaparecidos forzados que topa con el franquismo sociológico y la "narrativa de los verdugos" vigente en el manido "no abrir viejas heridas". La "falta de empatía" afecta a "una gran parte de la sociedad", sostiene, y es callejera, aleatoria, y brota hasta en las propias familias. Una pifia que alimenta el desapego social con la Memoria Histórica y para el que pide "que esto sirva como un texto terapéutico" e incluso "dar un paso en el lenguaje, que las víctimas no se vean solo como eso, sino como supervivientes. A pesar de todo, nuestras abuelas supervivieron, fueron capaces de transmitirnos la memoria y estamos aquí recordándolos".

"Todas las violaciones de los Derechos Humanos dejan huellas indelebles en las víctimas y en la sociedad que las ha sufrido", explica Silvia Álvarez. Un daño con "especial relevancia" cuando el crimen sucede "amparado y provocado" por el Estado que luego establece "un régimen político que decide pasar por alto todo lo anteriormente cometido". Ahí nace el persistente problema de "impunidad" de las violaciones de Derechos Humanos cometidas por los golpistas y la dictadura de Francisco Franco.

Archivo. Juan Manuel Lozano con la foto de su abuelo, Juan Fernández Macías, el agrimensor.
Juan Manuel Lozano con la foto de su abuelo, Juan Fernández Macías, el agrimensor. Cedida

Duelos y silencios

Una clave es el funcionamiento de la memoria íntima. Cómo se transmiten las historias. Esa herencia. "Cuando preguntaba por mi abuelo la respuesta era que había muerto en una reyerta entre vecinos y estaba enterrado en el campo. Mi padre me decía que había paisanos que arando las tierras encontraban cuerpos. A él le decían una frase: Ahí donde el trigo crece con más fuerza, está la fosa de tu padre. Y ese lugar nunca se le borró de la retina ni del corazón", cuenta Adriana Fernández desde Argentina.

"Preguntaba por las fotos, la casa es como un museo de él... ya con unos 15 años mis tías me cuentan que al abuelo lo mataron. Ahí empiezo a tener conciencia del crimen. Dicen que era muy honesto, que dirimía conflictos de lindes y nunca hizo una mesura que no fuera la correcta", interviene Juan Manuel Lozano desde Cádiz. "Esa tristeza, y ese silencio, forman parte de mi identidad. Ese no poder hablar me lo han transmitido y también lo sufro, incluso sin haber conocido a mi abuelo", confiesa.

Para Silvia Álvarez, el silencio en casa sobre las víctimas es una herramienta protectora

Mantener la boca cerrada. "No hablar" en casa como herramienta protectora que fluye además como puro sostén del martirio continuado. La "transmisión intergeneracional" es evidente, asegura Silvia Álvarez, que ha atendido a pie de fosa a víctimas en diversos contextos. "Los miedos se generalizan", calan, como en una transferencia emocional. Con una "parte oculta", que ataca desde el subconsciente: "Mi familia no es como las demás, tiene algo que ocultar... y eso marca tu identidad a lo largo de generaciones".

Archivo. Víctimas del franquismo en el cementerio de Sevilla.
Víctimas del franquismo en el cementerio de Sevilla. Juan Miguel Baquero

"El duelo comienza con el shock, con la conmoción de la trágica noticia y luego la víctima va dando pasos e integrando ese dolor en su propia vida", explica la psicóloga. "Pero la negación social de esa pérdida –continúa– hace que ese duelo no se complete y quede anclado en el momento del trauma, del dolor, ahí hablamos de los duelos diferidos o complejos que explotan al tener noticias de la persona desaparecida y esto se aprecia muy claro en una exhumación, por eso son tan intensas; como no se pudo siquiera echar a andar el proceso de curar ese duelo, se revive todo como si fuera ayer".

Traumas y culpas

"Encontrar a mi abuelo es un momento bisagra en mi vida. Fue reparador. Y no solo encontrarlo a él, en esos huesos me encontré a mí misma", revela Adriana desde Buenos Aires. "A mi abuelo lo pude encontrar y eso no es un final, es un principio, porque de cuántos no se sabe y están sus historias silenciadas. Hay más de 100.000 republicanos y republicanas enterrados en las fosas, en las cunetas", denuncia. La necesidad de resistir, "de que la única lucha que se pierde es la que se abandona".

"A mi abuelo no lo hemos encontrado, lo estamos intentando", tercia Juan Manuel desde tierras gaditanas. "Vamos a buscar en un paraje donde a mi abuela y mis tías les dijeron que está enterrado cuando le dieron el paseíllo y lo mataron", apunta. "Cerrar un duelo, que sea sano, necesita una despedida y un ritual que te enmarque dentro de la sociedad a la que perteneces", advierte la psicóloga. Es el modo de "reconocer la pérdida", de romper con un entierro digno el maleficio de los victimarios.

España ha echado un manto de silencio sobre las víctimas del franquismo, según Lozano

"Un trauma es un dolor muy profundo de algo que te ha pasado y no llegas a comprender, como que te asesinen a alguien, y el silencio puede servir al principio como defensa pero así la herida cierra en falso, no cura... eso es lo que ha hecho este país con las víctimas del franquismo, echar un manto de silencio", describe Lozano. ¿Y la culpa? Ser causante del trauma original afecta a descendientes... de víctimas y verdugos.

Archivo. La muerte de Juan Fernández Macías, escrita en el libro familiar.
La muerte de Juan Fernández Macías, escrita en el libro familiar. Cedida

Quienes sufren la violencia golpista "no se sienten culpables, ni a sus familiares", al menos en la forma directa del pecado, la falta, la infracción, según Álvarez. Aunque sí arrastran "un sentimiento más emocional, subliminal, interiorizado, como un peso heredado". En el lado oscuro, en el caso español, el linaje de quien aplica el terror "no quiere saber nada". Conocen la arquitectura de la matanza y "tienen información, pero manipulada, revisionista y heredera de la dictadura". Pasan o, peor, toman partido por sus victimarios, "a diferencia de lo que ha ocurrido en otros países".

Un fallo de sistema en España es que la "historia oficial" no reconoce a las víctimas y deja abierta una brecha por la que entran de lleno los discursos de extrema derecha. Un error que, junto al olvido impuesto, alimenta "los efectos de la impunidad, que no son solo del pasado, ni siquiera del presente, sino que configura el futuro de nuestra sociedad", alerta la psicóloga especializada en atender a víctimas del franquismo.

Archivo. Adriana Fernández con su padre y su tío, Constantino y Antonio, en la exhumación de su abuelo, junto al arqueólogo René Pacheco.
Adriana Fernández con su padre y su tío, Constantino y Antonio, en la exhumación de su abuelo, junto al arqueólogo René Pacheco. Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)

La herida está abierta. Y el trauma social, vivo. "Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir", apuntó el escritor portugués José Saramago. Sin memoria no hay historia. Y a veces, incluso, la historia está en los huesos. Porque acaso, como dijo el Premio Nobel de Literatura, "hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia".

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