MADRID
Actualizado:En la época de la nueva economía, durante el cambio de siglo, los créditos transfronterizos fluían en tasas históricas. Año tras año, las inversiones extranjeras directas en los mercados exteriores iban en aumento. Con récords históricos interanuales. Sin embargo, casi un decenio después de la crisis de 2008, su vigor ha ido menguando. Esencialmente, por una indiscutible restricción del crédito financiero, el pegamento que, según convenía en señalar la gran banca de inversión de la época, ayudaba a sostener el puzzle de la globalización.
Paradójicamente, este adhesivo, el de la concesión de préstamos, el tradicional negocio de la industria bancaria, ya no cumple su papel de argamasa. Y no por falta de liquidez. Porque la práctica totalidad de las entidades bancarias sistémicas, las que ostentan el riesgo -pero también la responsabilidad- de generar nuevas crisis globales, presentan beneficios milmillonarios. Cada trimestre. Aun así, su aportación al ciclo de negocios que tanto costó poner en marcha a los gobiernos tras la quiebra de Lehman Brothers -con generosos programas de estímulo económico, rescates a la banca para extirpa la toxicidad de sus sofisticados productos de inversión (swaps, derivados y estructurados o, en la versión española, su alta exposición al mercado inmobiliario) y políticas monetarias de tipos de interés próximos a cero por parte de los principales bancos centrales- ha sido del todo punto insuficiente.
Un estudio de McKinsey Global Institute señala a la banca como la principal causante de la anormalmente baja intensidad de flujos de capital transfronterizos, que han retrocedido un 65%. Desde 2007, el último ejercicio de bonanza que antecedió al Crash de los mercados, en el que se registraron más de 12,4 billones de dólares de transferencias de capitales internacionales, hasta los 4,3 billones de 2016.
“Sería equivocado concluir que la recuperación financiera ha concluido”
Susan Lund y Eckart Windhagen, dos de los autores de este informe, titulado 'The New Dymanics of Financial Globalization', achacan “la mitad de este descenso” al cierre del grifo crediticio por parte de la actividad bancaria, que persiste aún en la actualidad. Por lo que, a su juicio, “sería equivocado concluir que la recuperación financiera ha concluido”. Más bien al contrario, alertan: “lo que ha irrumpido desde las ruinas ha sido una versión inversora más sensible hacia los riesgos y más racional, crítica y reaccionaria hacia la integración de los mercados financieros”.
Europa, la zona más restrictiva
Esta perseverancia en graduar la retirada de la argamasa financiera de la globalización ha sido especialmente intensa en la zona monetaria europea, donde las peticiones foráneas de créditos, préstamos y activos se han contraído un 45% en ese periodo. Más de 7,3 billones de dólares, lo que contagió irremediablemente el tráfico en el espacio del euro. Pero también a los bancos de Suiza, Reino Unido y el resto de latitudes continentales.
Durante esos nueve ejercicios, el sector bancario global se desprendía, a instancias de sus respectivos organismos supervisores, de unos 2 billones de dólares de activos tóxicos, recuerda la consultora, que justifica inicialmente esta política restrictiva de los bancos europeos y estadounidenses en los “mayores márgenes de beneficios” de sus mercados locales, al comienzo de la crisis, y a las nuevas exigencias de liquidez procedentes de los acuerdos de Basilea III. En ambos casos, con respaldo de sus gobiernos, con vistas a recuperar lo antes posible las cotas financieras mínimas para asentar sus renqueantes ciclos de negocios.
Pese a este escenario, en algunas áreas económicas, los bancos han sabido elevar el crédito a la inversión extranjera. Es el caso de la industria financiera de Canadá y Japón, que la han duplicado (hasta totalizar 1,4 billones, el vecino del norte de EEUU, y 3,9 billones, el mercado nipón) y de China, que rebasó el billón de dólares, más de diez veces la cifra que liberó en 2017: de 86.000 millones. Aunque la presencia de capital extranjero en el conjunto del sistema bancario chino sea de apenas el 9% de sus activos, lejos del 20% que, de media, operan en las economías más avanzadas.
Los expertos de McKinsey también achacan esta anomalía del mercado a otros tres factores. El primero de ellos, la escasa volatilidad bursátil. “La inversión foránea apenas ha cambiado desde 2007”, dicen. En términos absolutos, este indicador, que contabiliza tanto los capitales a crédito como las carteras inversoras propias de las empresas y grandes patrimonios de fondos, continúa representando el 180% del PIB global, pese a pasar de 103 billones de dólares en 2007 a 132 en 2016. Más de la tercera parte de los activos bursátiles del mundo están en poder de inversores extranjeros, cuando en 2000 apenas suponía el 17%. Sólo en los mercados de bonos, se han hecho con el 31% de las emisiones. La calma inversora supone pérdida de rentabilidad a clientes, a los ojos de la banca. Y, tras años de crisis de endeudamiento público y privado, los bancos de inversión empiezan a impacientarse.
El segundo componente guarda semejanza con el anterior. Unos mercados financieros globales más estables y con menos riesgos latentes obligan a los bancos, con altos requerimientos legales por la dura regulación impuesta tras el colapso de 2008, a buscar ratios de rentabilidad nuevos y reducir sus pérdidas a futuro. Según los parámetros que les exigen sus reguladores y que tienen mucha relación con la sostenibilidad, la vitalidad y la salud de las finanzas de sus economías.
Reconversión bancaria en el aire
En último término, apuntan al cambiante modelo regulatorio. Tanto en EEUU como en Europa, sobre todo. Pero también en el resto de potencias industrializadas y mercados emergentes. Y que apuntan a una discusión dialéctica de resultados inciertos. Entre la mayor docilidad al riesgo que propugna la Administración Trump con su profunda revisión de la Ley Dodd-Frank de 2010, y que traería aparejado, afirman en el sector bancario, una mayor liberación de préstamos. O los avances hacia la consolidación supervisora de inversiones bursátiles y de gestión de activos que pretende la UE con su reforma MiFID II, que entrará en vigor en 2018.
Desde el sector se explica que están en una reconversión para reducir costes y mejorar sus ratios de eficiencia, en plenos cambios regulatorios en EEUU y Europa y con el desafío de transformar su negocio hacia la digitalización
Sea como fuere, el futuro del sector -avisan los analistas- pasa por nuevas reducciones de costes y mejoras en sus ratios de eficiencia, mediante la implantación de plataformas tecnológicas para perfeccionar sus servicios. Un road map que Brian Arthur, también de McKinsey, resume en otro diagnóstico, el desafío transformador del sector bancario en un único desafío: su digitalización.
Aunque con una triplicidad de objetivos. De un lado, avances decididos hacia la informatización, la Inteligencia Artificial y el Big Data para calcular con precisión el impacto de los futuros cambios regulatorios, económicos y de empleabilidad. De otro, la interconexión: perfilar sus ofertas de servicios a través de la diversidad de plataformas digitales. Y, en tercer término, la implantación de aplicaciones con autentificaciones faciales o de voz, que preserven la seguridad, formatos de traducción de idiomas y acceso a asistentes financieros digitales, como medidas de protección a los consumidores.
Clima financiero enrarecido
El problema es que este viraje en el modelo de negocio bancario pude verse interrumpido de forma súbita. Porque cada vez aparecen más voces apuntando a una nueva crisis y arremetiendo contra el capitalismo global. Desde el propio mercado. Como el FMI, que acaba de reclamar más presión fiscal a las clases pudientes y una renta básica universal. O la del hasta ahora ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, que presagia un nuevo colapso de los mercados por los excesivos endeudamientos de países y empresas. Pero no son las únicas. Ni mucho menos.
También hay nombres ilustres dentro del panorama inversor, como el del CEO de Norges Bank Investment Management, el fondo soberano noruego, el mayor del mundo con más de un billón de activos y poseedor del 1,3% de las acciones corporativas mundiales. Yngve Slyngstad cree que los flujos de inversión de los últimos años podrían ser “coyunturales”, fruto de “la fuerte externalización manifestada por las multinacionales chinas” que han salido de compras, durante los años posteriores a la crisis, con crédito casi ilimitado de los grandes bancos del país. A su juicio, las ínfulas proteccionistas de potencias económicas -dice, sin mencionar a EEUU-, “están detrás de las rémoras al comercio y a la inversión y de las escasas tasas de retorno, que apenas superan el 3% ó 4% a largo plazo”.
Algunos economistas creen que el ciclo económico es débil por el fracaso de los gobiernos en enlazar productividad, salarios e inflación con los efectos de la digitalización, el envejecimiento social o del cambio climático
O la del economista Mohamed El-Erian, ex subdirector del FMI, quien considera que el despegue actual de la actividad global y de los flujos de capital está puesto en cuestión por cuatro factores que explican, a su vez, la sorprendente ausencia de volatilidad.
En primer lugar, la parsimonia, en especial de los gobiernos de países industrializados, por emprender reformas estructurales de calado, que han alejado a sus PIB de sus “potenciales ritmos de crecimiento”. Además de la permanente extrapolación hacia las economías nacionales de las fragilidades financieras de las firmas cotizadas, muchas de ellas con notables losas de endeudamiento.
El baile de divisas que ha seguido a la declaración, por parte de Donald Trump, del retorno a la política de un dólar fuerte, y que, hasta ahora, se ha saldado con un paulatino fortalecimiento de las divisas de mercados emergentes; sobre todo, del rinminbi de China. Y, finalmente, el fracaso, a lo largo del ciclo económico, de los países de rentas altas en sus intentos de enlazar sus productividades, sus salarios y la evolución de sus inflaciones a los efectos de la digitalización, del envejecimiento de sus poblaciones o del cambio climático, lo que ha “reducido a cenizas” sus estrategias para dotar de fortaleza a sus economías.
¿Crisis del capitalismo?
La teoría de del economista francés, Thomas Piketty, de que las desigualdades crecerán en todo el planeta “hasta que una revolución restablezca las cosas” parece tener, cada vez, más adeptos. O, cuanto menos, crecientes simpatizantes. Incluso entre el establishment del mercado. Como Ray Dalio, dueño de Brigewater, el mayor hedge fund del mundo, que gestiona patrimonios de más de 160.000 millones de dólares” quien critica que, mientras el 60% de estadounidenses con menos recursos no ha aumentado su poder adquisitivo desde el inicio de la crisis, el 40% más pudiente lo ha multiplicado por cuatro.
“Si yo fuera el próximo presidente de la Reserva Federal, vigilaría al 60% de estadounidenses con menor poder adquisitivo que sufre ante pagos extraordinarios de 400 dólares al mes”
En la mayor economía del mundo, en la que su clase media, que sólo dispone de un 25% de sus ahorros en efectivo o activos financieros, “no podría asumir un gasto mensual adicional de 400 dólares”, afirma. Por ejemplo, ante contratiempos e imprevistos relacionados con la salud. Dalio también incide en que las cantidades destinadas a sufragar la jubilación “están lejos de ser las adecuadas para esos seis de cada diez americanos”. Mientras que el 40% con mayores ratios de renta gastan cuatro veces más en educación. “Si fuera el próximo presidente de la Reserva Federal -aclara- vigilaría a este 60%”, en alusión a que el gasto del consumo podría deteriorarse con las subidas de tipos que se han iniciado, para ese amplio porcentaje de la población.
También en foros directivos organizados por periódicos como Financial Times se clama contra la “orientación cortoplacista de empresas”, que sólo se mueven por “la concesión de beneficios al accionista”. En vez de buscar medidas para perseguir las evasiones fiscales, elevar los salarios a trabajadores y reducir los emolumentos a ejecutivos, como advierte Robert Swannell, antiguo CEO de Marks & Spencer, antes de proclamar que “el capitalismo ha perdido el rumbo”.
Frase mucho más lapidaria que la del fallido compromiso del ex presidente francés, Nicolas Sarkozy, de “reconstruir” el modelo laissez faire, laissez passer, al inicio de la crisis, o del “paréntesis” en el sistema del permanente equilibrio entre la oferta y la demanda que reclamó algún empresario español en esa época.
Los bancos de inversión están en alerta ante estas señales de alarma. Daniel Pinto, CEO de JP Morgan admite que “los mercados están demasiado complacientes”, en estado de calma tensa, pero anticipa que “es sólo la antesala de una penosa corrección”.
“Después de una década de represión financiera, los bancos han convertido el dinero, la liquidez, en algo residual”
Pinto cree que las inflaciones de las grandes potencias globales están a punto de exceder todas las previsiones y el freno de las inversiones y los principales bancos centrales, a punto de poner rumbo a subidas de tipos de interés, “harán saltar por los aires el actual ciclo de negocios”. Y corrobora su augurio con un par de botones de muestra. El primero, que la escasa volatilidad se produce incluso ante crisis geopolíticas como la de Corea del Norte y, el segundo, que aún dominan en los bancos análisis de riesgos conservadores, a la espera de comprobar cuáles son los requerimientos regulatorios que incluyan las futuras reformas en el sector que manejan en el Tesoro americano, Europa y el resto de espacios industrializados.
Otros colegas, como Vincent Deluard, de INTL FCStone, es todavía más explícito: “después de una década de represión financiera, los bancos han convertido el dinero, la liquidez, en algo residual”, un bien al acceso de muy pocos. “No hay suficiente arsenal crediticio para devolver la bonanza a los mercados”, enfatiza. Lo que, para el responsable del Área Financiera de Morgan Stanley, Jonathan Pruzan, explica que “veamos el dinero de nuestros clientes en sus niveles más bajos”, con caídas de rentabilidad del 17% en los fondos a largo plazo.
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