madrid
Actualizado:Sale Sánchez en la pantalla y todos silban:
– ¡Felón! ¡Hijo de puta!
– ¿Quién ha dicho felón? – pregunta uno de ellos.
El primero, el que profiere los insultos, se escurre entre la gente al percatarse de que todavía es temprano y el ambiente no está lo suficientemente caldeado. Enseguida, la masa olvida al insultador y todos se centran en vitorear con mucha fuerza: es Feijo (sic) quien sale ahora en pantalla.
Queda todavía una hora larga para que empiece la manifestación (aunque no lo llamen manifestación) a favor del Partido Popular (aunque digan que es por la igualdad). En la placita de Felipe II, lugar muy largo pero muy estrecho, se va congregando la gente.
Aquella plaza, quizá poco icónica en comparación con otros espacios de Madrid (Puerta del Sol, Plaza de España, Plaza de Colón), queda justo entre El Corte Inglés de Goya y el Wizink Center, más que conocido espacio multiusos que suele abarrotar Felipe II tras cada noche de concierto. Hoy, se prevé un público algo diferente.
Desde la calle de Narváez empiezan a llegar multitud de grupos provistos de banderas constitucionales (también alguna previa, pero hay que ser justos y reconocer que las que menos). Estos grupos son los que vienen de otras provincias en los autobuses fletados por el Partido Popular que, por algún motivo inexplicable, se encuentran aparcados en el carril bus de la citada calle sin que ningún policía (hay nacionales y locales por todos lados) diga nada. Órdenes de arriba, qué sé yo.
El acto empieza a las 12.00. Sin embargo, son todavía las once y media, quizá algo antes, cuando un grupo de señores se acerca hasta la plaza, que ya empieza a abarrotarse, con unas cajas gigantescas de cartón. De ellas y como ratoncitos Pérez de la derecha, empiezan a sacar unas pancartitas chicas, de esas que se hacen con los clásicos palos de madera para los pinchos morunos, en las que se lee literalmente "Feijo, ¡fijo!".
Por unos instantes, en Felipe II se mastica una confusión extraña; algunas voces dejan caer que aquellas pancartas con el apellido mal redactado del presidente del PP, que en verdad se escribe Feijóo, pueden ser una jugarreta de algún narcocomunista o filoetarra o independentista o del mismísimo Puigdemont, quien podría haberse buscado un peluquero en la calle Serrano para convertir su pelo tazón en tupé cayetano e infiltrarse a sabotear el acto. Pero no, vaya, parece que es la propia organización la que reparte las pancartitas con la errata.
El sol aprieta, pero no mucho, y la mañana parece bastante propicia. Es, como dije antes, tempranito todavía, pero eso no impide que de la media docena de bares que flanquean la plaza (y que suelen hacer su agosto con conciertos como los de la Rosalía en el Wizink) vayan saliendo hombres y mujeres bien cargaditos de cañas y tercios. Que se note la libertad.
Según se va acercando la hora de empezar el acto, empiezan a llegar también personas a las que les gusta disfrazarse: con una pancarta en la mano que asegura ser hoy el funeral de España si no se remedia, llega un señor extremadamente mayor disfrazado de legionario; cruzando una de las esquinas de Felipe II con Narváez, otro con una gorra blanca de la armada; cerca del lateral derecho (siempre mirando al escenario), un cincuentón con una especie de morrión de plástico muy malo; por todos lados, gente con gorras y pulseras y chaquetas y sombreros y zapatos con la bandera de España. El evento empieza a parecer una especie de drag race, solo que en versión trumpista y cañí.
De repente, ya con la plaza petada, se escucha que el acto va a empezar: la grada chilla vítores. Como en un partido de fútbol, el maestro de ceremonias empieza a relatar la alineación, anunciando la llegada de Martínez Almeida, José María Aznar, Mariano Rajoy y Núñez Feijóo. Por lo que sea, el señor del megáfono se olvida de mencionar a Isabel Díaz Ayuso, quien provoca un estallido de vítores y lágrimas turquesas en la plaza cuando su cara aparece en las pantallas gigantes.
El primero en hablar es el alcalde de Madrid, quien pasa sin pena ni gloria por el escenario y se lamenta del plan que tienen los independentistas para romper España (el evento se vende como un funeral, pero parece una fiesta). Al acabar, los aplausos son correctos, pero no excepcionales.
Tras él, el pibe de la megafonía anuncia el nombre de la presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, y Felipe II, que empieza a estar tan llena que se convierte en algo incómodo estar allí, se cae con los vítores y coreos de "presidenta".
Mientras Ayuso empieza su discurso, reivindicando primero que Felipe II estableció la capital del reino en Madrid para decir después que en esta ciudad no se fabrican nacionalismos, un señor, no parece demasiado mayor, escala un andamio de obra para hacerse un selfie con la presidenta –y El Corte Inglés– de fondo.
Abajo, la plaza parece estar a punto de perder los papeles con la mandataria de Madrid, quien acaba todos los puntos de su discurso con un "de ninguna manera" que es coreado y anticipado con locura por los asistentes: parece que Ayuso ha venido aquí a sembrar eslóganes de campaña.
Tras su discurso, los aplausos sacuden con fuerza el barrio de Salamanca (nada de esto fue un error, tampoco el emplazamiento elegido) y algo se rompe en la muchedumbre de votantes del PP: la fiesta sigue, pero no igual.
En el turno de Aznar, la pasión no es tan palpable como la vivida con Ayuso y en el fondo sur, al igual que en La Bombonera, se escuchan cánticos que interrumpen el discurso de Aznar: interesa más el "Puigdemont a prisión" o "Sánchez, felón" que lo que el propio presidente de FAES tenga que decir (de hecho, se oye algún que otro toque de atención hacia los que no dejan de cantar).
Con Rajoy, la guisa sigue igual y los asistentes empiezan a agobiarse, pues la plaza es realmente estrecha y hay demasiada gente, mucha más de la esperada (según Policía Nacional, unas 45.000), y puede haber un problema grande de congestión.
De hecho, esto mismo lo saben los asistentes, quienes empiezan a abandonar muy despacito Felipe II (quizá sabiendo que pueden escuchar el evento desde las calles aledañas, cortadas completamente al tráfico) antes de que empiece a hablar el propio Feijóo o Feijo, supuesto cabeza de cartel de la jornada.
Por los alrededores de la plaza, el barrio de Salamanca de Madrid, símbolo del viejo casticismo del poder económico de España, se encuentra completamente peatonalizado y lleno de gente que, sin terminar de hacer caso al candidato a presidente del Gobierno, aprovecha para tomar cervecitas en medio de la calle mientras se hace fotos con banderas de España y pancartas con odas contra el nacionalismo catalán. Nuevamente, el funeral recuerda más a una fiesta.
Así, con el barrio rico de Madrid lleno de banderas y cañas, acaba uno de los eventos de oposición más multitudinarios de los últimos años, organizado por el supuesto ganador de las elecciones y solo dos días antes de su presunta elección. En los rebufos de las equinas, por cierto, se habla de que la OPA hostil de Díaz Ayuso se está convirtiendo en un rescate financiero forzoso, pero esto quizá sean solo habladurías de barrio.
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