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Roger Senserrich (Maracay, 1979) es politólogo y director de comunicaciones y políticas públicas en el Connecticut Working Families Party. Ha publicado este año Por qué se rompió Estados Unidos: Populismo y polarización en la era Trump (Ed. Debate), un ensayo de largo recorrido histórico que desgrana los entresijos fundacionales, las incoherencias sistémicas y el bagaje político del país norteamericano, sentando una base teórica que pueda explicar que el ascenso de Trump al más alto nivel de la esfera política estadounidense no es un evento excepcional.
A menos de un mes de las elecciones presidenciales que enfrentarán a Kamala Harris con un hombre cuya capacidad de adaptación supera dilatadamente los límites de lo razonable, repasamos con él algunos aspectos importantes de la carrera presidencial y el ecosistema político y económico que la rodea.
¿Qué ha cambiado en los partidos principales de las elecciones de 2020 a estas?
Ha habido algunos cambios, pero no muchísimos. En la derecha, Trump ha consolidado su poder sobre el partido de forma completa. Una buena parte de los republicanos intentaron echarle, pero fracasaron por el bloqueo del impeachment, que hubiera sido la oportunidad de sacárselo de encima para siempre. Desde ese momento, han purgado a todos los disidentes, por lo que el Partido Republicano es más trumpista que nunca.
¿Y en la izquierda?
Por otro lado, y sobre todo tras el inicio de la guerra en Gaza, hay un sector en la izquierda que ha presionado a la Casa Blanca amenazando con desmovilizarse. Se formó un comité durante las primarias para pedir que no se votase a Biden. También han tratado de que Kamala hable más a favor de la causa palestina e incluso ha habido grupúsculos que trataron de bloquear a Josh Saphiro [judío y gobernador de Pensilvania] en su carrera a la vicepresidencia [que finalmente ganó Tim Walz, gobernador de Minnesota]; según ellos porque es muy cercano a la causa israelí, y no lo es... Pero el Partido Demócrata que vimos a principios de año, desmotivado con las expectativas electorales y cada vez más fatalista, especialmente tras el debate Biden-Trump, no tiene nada que ver desde que Harris se consolidó como candidata.
Usted ha dicho en alguna ocasión que el votante republicano de 2016 era mucho más de derechas que sus representantes y por eso Trump arrasó. ¿El votante demócrata es más izquierdista que sus políticos?
Esa es una de las grandes diferencias entre los dos partidos. El votante medio demócrata es afroamericano, y este sector de la población suele ser mucho más moderado que la media; ellos representan el centro de la coalición. Otro gran pilar del Partido Demócrata es el voto industrial. También hay muchísimo empleado público que todavía está sindicado, y estos también suelen ser moderados, sobre todo en cuestiones culturales. Ellos, la redistribución [de la riqueza] se la toman como algo que les gusta, pero no mucho. Lo que más tensiones genera en el PD son los antiguos votantes republicanos que abandonaron el partido porque perdieron la cabeza en temas sociales, pero no son redistribucionistas. La izquierda en el Partido Demócrata representa aproximadamente un 20% y tienen cierto peso. No es casualidad que Biden haya dedicado tanto capital social en una ley de cambio climático: es el resultado visible del peso de la izquierda presionando y probablemente su mayor logro como presidente. La cuestión es que la izquierda demócrata, en comparación a la derecha republicana, no es suicida. La izquierda no tiene esta pulsión psicótica que tiene el Freedom Caucus.
¿Ha habido cambios en la postura de los actores sociales o económicos?
En cuanto a donaciones de grandes empresas, no ha habido muchos cambios. O sea, hay muchos sectores que donan dinero a ambos lados, básicamente porque el sistema es así, y lo van a seguir haciendo esta campaña. No ha habido grandes realineaciones más allá de Silicon Valley. El cambio más sustancial en Trump de 2020 a 2024 ha sido su cambio de mentalidad en algunos aspectos, como por ejemplo las criptomonedas. Durante su presidencia, se posicionó públicamente en contra. Según él mismo, le parecían una estafa. Lo que pasa es que ahora está recibiendo toneladas de dinero de este sector. Trump ha sufrido un cambio de 180 grados desde que empezó a llegar el dinero en su forma de hablar de tecnología, de software, o de cosas relacionadas con Silicon Valley.
Ante todo, un hombre pragmático.
Más bien, vendible. Estaba a favor de prohibir TikTok y ahora recibe dinero de inversores de TikTok. Normalmente los candidatos no hacen esto porque suelen tener ideas sólidas, por lo que el dinero lo donas al que tiene las mismas ideas que tú. Con Trump no hace falta. Por lo general, si lo riegas con el dinero necesario, va a cambiar de opinión a favor de lo que le pidas.
De la derechización del sector tecnológico podemos pensar en nombres como el de Elon Musk, pero me vienen otros personajes más siniestros a la mente, como Peter Thiel.
Thiel es un cantamañanas. Es uno de los PayPal Bros [un término que se utiliza para describir a un grupo de exempleados y fundadores de PayPal que, tras la venta de la empresa a eBay en 2002, continuaron creando o financiando otras compañías tecnológicas de gran éxito], como Musk o como otra gente que está haciendo campaña por los republicanos o que se mueve por ese mundillo. Financió la campaña de J.D Vance al Senado en Ohio por completo y además de una forma muy pero que muy obvia. No donando dinero directamente a la campaña, porque hay límites, sino creando un comité de acción política, que legalmente no pueden coordinar su campaña con la del candidato, pero lo hicieron todo de forma coordinada utilizando tácticas legales muy, muy cuestionables.
El problema es que desde hace tiempo las leyes que rigen las campañas electorales no se aplican, porque la Comisión Federal que las vigila es inoperante. Thiel también financió la de Blake Masters en Arizona, se gastó toneladas de dinero 2022 en candidatos. También dijo que no iba a donar dinero a Trump, pero ha cambiado de opinión y más ahora que su protegido y exempleado va a ser candidato a vicepresidente. [Thiel] forma parte de este sector de tecnobros de Silicon Valley que son un poco siniestros. Y es la mejor manera de definirlos. Esta gente está convencida de que el mundo se acaba y que hace falta alguien con mano dura para solucionarlo, alguien como Trump para enfrentarse a todo lo woke. Está surgiendo un autoritarismo tecno-utopista muy oscuro y muy apocalíptico.
Pero ¿se creen de verdad lo que dicen o solo quieren convencer a otros de que la realidad es esa?
Creo que hay una radicalización y lo hemos visto con Elon Musk. En algún momento en los últimos tres años ha tenido una deriva en redes sociales totalmente agresiva; ya era una persona bastante reaccionaria y ahora se ha echado al monte por completo. Thiel siempre había sido una persona extraña; David Sacks siempre había sido un tipo relativamente raro, pero me parece que ahí hay todo un poso de tecno-fatalismo, tradicionalismo reaccionario en Silicon Valley desde hace tiempo, con gurús y gente hablando de masculinidad que ha radicalizado a muchos de ellos.
Buena parte de esta gente tiene, además, muchísimo dinero: son venture capitalist [capitalistas de riesgo]. Nunca han escuchado a nadie criticarles; viven en una burbuja desde la que hablan en ese tono casi mesiánico con el que hablan en Silicon Valley, de que están contribuyendo a salvar a la humanidad; se lo han acabado creyendo. Así que sí, muchos de ellos son muy sinceros; hay otros bastante cretinos que básicamente piensan que Trump hará que suba el bitcoin y ya está, como los [hermanos] Winklevoss. Hay un sector importante de estos ricos que han perdido la cabeza por completo.
Entonces, ante la disyuntiva de "reforma o revolución", ¿qué escoge Estados Unidos?
EEUU es un país que siempre avanza a trancas y barrancas. Estamos acostumbrados a ver la historia de manera muy lineal, vemos cómo mejoran las cosas poco a poco. Y en Estados Unidos las reformas siempre se hacen tarde, mal y a rastras; todo se hace de forma muy imperfecta, todo se hace a medias. Lo vemos desde hace bastante tiempo, con las diferencias cada vez más enormes que hay entre estados en política fiscal y económica. Hay sectores del país que quieren ser más progresistas y otros que no, y que no, y que no y no hay forma de convencerlos. Con lo que las reformas, si las hay, serán muy torpes; en cuanto a revolución o no, lo que veremos será una mayor separación entre lo que se hace en el norte, el noreste y la costa oeste con lo que se haga en el resto del país. Habrá más conflictos entre los estados y el Gobierno federal y tendremos un Tribunal Supremo mucho más activista, pero revolución, no creo. Este país es demasiado rico para ver un conflicto o una guerra civil.
En su libro dedica mucha tinta al Tribunal Supremo y cómo puede reinterpretar la Constitución y conceder y revocar derechos con cierta facilidad
El Supremo estadounidense siempre ha sido así. Existe una ventana en la historia donde el TS fue una institución "de izquierdas", por el accidente de que Roosevelt esté en la Casa Blanca 12 años y Truman le sigue ocho años más. Los demócratas controlaron la Casa Blanca durante mucho tiempo y nominaron a una montaña de jueces. Y durante esa ventana hay una Corte Suprema en la que legislan como new dealers, no como conservadores, pero el estado natural del TS es el de jueces nombrados por los republicanos con ideas reaccionarias. Ahora estamos volviendo a ver las composiciones del Supremo anteriores a 1936, cuando los demócratas rompieron el control republicano. La cuestión del TS es que los nombramientos son vitalicios, y los años de nominaciones demócratas se alargaron muchísimo, porque Eisenhower -republicano- siguió nominando a new dealers y en EEUU hemos tenido sentencias judiciales de izquierdas hasta comienzos de los 2000. Ahora la cosa está cambiando.
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