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Lo llamaron Proyecto amanecer (Project Sunrise) y con él la compañía australiana Qantas pretenden apuntarse varios tantos. El primero lo lograron hace sólo unas semanas: batir el récord del vuelo comercial sin escalas más largo de la historia cubriendo la ruta de Nueva York a Sidney en 19 horas y 16 minutos. La gesta acaparó titulares de medios de todo el mundo.
A las seis de la mañana de este jueves Qantas ponía en marcha la segunda fase del proyecto: recorrer los 17.800 kilómetros que separan Londres de Sidney también sin escalas. Los responsables de la compañía insisten en que se trata de una "investigación". Por eso, igual que la otra vez, el Boeing 787 que realizará el trayecto, un aparato con capacidad para hasta 330 pasajeros, despegaba casi vacío.
En su interior apenas ha viajado medio centena de personas entre la tripulación, directivos de la compañía, investigadores e invitados constantemente controlados para analizar la respuesta del cuerpo humano a tantas horas de vuelo. La compañía asegura que con esos registros podrá “reducir los efectos del jet-lag para los pasajeros y mejorar el bienestar de la tripulación”. Entre otras medias han probado a servir la cena a la hora del desayuno, en un vuelo que habrá vivido dos amaneceres.
Lo lógico es que los registros den resultados similares al vuelo anterior; no hay récord que batir porque, a pesar de que la distancia es mayor que entre Nueva York y Sidney, se espera que los vientos de cola hagan que la duración sea menor; y la propia Qantas ya realizó esta ruta sin escalas en 1989. De ahí que surja la pregunta: dada el estado de emergencia climática, ¿realmente tiene algún sentido este Londres-Sidney?
A la vista de las emisiones que provocará el aparato, en Greenpeace España no ven más allá que “una exhibición publicitaria, como cuando Air France y British Airways operaban el Concorde (que dejó de volar hace 16 años)”, cuenta a Público su responsable de movilidad, Adrián Fernández.
Basta con echar cuentas. Según las estimaciones de la Agencia austriaca de Medio Ambiente, Adrián calcula que “en caso de que el avión fuera lleno produciría las mismas emisiones de CO2 que 45 vuelos del puente aéreo entre Madrid y Barcelona”. Eso son en torno a 676,4 toneladas de dióxido de carbono.
Pero teniendo en cuenta que en esta ocasión su ocupación es hasta siete veces inferior, el daño acaba multiplicándose. Como apuntan a Público desde myclimate, una organización suiza si ánimo de lucro destinada a la protección del clima: “En términos de efectividad y huella de carbono individual, existe, por supuesto, una diferencia entre un vuelo que viaja completo y otro que lo hace casi vacío”. En Greenpeace, añaden: “Cada pasajero de este vuelo va a contaminar unas siete veces más que si el avión fuera lleno”.
¿Tiene algún sentido un vuelo de 20 horas?
En un comunicado reciente, Qantas -que no ha respondido a la llamada de Público- asegura que “todas las emisiones de carbono de los vuelos de investigación serán compensadas”, pero su objetivo final es crear nuevas rutas comerciales que conecten Nuevas York y Londres con Sidney sin escalas. Esperan empezar a comercializarlas a partir de 2022.
En Greenpeace también se cuestionan el sentido de estos vuelos de casi 20 horas: “¿Qué necesidad hay de esta ruta directa cuando lo que se nos está pidiendo es reducir el numero de vuelos? Ni siquiera le veo el interés comercial más allá de presumir de tener la ruta más larga”, denuncia Adrián.
Ventajas y desventajas del vuelo directo
La compañía australiana define estos vuelos como de “ultra larga distancia”, porque los que actualmente conectan Londres con Sidney con escalas ya se efectúan con los denominados "aviones de largo alcance". De entrada éstos suponen menos emisiones: producen 30 kilos de CO2 por kilómetro mientas que los de corto alcance -que recorren un máximo de 5000 kilómetro - emiten 38 kilos de dióxido de carbono.
Evitar las paradas supone contaminar “un poco menos porque los aviones necesitan quemar más queroseno cuando despegan y para ganar altura” explican desde myclimate. Pero también implica que se acabe recorriendo una distancia mayor “porque rara vez la escala se produce en un aeropuerto que esté justo en la ruta”, como añaden desde Greenpeace.
La promesa de las cero emisiones para 2050
Al igual que anteriormente hizo IAG, el holding propietario de Iberia y British Airways, los responsables de Qantas se han comprometido esta semana a “eliminar totalmente las emisiones netas para el año 2050”.
Pero hasta que eso ocurra, todas las emisiones cuentan. De ahí que desde Greenpeace insisten en que “debemos reducir el numero de vuelos y de kilómetros porque no se está produciendo una revolución tecnológica a la altura y el avión va a seguir quemando queroseno durante los próximos 10 y 20 años”. Y en myclimate añaden: “Mientras no tengamos alternativas ecológicas para los vuelos de larga distancia como combustibles biológicos, debería ser obligatorio calcular y compensar el daño ambiental que provoca volar”.
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