madrid
El presidente Vladímir Putin espera revalidar su mandato al frente de Rusia en las elecciones que se celebran este fin de semana, del 15 al 17 de marzo. Entre todos los frentes abiertos en la Rusia de 2024, la guerra de Ucrania aparece como el mayor desafío de Putin de cara a su nuevo periodo en el poder, pero también como la garantía de que se mantendrá los próximos seis años al frente del Kremlin y que podría incluso aspirar a un nuevo mandato en 2030.
Eso si se lo permite, claro, la evolución de Rusia, país siempre cargado de incertidumbres y propenso a los cambios abruptos de la noche a la mañana. De ahí la alarma que han levantado sus últimas declaraciones en una entrevista emitida este miércoles, en la que ha vuelto a recordar que Moscú estaría dispuesto a utilizar armas atómicas si así lo requiriera la situación.
En sus palabras al Canal Uno de la televisión rusa y la agencia oficial Ria Novosti, Putin dijo que, aunque consideraba improbable una guerra nuclear, Rusia está preparada "desde el punto de vista técnico-militar" para ese tipo de conflicto y que dicho armamento "se encuentra permanentemente en disposición de combate".
Las armas atómicas están para utilizarlas
"Las armas existen para ser utilizadas", dijo Putin ante supuestos como la amenaza a "la existencia del Estado ruso" o "un daño a la soberanía e independencia" rusas. Respecto a la eventual utilización en Ucrania de armas nucleares tácticas (de capacidad menos destructiva que las bombas atómicas convencionales), Putin explicó que "nunca" ha habido necesidad de emplear "medios de destrucción masiva" en el país vecino.
La duda queda en el aire, sin embargo. ¿Ordenaría Putin utilizar un arma atómica contra el ejército ucraniano si éste lanzara una ofensiva exitosa sobre Crimea, anexionada en 2014 y que tanto Kiev como la OTAN consideran como parte de Ucrania, mientras que para los rusos es parte inalienable de la Federación Rusa?
No es casualidad que Putin lanzara esta advertencia nuclear en vísperas de las elecciones. Pretendía enviar un mensaje de fuerza, no tanto a Europa o Estados Unidos, como a los rusos. Putin acude a renovar su mandato con un mensaje de fortaleza, tras consolidar las posiciones rusas en Ucrania y después de desbaratar los planes de la OTAN de admitir a Kiev en sus filas a medio plazo.
Comienza la votación en el extranjero y en la Ucrania ocupada
Aunque la jornada designada para las elecciones presidenciales era el domingo 17 de marzo, finalmente la Comisión Electoral Central estableció la votación del 15 al 17 de marzo, la primera vez en Rusia que unos comicios se alargan tres días. Se espera que acudan a las urnas al menos el 70% de los 112 millones de rusos con derecho a voto.
Más de la tercera parte de esos electores, en 29 de las 89 regiones de Rusia, podrán elegir la votación electrónica, posibilidad que ha levantado si cabe más dudas sobre la fiabilidad del recuento. Es la primera vez que este tipo de votación se utiliza en unas elecciones presidenciales en Rusia. En los comicios legislativos de 2021 hubo numerosas acusaciones de fraude, pues la votación electrónica llegó a cambiar el sentido del voto en varias zonas a favor de los candidatos del Kremlin.
Las elecciones rusas en realidad ya han comenzado de forma anticipada para los rusos que viven en el extranjero y también en algunas de las regiones ucranianas anexionadas por Rusia en este conflicto, así como para los cientos de miles de soldados allí desplegados.
La celebración de las elecciones entre los 250.000 rusos que viven en Transnistria, la región moldava prorrusa que a principios de los años noventa consiguió por la guerra una independencia de facto que la ha vinculado a Rusia, ha levantado las protestas de las autoridades de Moldavia ante la que consideran una gravísima provocación de Moscú.
Sin contrincantes
El actual jefe de Estado ruso no tiene contrincantes destacados en estos comicios. Putin, en el poder desde hace 24 años, ha ido sacando de la carrera electoral a los rivales más espinosos, amparado por la endeble justicia rusa subordinada al Kremlin.
Su control autoritario del país ha despojado a Rusia de muchos de los mecanismos democráticos obtenidos con muchos esfuerzos tras la Perestroika, con la mayor persecución de la disidencia política desde tiempos del dictador soviético Yosif Stalin. Bajo este panorama, en marzo de 2024 es muy osado decir que Rusia sigue siendo una democracia.
A diferencia de las anteriores elecciones presidenciales, cuando se presentaron ocho candidatos, en esta ocasión solo "compiten" con Putin el líder comunista, Nikolái Jaritónov; el vicepresidente de la Duma o Cámara Baja del Parlamento ruso, el liberal Vladislav Davankov, y el político ultranacionalista Leonid Slutski, del Partido Liberal Democrático. Todos ellos, en última instancia, son partidarios de Putin y de su estrategia en Ucrania.
Ucrania, bandera electoral de Putin
Quien con toda seguridad será presidente ruso en los próximos seis años se presenta ante estos comicios con unas perspectivas de respaldo electoral del 80%. La invasión de Ucrania, que Putin ordenó el 24 de febrero de 2022, se ha convertido en un aglutinador del nacionalismo ruso y el resquemor popular ante las presiones de Occidente para desgastar a Moscú desde que cayó la Unión Soviética, en 1991.
Putin en estos momentos es el mejor adalid para millones de rusos de las ganas de revancha ante una Europa que solo ha pensado en Rusia durante más de tres décadas como una fuente de energía, y ante unos Estados Unidos que buscan el desmantelamiento de la Federación Rusa como elemento distorsionador de sus planes hegemónicos globales, en los que China aparece como el contrincante real de Washington.
El actual presidente ruso empezó a cambiar las tornas de la geopolítica rusa tras suceder oficialmente a Borís Yeltsin en marzo de 2000. Durante su primera década en el Kremlin, no intentó alejarse mucho de Occidente. La crisis del 11S y la consecuente guerra de Afganistán (en la que Putin dejó que EEUU y la OTAN camparan a sus anchas por Asia Central, la necesidad de finiquitar el conflicto de Chechenia, una herida islamista gangrenada en el sur de Rusia, y la reforma del sistema económico desbaratado por Yeltsin ocuparon buena parte de los esfuerzos del Kremlin.
Pero ya había síntomas, como la guerra relámpago con Georgia en 2008 o la campaña para amordazar a los oligarcas y periodistas díscolos, que apuntaban una involución autoritaria del señor del Kremlin. Esta deriva se manifestó en toda su intensidad la década pasada, cuando la defenestración en Ucrania del presidente prorruso Víctor Yanukovich, en 2014, derribado por una peligrosa mezcla de ultranacionalismo ucraniano y conspiraciones estadounidenses, asentó las bases de la actual crisis con Kiev y sus aliados occidentales.
La anexión de la península de Crimea, donde la población prorrusa era mayoritaria, fue precursora en ese mismo año de 2014 de la actual crisis y de la invasión de Ucrania en 2022, que cambió todos los paradigmas de seguridad del siglo XXI en Europa.
Putin aúna el orgullo patrio, la ortodoxia religiosa y el rencor a Occidente
La guerra de Ucrania se ha convertido en ese catalizador del orgullo ruso recobrado ante Occidente, pero también en un acelerador del ultranacionalismo promovido por Putin y su cohorte de apparátchiki forjados en los antiguos servicios secretos rusos o cercanos a ellos. Una nueva clase política con un barniz de religiosidad ortodoxa y un mesianismo redentor eslavo que ha borrado en parte los ingenuos ideales democráticos y europeístas de los años noventa.
La Rusia de Putin apuesta por un eurasianismo casi místico que voltea sus ojos hacia la parte asiática de la Federación Rusa como puente entre Oriente y Occidente. Tal punto de vista siempre fue útil en las relaciones con China, que, además de ver a Rusia como una fuente de hidrocarburos baratos, valoró las posibilidades que ofrecían sus excelentes comunicaciones por ferrocarril para promocionar su comercial Nueva Ruta de la Seda hacia Occidente.
La guerra de Ucrania ha complicado el futuro de esta ruta comercial china que pasa por Asia Central y Rusia, pero no la ha anulado. China piensa en las posibilidades que tiene el transporte marítimo por el Ártico ruso hacia los puertos de Europa Occidental. Pero para ello es necesaria la paz en Ucrania y cierta estabilidad geopolítica entre los clientes europeos y los amigos rusos.
Tras las elecciones, Putin podría ordenar una nueva movilización
Cuando el lunes próximo Putin se vea reafirmado como presidente ruso por otros seis años, su intención no es poner fin a la contienda. Todo lo contrario, la renovada capacidad industrial militar rusa impulsada por la guerra y su vasto contingente humano son más que suficientes para prolongar el conflicto muchos meses e incluso años.
Uno de los temores que estos días corren en Rusia es que después de las elecciones se dé vía libre a una nueva movilización de jóvenes. Algunos analistas cifran en hasta 150.000 los nuevos reclutas que podrían ser enviados a Ucrania. Justo, además, cuando al ejército ucraniano le está costando tanto encontrar reemplazo a sus soldados y cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, apuesta incluso por enviar tropas europeas a Ucrania. Posibilidad que Putin ha respondido con la amenaza de una Tercera Guerra Mundial.
La OTAN preveía, y deseaba, un desgaste significativo de Rusia con la guerra. Pero esto no ha sido así. Ahora, en respuesta, Putin evalúa cómo la incapacidad de Ucrania y sus aliados para derrotar militarmente a Rusia puede revertir en una desbocada carrera de armamento en el viejo continente que debilite la economía de la Unión Europea y reduzca su identidad como abanderada de los derechos democráticos, mientras opta por el militarismo abierto para contrarrestar a Moscú.
FIN
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