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"Por un 2024 en el que las encuestas, al menos las nuestras, sí acierten", brindaban esta Navidad en Génova. El 2023 iba a ser el año de Alberto Núñez Feijóo y hasta la primera mitad lo fue; tanto que el presidente del PP entró en el mes de julio, a lomos de la demoscopia, repartiendo asientos ministeriales y fotografiándose con La Moncloa de fondo. Pero las urnas tenían otros planes para él y el 23 de julio descendió a los infiernos: no sería presidente del Gobierno a la primera, como siempre creyeron en su equipo.
En el PP dedicaron el mes de agosto a recomponerse y recomponerlo, a Feijóo, del shock y han acabado el año presumiendo de que, por un lado, Feijóo es el primer presidente popular que gana unas elecciones generales a la primera y, por otro, el primero que no puede gobernar.
"Le costó creerse el papel de líder de la oposición", razona un barón del PP haciendo balance del año. La reflexión es compartida por otros presidentes autonómicos, que ven a Feijóo — "ahora"— decidido a hacer oposición durante toda la legislatura, un puesto que asumió como una suerte de interinidad entre los mandos de la Xunta de Galicia y los del Ejecutivo central, pero del que todavía no ha conseguido despegar.
Así, difícilmente olvidarán el 2023 en el partido conservador. Y no solo porque haya supuesto un punto de inflexión en la biografía política de Feijóo, hasta ahora envuelto en un manto de mayorías absolutas, sino porque también ha marcado un antes y un después en la historia de un Partido Popular que ya no debate si pactar o no con Vox: su gran gesta del 28 de mayo pasa por su alianza con la extrema derecha. Ambos sucesos son indisociables.
¿Estaría Feijóo en La Moncloa de haber aclarado antes su predisposición a acordar con Vox? ¿Lo estaría de haber impuesto el veto a la entrada de la extrema derecha en los gobiernos autonómicos y municipales? ¿Hizo exactamente lo que Pedro Sánchez esperaba que hiciera cuando adelantó sorpresivamente las elecciones generales? Son las preguntas que se hicieron en el partido tras el 23J y que, de forma mayoritaria, les llevó a un diagnóstico: el miedo a Vox y la ausencia de una estrategia común lastraron sus opciones de gobernar.
Si el año para Feijóo fue excelente en la primera mitad y empeoró a partir de junio, la campaña electoral fue un fifty fifty (cincuenta cincuenta) prácticamente simétrico: la primera semana todo salió a pedir de boca para el PP y en la segunda se frustró. Las encuestas internas del partido, que en los últimos días ya pronosticaban un éxito menos rotundo del esperado, así lo reflejan.
Y mientras desde los territorios señalaban "errores" de bulto de Feijóo, en Génova apuntaban a los pactos más ruidosos con Vox como el del País Valenciá o Extremadura —el primero porque Carlos Mazón firmó un acuerdo que asumía todos los postulados ideológicos de la extrema derecha y el segundo porque María Guardiola puso en evidencia la intromisión de Génova en las autonomías—.
Creen unánimemente, aun repartiendo culpas, que a Sánchez "le salió bien la jugada" y consiguió que el camino a las generales fuese un goteo de abrazos del PP con la extrema derecha de los que Feijóo intentó desligarse, "pero no era creíble".
Es así como entre mayo y agosto el PP se hizo con buena parte del poder territorial, pasó de 89 a 137 diputados, consiguió la mayoría absoluta en el Senado y, sin embargo, fracasó. Fue la digestión de una derrota. "Las expectativas", repetían en Génova insistentemente en las semanas posteriores.
Los más críticos con Feijóo empezaron a airear entonces los reproches: "Nunca tuvo que hablar de la mayoría absoluta", apuntaban unos; "uno no puede pelearse nunca con una periodista en directo", recriminaban otros. También señalaron a Vox para culpar a Santiago Abascal por su discurso incendiario en Catalunya, donde, a pesar del crecimiento del PP, el PSC se hizo fuerte.
Empujado por la amnistía a una oposición sin cuartel
Al mismo tiempo que analizaban qué había pasado para quedarse fuera de La Moncloa, Feijóo se presentó a una investidura que sabía fallida desde el día siguiente de las elecciones: el apoyo de Vox era un repelente para otras formaciones políticas como el PNV y sin un acuerdo con Vox no había aritmética posible para el PP.
Uno de los argumentos fuerza del presidente popular desde aquellas semanas de negociaciones en las que, en secreto, contactaron también con Junts para tantear su apoyo es que tuvo a su "alcance" ser presidente del Gobierno, pero lo rechazó para no ceder ante las fuerzas independentistas. Abascal ha dejado claro que si Feijóo hubiese llegado a un acuerdo con el partido de Carles Puigdemont ellos no habrían apoyado su investidura.
Con el discurso desbaratado por sus socios, el nuevo líder de la oposición recuperó fuelle con la ley de amnistía en la recta final del año. Hasta ahora reacio a agitar las calles, se ha entregado a esta estrategia y se ha alineado con las tesis del ala más dura del PP, a la que ha hecho hueco privilegiado en su equipo titular para la legislatura devolviendo a Cayetana Álvarez de Toledo y Rafael Hernando a la primera línea. Feijóo y su equipo prometen una oposición sin cuartel.
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