Darcy Lockman era una psicóloga clínica y periodista hace ocho años cuando publicó Toda la Rabia. Madres, padres y el mito de la crianza paritaria en Estados Unidos. En este libro, que ahora llega a España actualizado y editado por Capitán Swing, recopiló los estudios, las investigaciones y la información disponible sobre el reparto del trabajo doméstico y la crianza entre ambos progenitores en Estados Unidos y en el resto del mundo y sus motivos. Ella entonces criaba, junto a George, a dos hijas de seis y tres años. Las conclusiones, incluidas las personales, son demoledoras: en la actualidad las mujeres trabajadoras dedican aproximadamente el doble de tiempo que los hombres al cuidado de la familia en los países desarrollados. España no es una excepción en eso. A pesar del creciente poder económico de las mujeres, seguimos viviendo una situación de desigualdad flagrante en nuestros hogares.
¿El feminismo ha conseguido más fuera que dentro de casa?
Sí. Y tiene sentido que el foco del movimiento feminista se centrara en que las mujeres fueran capaces de ganar dinero. Si no te mantienes, no tienes otra opción que depender de alguien que puede ganarlo. Así que conseguir más libertad y oportunidades en el mundo del trabajo era importantísimo. Pero el plan era que cuando las mujeres fueran ganando su propio dinero los hombres fueran haciendo parte del trabajo en casa. Eso no ocurrió. Las mujeres no se sintieron con derecho de hacer menos trabajo en casa. En los 90 estábamos tan contentos de que las mujeres hubiéramos podido entrar en el mercado laboral que la conversación se paró ahí. No se tradujo en la lógica que presuponíamos. Ahora las mujeres tienen dos lugares de trabajo.
El reparto de tareas hoy en Estados Unidos, cuando los dos progenitores trabajan fuera de casa, supone el 65% de las responsabilidades del cuidado de los hijos y sus parejas para ellas y el 35% para ellos. Estos porcentajes se mantienen estables desde el año 2000. Entre 1965 y 2000 se incrementó la responsabilidad masculina y el tiempo dedicado del 20% al 35% y luego se estancó. Lleva así dos décadas. ¿Por qué los hombres no hacen más?
En el libro propongo que no nos preguntemos por qué el cambio es tan lento sino por qué los hombres se resisten. Lo hacen porque en el fondo sienten que no tienen por qué, que es trabajo de mujeres. Y en esto estamos involucrados ambos géneros. Muchas veces nos decimos que si él colabora somos afortunadas. Una pareja me decía la semana pasada en la consulta, en una de sus primeras sesiones, que se llevan bien pero que ella se había dado cuenta de que él nunca había limpiado el cuarto de baño en los diez años que llevan de convivencia. Ni siquiera durante la pandemia, cuando no tenían asistenta y estaban los dos en casa.
Él es un tío muy majo, me miró y me explicó: la verdad es que si lo pienso bien lo que pasa es que odio limpiar el cuarto de baño. Luego me arrepentí, porque un terapeuta no debe avergonzar a su paciente, pero en el momento le contesté: "¿Tú de verdad crees que a tu mujer le gusta limpiar el baño?". Mi marido decía cosas parecidas o esa misma, incluso. ¿A quién coño le gusta limpiar el baño?
Al hilo de eso, recuerdo una frase de la escritora y activista bell hooks que usted subraya: "No podemos hablar de amor cuando hay dominación".
"Cuando un hombre dice que su tiempo es más valioso que el tuyo está diciendo que él es más que tú"
Claro, porque ¿qué está diciendo un hombre cuando comunica que su tiempo es más valioso que el tuyo? Lo que en realidad está diciendo es "yo soy más valioso que tú". ¿Y qué dice una mujer cuando hace más que su marido? Está diciendo "tú tiempo es más valioso que el mío". Así que sea lo que sea que pase en la relación siempre estará en medio este acuerdo previo: tú eres más importante que yo. Y es una dinámica en la que jugamos los dos. Yo personalmente también participé en eso con mi pareja. Y la siguiente pregunta es: ¿Cómo vivimos con eso? Nacemos con el sentimiento de justicia y de equidad. Es parte de ser humano. Los estudios lo han confirmado incluso en bebés y niños pequeños. Hay un sentido de la justicia que todos tenemos.
Sí. Y esa injusticia rompe relaciones. En las de antes de 1975 el empleo de la mujer se consideraba mayor riesgo de divorcio. Ahora el injusto reparto de las tareas de crianza y de cuidados es una de las principales causas de ruptura. Usted sostiene que cuando hay una situación injusta los dos involucrados sufren. Uno más que otro, ¿no?
Me explico: ¿quién se beneficia más en una pareja en la que no se reparte bien el trabajo? Ella se siente enfadada y él culpable. Eso no es felicidad para ninguno de los dos. Yo estoy tan feliz en mi matrimonio pero mi mujer es muy infeliz, dirá alguno. Pero es que eso no puede ser. Los sentimientos de uno afectan a los del otro.
Cuando publiqué el libro en Estados Unidos me llegaron algunos mails de hombres cabreados, claro. Pero también me llegaron mails de hombres que me decían que no sabían lo que les pasaba, que no podían ponerle nombre y que muchas gracias por darme el lenguaje y las herramientas con las que darme cuenta de lo que nos estaba pasando.
En 'Toda la Rabia' le pega un buen repaso a los hombres. Describe su margen para olvidar en la crianza que las mujeres no tienen, su falta de disponibilidad, su resistencia al reparto equitativo de tareas por costumbre, por comodidad, por desidia. Pero también hace responsables a las mujeres de lo que ocurre. ¿Cuál es el mecanismo principal que genera esta situación?
"Los hombres esperan a que las mujeres les digan qué hay que hacer"
Absorbemos lo que hay en la sociedad. Los hombres y las mujeres sabemos que es trabajo de mujeres. Las mujeres automáticamente se responsabilizan de todo lo que supone la crianza y los hombres, incluso cuando tienen valores progresistas que incluyen vivir en pareja en igualdad, esperan a que las mujeres les digan qué hay que hacer. Mi mujer lo sabe/hace mejor. Esperaré a que ella me diga. Y eso es mucho trabajo. La carga mental de criar, pensar lo que hay que hacer y planificarlo, recae en las mujeres por sistema.
Me estoy acordando de una de las parejas que entrevisté para el libro. Les pedí que me contaran un caso de su carga mental que recordaran respectivamente. Ella recordaba que las niñas necesitaban leche y cereales para el desayuno porque se habían terminado, que estuvo todo el día pensándolo y que en cuanto salió del trabajo fue al súper y los compró. Él recordaba que su mujer le pidió que le recordara que ella tenía que comprar una camisa nueva para él.
Y no es que sean malos, ni mezquinos, ni nada de eso. Es que los criamos para que prioricen sus necesidades y a ellas para que prioricen las necesidades de todos y que mantengan la paz. Ese es el marco en el que luego nos relacionamos en pareja, cuando nos convertimos en hombres y en mujeres, y es un marco muy destructivo.
Sin embargo, en las últimas generaciones sigue pasando y se han criado en otra cosa que no será perfecta pero sí más en igualdad que hace veinte años. Usted dice que le pasa incluso a los presuntos hombres feministas. ¿Cómo es posible?
Sí, es verdad. Creemos que nuestros valores proyectan nuestra conducta. Pero en mi experiencia lo que he descubierto es que es justo lo contrario. Nos comportamos y luego justificamos lo que hacemos con nuestros valores.
El hombre del que te hablaba antes, el que nunca ha limpiado el cuarto de baño, claro que creía en repartir todo el trabajo, en dividirlo en dos, pero no vamos por ahí pensando en nuestros valores todo el rato. Quizá a la hora de votar o en cosas trascendentales. El resto del tiempo actuamos de una manera automática, hacemos lo que nos hace sentir bien. Y lo que nos hace sentir bien, tanto a hombres como a mujeres, es la idea de que criar es tarea de mujeres.
A las mujeres también nos mete mucha caña. Cuenta que nos pierde sentirnos irremplazables, moralmente superiores, que absorbemos toda la carga volviéndonos intolerantes con sus incompetencias, que muchas confundimos criar con maternar en turnos de 24 horas y la trampa que puede ser sentirnos agradecidas porque nos "ayudan".
Sí, los hombres están entre el 3 y el 5% de los mamíferos macho que contribuyen de alguna manera con la post-inseminación de su prole. Ese dato es fuerte. Pero somos personas, no animales.
Nos ponemos agradecidas para salir de la frustración, porque es muy difícil no sentirte frustrada cuando sientes que no estás siendo tratada justamente. Y cuando se lo dices y él te dice que estás loca y que estás sobreactuando y que él hace mucho, tú puedes elegir pelear –cosa que no creo que sea una mala opción– o puedes decirte "tengo suerte, al menos friega los platos".
El agradecimiento no está mal, pero no debe ser el punto y final. No te debes contentar con las migajas cuando estás muerta de hambre.
También dice que las mujeres nos hemos puesto más exigentes con nosotras mismas como madres. ¿Por qué se han elevado los estándares de la maternidad?
"Los estándares sobre cómo ser una buena madre se han hecho más exigentes desde que trabajamos fuera de casa"
Los expertos lo llaman la maternidad intensiva. En la serie Mad Men, que creo que también se vio en España, veíamos a las madres amas de casa de finales de los 50 y principios de los 60. Estaban en casa, pero no estaban muy pendientes de sus hijos. Se aseguraban de que no estuvieran en peligro, pero no interactuaban mucho con ellos, ni compartían tiempo de calidad, ni nada de eso. Y no lo critico. Sólo lo observo. Los estándares sobre cómo ser una buena madre se han hecho más exigentes desde que trabajamos fuera de casa. ¿Quieres trabajar fuera de casa? Bien. Pues entonces todas las interacciones con tus hijos tienen que estar cargadas de significado y asegúrate de que la casa esté limpia y la cena en la mesa a tiempo.
Cuando llevaba a mis hijas al parque siempre había madres que tenían el snack perfecto: fruta, zumo, lo que fuera para el momento. Yo nunca pensé que fuera importante llevar siempre encima la comida ideal para cada ocasión, pero ver cómo otras sí lo hacían me hacía sentir que no estaba haciendo bien el trabajo. En los medios de comunicación, culturalmente nos bombardean con imágenes de madres perfectas. El libro va de eso también. De entender qué es lo que nos rodea, cómo es el agua en que nadamos para que podamos tomar buenas decisiones personales.
Y lo mismo para los hombres. El libro pretende ser un mapa, una guía sobre todo el sexismo que nos rodea y nos invade para que conociéndolo podamos tomar más el control de nuestras parejas y de nuestras vidas.
Entre las soluciones que propone están las listas y los excel, repartir sobre un papel el trabajo. También cuenta las iniciativas políticas, como la sueca que da permisos de paternidad de 90 días retribuidos que o se toman o se pierden desde 1995 y que ha conseguido bajar los índices de separaciones. Además hay cursos, como Bringing baby home, etc, que están funcionando. ¿El cambio vendrá por la pedagogía?
Sí, esas iniciativas funcionan a nivel individual. Pero no sé si tanto a nivel social. Yo pretendo avanzar por ahí con el libro. Creo que es importante conocer las normas, las reglas, los prejuicios que son parte de ti sin que ni siquiera lo sepas.
Sin embargo, usted se pregunta varias veces dónde está nuestra revolución, nuestra insurrección, nuestra agitación social. Y yo añado: ¿Qué hacemos con la rabia por ser tratadas como ciudadanas de segunda en nuestras propias casas por los hombres que supuestamente nos aman?
"Pretendo aportar información para que a nivel individual se consigan relaciones de pareja más funcionales"
Cuando hay una huelga, los trabajadores pueden organizarse para tener el poder: no vamos a trabajar hasta que nos traten equitativamente. Pero es que la relación de pareja es otra cosa. Hay mujeres luchando por los cambios legislativos, que den más ayudas a las familias, etcétera, y eso está bien. Se proponen huelgas feministas en prensa aquí y allá. Podríamos ponernos en huelga de sexo una semana, un mes o lo que fuera. Pero no íbamos a tener suficiente fuerza como para conseguir cambios duraderos. Yo lo que pretendo con el libro es aportar información para que a nivel individual se consigan relaciones de pareja más funcionales y más satisfactorias.
No creo que un libro pueda empezar un movimiento social. Lo que sabemos de los cambios sociales es que ocurren por cuestiones muy impredecibles. Las mujeres empezaron a trabajar en EEUU en los 40 porque los hombres se fueron a la guerra.
Durante la covid, aquí, los niños estaban en casa y seguíamos trabajando y era muy duro, pero seguían siendo las mujeres las que se encargaban de los dos trabajos. Solamente en los casos en que las mujeres tenían trabajos de los que llamamos esenciales y salían de casa para ejercerlos y ellos no, los padres se involucraron más en el cuidado de los niños y del hogar.
Así que los grandes cambios sociales ocurren cuando suceden hechos muy fuertes, como una guerra o una pandemia, y la siguiente generación crece sabiendo que eso que han vivido es una posibilidad.
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El tiempo tasado para la entrevista se acaba, me despido y me doy cuenta de cuánto se me ha quedado en el tintero y no me gustaría que faltara: el incremento del 40% de la infidelidad femenina en las últimas tres décadas por el deseo de liberarse del papel de cuidadoras, el dato que señala que las mujeres relajan sus estándares de cuidados solo cuando están acompañadas de parejas que intentan subir los suyos, la diferencia entre criar y maternar, el hecho de que cuando los hombres niegan su sexismo hacen luz de gas a sus compañeras, el efecto Pigmalión (somos lo que se espera que seamos), la falta de campañas para los hombres de la que habla Toni Schmader y su conclusión: "Los hombres parecen no ganar nada pareciéndose más a las mujeres"; los estudios que dicen que las mujeres hoy son más felices a partir de quedarse viudas, la encrucijada en la que se encuentran los hombres que tienen que decidir si coger el toro por los cuernos y adaptarse a sus ideas o convivir con la incomodidad de la incongruencia que sus actos suponen...
Estas casi 300 páginas contienen muchas ideas de esas que quedan en la cabeza dando carambolas mucho tiempo después de leerlas. Entre carambolas, para terminar, medito sobre si Darcy Lockman, que tras el éxito de su libro se convirtió en terapeuta de parejas, pensaba lo mismo sobre la rebelión pendiente, que ahora niega, cuando tituló este libro como lo hizo: Toda la rabia.
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