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Ningún objetivo, por legítimo que sea, puede justificar el ataque indiscriminado a civiles inocentes. Los atentados de París no son actos de guerra, sino terrorismo salvaje puro y duro. Quede claro, pues, que no se trata de justificar, sino tan solo de entender.
1.- París en el corazón
París y Francia no son Madrid y España, pero para muchos españoles París es mucho más que la capital de un Estado vecino y amigo. Allí viajan cada año centenares de miles de españoles, que disfrutan de su arquitectura, sus museos, su gastronomía, sus luces y ese algo etéreo llamado esprit. Allí viven decenas de miles de españoles. Allí estudian miles de jóvenes españoles. Allí se acogió y se dio una nueva vida a miles de republicanos derrotados en la guerra civil. Allí hay una alcaldesa y un primer ministro españoles de origen. Allí viajaba durante la dictadura quien buscaba un soplo de libertad. París es un poco de todos los españoles. Por eso sentimos como propia la herida que sufrió anoche.
2.- Respuesta proporcionada
La emoción del momento no debe conducir a una respuesta desproporcionada que haga pagar a justos por pecadores. Sean o no sean los atentados consecuencia de los bombardeos franceses contra el llamado Estado Islámico, sería un gran error dejarse llevar por el deseo de venganza, intensificar los ataques, aún a riesgo de causar miles de víctimas inocentes, en detrimento de la búsqueda de una solución negociada al conflicto que ensangrienta Oriente Próximo. La reacción a esta matanza debe ser más defensiva que ofensiva, más policial que bélica.
3.- El cambiante valor de una vida
Estamos ante el 11-S o el 11-M francés, pero no hay que olvidar que una vida es una vida, aquí, en Kandahar, en Damasco o en Mosul. 128 muertos —o los que finalmente sean— suponen una cifra aterradora, pero palidece ante el balance de las guerras en Siria —más de 250.000—, Irak y Afganistán, por no hablar de las de Gaza. Los muertos de París los sentimos como propios, pero gran parte del mundo árabe y musulmán (y por supuesto los asesinos de anoche) también sienten como propios los muertos de todos esos conflictos. Eso no justifica su salvajismo suicida, pero sí ayuda a entender cómo se ha llegado a esta situación trágica.
4.- El pecado original
Ha generado tantos tentáculos la hidra del terror y la violencia en Oriente Próximo que a veces se olvida el pecado original, la madre de todos los motivos: el conflicto palestino-israelí, cada vez más enconado y en el que el Estado judío no sabe o no quiere utilizar otro medio que la fuerza bruta, la ocupación y represión en Palestina y el desprecio de los derechos nacionales de este pueblo. Europa —Francia también— comprende la causa palestina, pero no mueve un dedo para que se haga justicia. Y EE UU, incluso con el Nobel de la Paz Obama, no se mueve un ápice de su apoyo incondicional a Israel, una garantía de seguridad sin fisuras que incluye que sea el primer receptor de ayuda militar norteamericana.
5. Los pecados que siguieron
El apoyo al golpe de Estado que impidió que los islamistas moderados llegasen al poder en Argelia por la vía democrática; las dos invasiones de Irak que acabaron con el régimen de Sadam Husein, que gozó durante décadas del apoyo occidental y que suponía una garantía de estabilidad frente al caos actual; la invasión de Afganistán, que ni liquidó a Al Qaeda y los talibanes, ni sacó al país de la miseria ni a las mujeres de detrás del burka; la pésima gestión de la primavera árabe, con incongruencias y doble rasero por parte de Estados Unidos y sus aliados; el fracaso de la intervención militar en Libia, hoy sumida en el desgobierno, la violencia y la ruina; la vergonzosa alianza occidental con el poder más reaccionario de la región, Arabia Saudí; el respaldo al golpe en Egipto que derribó a los Hermanos Musulmanes de un poder obtenido en unas elecciones limpias. Etc., etc., etc.
6.- Yihadistas franceses y ‘lobos solitarios’
Los terroristas de los atentados de enero resultaron ser musulmanes de origen magrebí, pero de nacionalidad francesa, incluso nacidos en Francia. No sería raro que ocurriese lo mismo con los que causaron el horror de anoche. El problema de Francia no es que tenga cinco millones de musulmanes, sino que no ha sido capaz de dar con la fórmula mágica para integrarlos, para que la inmensa mayoría se identifique con los valores republicanos. La discriminación laboral y social que nos ocultan tantas películas francesas en las que la raza nunca parece un obstáculo, el difícil mundo de las banlieues explosivas, constituyen el caldo de cultivo que promueve la marcha de muchos musulmanes para combatir en las filas del Estado Islámico. La rabia por lo que ocurre en Oriente Próximo convierte a jóvenes educados en los valores laicos y democráticos en fanáticos y suicidas lobos solitarios capaces de ponerse un cinturón explosivo y disparar indiscriminadamente contra sus compatriotas. No obstante, los ataques de noche, por el número de implicados, el armamento utilizado y la diversidad de objetivos, parecen más bien resultado de una planificación difícil de imaginar en terroristas no organizados.
7.- Combustible para Le Pen
Como ocurrió en enero con los ataques a la sede de Charlie Hebdo y a un supermercado judío, los atentados de anoche en París serán, con toda probabilidad, rentabilizados por la ultraderecha de Marine Le Pen, camino de convertirse en la primera fuerza política, gracias en buena medida a la debilidad de las dos formaciones en las que se ha basado durante décadas la estabilidad política en Francia. Que lo logre o no será consecuencia de su reacción ante una situación crítica como la actual. Y, sobre todo, de que no se intente frenar al Frente Nacional robándole su ideología, asumiendo siquiera en partes sus presupuestos xenófobos por considerar que pueden tener un alto valor en votos.
8.- Francia, país de asilo, no fortaleza
Si hay un país de asilo por antonomasia, y por tradición, ese es Francia, que casi siempre acogió con los brazos abiertos a los perdedores de guerras ajenas, como la civil de España. La masiva afluencia de refugiados huidos del horror de Oriente Próximo, África y Afganistán ya causaba algunas grietas en la tradicional política de acogida y amenazaba con levantar parcialmente los muros de la fortaleza Europa ya erigidos en otros países de la UE. Lo deseable sería que, aún en el peor de los casos, estas matanzas no contribuyan a cerrar las fronteras francesas a los desesperados que tienen que elegir entre el éxodo y la muerte. Eso exigirá mucha sangre fría y mucha habilidad, materias primas que suelen escasear cuando la sangre propia parece exigir venganza.
9.- París blindado
Ante la próxima celebración en París de la cumbre del clima, que reunirá a los líderes mundiales, estaba ya previsto un impresionante despliegue de seguridad y una suspensión provisional (ya en vigor) de la libertad de movimientos consagrada en el acuerdo de Schengen. La medida, que en principio pudo parecer exagerada, resulta proporcionada tras los atentados de ayer. Pero si ya iba a ser una ciudad blindada, ahora lo será más, con una presencia policial y militar y unos controles en las calles que amenazan con desvirtuar su personalidad de ciudad abierta y cuna de libertades. Aun así, el daño será mínimo si las cosas vuelven a su cauce tras la cumbre, y el comprensible dispositivo de seguridad se hace compatible con la recuperación de la normalidad en una ciudad que no se entiende en estado de sitio.
10. España en la diana
Lo que anoche ocurrió en Francia podría ocurrir mañana en España, que también es considerado un enemigo irreconciliable por el terrorismo yihadista. Otra cosa es que se sitúe en primera línea de los objetivos de Al Qaeda o el Estado Islámico. En esa lista, están muy por delante, EE UU, el Reino Unido, Francia y desde hace poco Rusia, que ya pagó un alto precio: el derribo de un avión comercial sobre el Sinaí. Pero, a veces, no se ataca donde se quiere, sino donde se puede y, por lo que se ve, el territorio británico, y sobre todo el norteamericano, están demostrando ser poco vulnerables, y no han sufrido ningún atentado de gran envergadura. Por eso España, que ya sufrió la tragedia del 11-M, hace ya más de 11 años, debe protegerse con todos los medios a su alcance. Su defensa podría incluir una política exterior menos subsidiaria de los intereses norteamericanos pero, siendo realistas, eso no parece muy probable, ni con este Gobierno ni con el que venga. Hay que apostar de forma inmediata por unas medidas de seguridad que, en forma alguna, pueden pasar por la xenofobia y la violación de derechos fundamentales, sino tan solo por la aplicación justa y proporcionada de las leyes.
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