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SLAVONSKI BROD (CROACIA).- El campo de refugiados de Slavonski Brod, en Croacia, es el más grande y mejor organizado de toda la ruta de los Balcanes. Y, como consecuencia, también el más vigilado. 24 ONG cooperan en coordinación con la Cruz Roja, bajo la mirada de las cámaras que cubren todo el recinto. La Policía tiene delimitada cada área a la que pueden acceder voluntarios y periodistas. Todo para evitar que alguien pueda entrar a la sección 3 ─una de las 6 tiendas que hay en el campo─, donde Croacia retiene a los refugiados a los que Eslovenia no permite continuar el viaje y que esperan a ser deportados a Serbia.
En la sección 3 están retenidos unos 300 refugiados. “Sería mejor que los controles se hicieran desde el principio, pero tenemos que cumplir la ley”, se excusa Kata Nujić, portavoz de la Policía croata, que añade que por el campo “han pasado desde septiembre 650.000 personas y lo único que se hace es confirmar su documentación”.
Los voluntarios no tienen muy claro si en este campo se rechaza a gente o no, aunque la mayoría opina que Zagreb los deja pasar y es Liubliana la que ejerce de perro guardián
Los voluntarios no tienen muy claro si en este campo se rechaza a gente o no, aunque la mayoría opina que Zagreb los deja pasar y es Liubliana la que ejerce de perro guardián. Nujić, que no confirma la cifra de los 200 retenidos que manejan las ONG, se escuda en que las decisiones sobre el control del flujo migratorio corresponden a las “altas instancias”. A lo único que se atreve es a hacer una petición a los países de los Balcanes: “que se pongan de acuerdo en una única forma de registrar a los refugiados”.
Fatima Kar, médica general de la ONG Magna, ha tratado a un menor al que Croacia no dejó continuar el viaje porque no encontraba a su familia: “No sé qué fue de él porque no nos dejan ir a visitar a los pacientes de la sección 3”. Este hecho es particularmente grave porque, según apunta Kar, los refugiados evitan dar a conocer sus problemas de salud por miedo a que la atención médica suponga pasar en el campo más tiempo del necesario en la carrera hacia Alemania. “Por eso es imprescindible que nosotros seamos proactivos”, apunta la doctora. Los detenidos en la sección 3 desconocen que serán devueltos a Serbia.
“Además de la atención médica, también necesitan asistencia psicológica”, cuenta Joud Munawar, psicólogo de Magna. Lo más importante, en su opinión, es dar a los refugiados toda la información posible sobre dónde están, por cuánto tiempo y cuál es el próximo destino, para rebajar el estado de nervios. “Pero nadie repara en ello y si no podemos acceder a ellos, el trabajo es imposible”, afirma. Munawar es también un refugiado sirio. Huyó de Siria en 2012 y consiguió que Polonia lo asilara después, donde terminó sus estudios: “Fue mucho más fácil entonces, cuando todavía no había miles de personas escapando de la guerra”.
Con tantas ONG y voluntarios instalados en el campo, el aislamiento de quienes son devueltos roza el ridículo. “Están ahí, necesitan nuestra ayuda y no podemos dársela”, dice una trabajadora de Save the Children que prefiere no revelar su nombre. Cuando alguien de la sección 3 tiene un problema grave, un Policía lo escolta hasta la tienda de asistencia médica. Esta trabajadora atendió a una mujer iraquí con depresión postparto, además de una infección grave derivada de la cesárea con la que dio a luz en Turquía. “No quería ni comer, estaba tan grave que tuvieron que llevarla al hospital, pero no me dejaron acompañarla. No supe nada más de ella, ni siquiera sé si sigue aquí o ya ha sido deportada”. Confiesa que en algunas ocasiones han exagerado el mal estado de salud de algunos bebés para que se los lleven más a menudo al hospital de campaña.
Las diferentes asociaciones, que sienten cómo sus recursos están desaprovechados, intentan cada día que las autoridades les dejen acceder a la sección 3. “Es imposible, nos amenazan con el arresto”, cuenta una voluntaria de la asociación HSUST, que se dedica a recaudar ropa y zapatos. Los refugiados pueden salir a comprar tabaco, café o cambiar dinero a la tienda del campo, pero siempre acompañados por un agente.
El día a día del campo
Los refugiados que llegan a este campo lo hacen por tren desde los campos de Sid y Adasevci, en Serbia. A pesar de que los países de los Balcanes habían firmado un acuerdo recientemente para dejar pasar a 500 refugiados por día, ni siquiera están cumpliendo con esa cifra. El 2 de marzo llegó a Slavonski Brod un tren con 473 refugiados. Al día siguiente no hubo ningún tren.
Tras pasar por el registro, que puede durar hasta dos horas, los refugiados acceden a una tienda donde pueden encontrar casi todo lo que necesitan: ropa, zapatos y comida que las ONG proporcionan desde sus stands. Tiene aspecto de mercado, donde Cáritas y Remar reparten té o Save The Children kits de alimentación para bebés. Los zapatos están entre lo más solicitado y asociaciones como HSUST han hecho un gran esfuerzo por ampliar el stock.
A pesar de que los países de los Balcanes han firmado un acuerdo recientemente para dejar pasar a 500 refugiados por día, ni siquiera están cumpliendo con esa cifra
Con la disminución del flujo migratorio hay tantos productos que las organizaciones han recogido en las últimas semana que a veces es difícil saber incluso qué hay. “Estuve peleándome con la Policía durante días para conseguir que nos trajeran estanterías para colocar la ropa”, cuenta Barbara Arabrab, de la asociación HSUST.
La presión de las organizaciones no cesa, especialmente desde el cambio de gobierno. Tras las elecciones del pasado noviembre, el nuevo gobierno de coalición, de centroderecha, ha llevado a cabo algunos recortes en la asistencia humanitaria del campo. “Ahora sólo hay comida para los refugiados, los voluntarios y trabajadores tienen que traerla de fuera”, comenta Katerina Struhova, coordinadora de proyectos de Magna. La disminución del número de refugiados que entran al campo en sí es otro de los ajustes de un gobierno que, según otro de los voluntarios de Magna, “no quiere a los refugiados”.
El campo de Slavonski Brod es, como todos los de la ruta, de tránsito. Si no hay contratiempos, el tren sale a las cinco de la tarde rumbo a Dobova, en Eslovenia, junto a la frontera con Croacia. Los refugiados pasan así menos de 5 horas en el campo. “No tenemos tiempo suficiente para atender a todos”, se queja Kar..
Achaca las prisas a la rapidez con la que cambian las decisiones políticas: “es normal que los refugiados tengan miedo de quedarse atrapados en la ruta y quieran continuar a toda costa”, reflexiona, “pero algunos llegan en muy mal estado de salud”. El 2 de marzo cuatro personas llegaron en silla de ruedas, una de ella con sondas y alimentación artificial, que fue derivada al hospital inmediatamente. Kar tuvo que atender a varios niños con fiebres altas, que requerían hospitalización, pero sus padres no querían quedarse más tiempo en Croacia: “Entonces intentamos medicarlos lo menos posible y escribirles una suerte de historial que puedan llevar al próximo campo”.
"Antes venían hombres, ahora son madres solteras con hijos"
El aumento de niños en la ruta es notorio en las últimas semanas. “Tiene lógica”, explica Nujić, la portavoz de la Policía: “al principio venían hombres solos, después empezaron a llegar familias enteras de hasta 10 miembros y ahora comienzan a ser madres solteras las que emprenden la ruta con los hijos”.
Preguntada por los posibles casos de abuso sexual, Struhova, coordinadora de Magna, confirma que se han encontrado con algunos casos y lamenta que no exista un protocolo: “Muchas veces detectamos que una mujer ha sido víctima de abuso sexual por su comportamiento, pero con el escaso tiempo del que disponemos hemos podido denunciar sólo casos contados”. Una trabajadora de Save the Children añade que algunas de las madres a las que ha atendido lo son fruto de una violación: “por cómo tratan al bebé se detecta muy rápido”.
Sin embargo, todas las fuentes apuntan a que el número de niños que viajan solos se ha reducido. Tomislav Koren, coordinador de Cruz Roja en el campo, explica que cuando encuentran a un niño que va solo, activan el protocolo entre toda la red de la organización en los Balcanes. Después juntan a la familia “en el punto más avanzado de la ruta”. “Nosotros también fuimos refugiados, sabemos a qué nos enfrentamos”, cierra con una sonrisa la portavoz de Policía.
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