madrid
Desde que cogió el timón del azote del felipismo, Antonio Fernández-Galiano (Madrid, 1957) se propuso alcanzar las siluetas de los políticos, banqueros y empresarios que divisaba en el horizonte. Encargado de la gestión financiera de El Mundo, el protagonismo del periódico recaía sin embargo en Pedro J. Ramírez, cuya dirección presidencialista trascendía la calle Pradillo y se infiltraba en las esferas del poder. Ahí quería estar él, departiendo con ministros y directivos, con la Moncloa y con el Ibex, pero el director de los tirantes había llegado antes y no había sitio para dos.
Hijo de un senador de la UCD, Galiano trabajó en el Banco Central antes de enrolarse en El Mundo, donde fue escalando posiciones en la división económica hasta que fue nombrado presidente de Unidad Editorial en 2011, convertido ya en un grupo de comunicación que había comprado Recoletos (Marca, Telva, Expansión) y probado suerte en el sector audiovisual. En cambio, su buque insignia seguía asociándose a Pedro Jota, quien le daba cuenta de las novedades cada vez que se reunía con los exclusivos círculos sobre los que pretendía orbitar Galiano. Más que acariciar el poder, lo escuchaba por boca del director.
La cabecera vivió etapas doradas —en sus albores ejerció de contrapoder y destapó exclusivas que minaron el Gobierno socialista— y su crecimiento posterior fue acompañado de una diversificación que —a la postre, como le ocurriría a otras empresas— terminó siendo un lastre para la gallina de los huevos de oro. Los propietarios italianos se pusieron nerviosos —en realidad, siempre han estado de los nervios desde que la adquisición de Recoletos por un potosí les salió rana y afectó a la matriz de RCS, propietaria del Corriere della Sera— y el saco sin fondo madrileño los llevó a emprender una política de recortes, bajas incentivadas, eres y despidos, más dura si cabe tras la crisis del papel.
Cuando Pedro Jota se hizo a un lado, vio su oportunidad para hacerse al fin con el control editorial del rotativo, la puerta que daba paso a los salones y despachos, donde se había hecho fuerte el nuevo director. Galiano se sentía aún más aislado, pues un reservado Casimiro García-Abadillo no le reportaba, por lo que le impuso a los italianos su salida como condición para seguir al frente del grupo mediático. Al menos el primer director le presentaba a algunos mandamases, algo que no sucedía con su sucesor, quien había labrado sus contactos entre la clase dirigente como periodista económico de diversas publicaciones, mano derecha —y discreta— de Pedro Jota y subdirector de El Mundo.
Tras tantear a un hombre de confianza del fundador de El Español para reemplazarlo, su negativa provocó que Galiano decidiese buscar en el Lejano Oriente al sustituto ideal: un corresponsal de prestigio con ideas frescas para emprender la renovación digital, pero sin relación alguna con las altas esferas políticas y empresariales. David Jiménez llevaba toda la vida en Asia y, aunque era un hombre de la casa, no lo era de la redacción. Por fin alguien que no le haría sombra, debió de pensar Galiano, sin calcular las consecuencias del fichaje.
Jiménez duró solo un año en el cargo y denunció las presiones del presidente de Unidad Editorial que, a su juicio, habrían comprometido la independencia del periódico. Tras alcanzar un acuerdo para dejar la cabecera, publicó El director (Libros del K.O.), donde narra los intentos del sistema político y económico para controlar el diario. Cuando sus propios excompañeros lo tacharon de ingenuo, argumentó que no se trataba simplemente de coacciones.
"Estamos hablando de llamadas de despachos que le cuestan la carrera a profesionales, de premiar a periodistas afines en tertulias y de castigar con el despido y la precariedad a quienes no pasan por el aro, de lluvia de dinero a la prensa tradicional a cambio de ocultar informaciones comprometedoras para grandes empresas del Ibex…", detallaba en una entrevista a Público con motivo de la publicación de su polémico libro, donde rebautiza a Galiano con el apodo del Cardenal. O sea, el nuncio de Milán, la sede de RCS MediaGroup.
El perfil que traza en El director es demoledor. Además de intentar ejercer de eso mismo, según Jiménez, trata de frenar o esconder la publicación de noticias que podrían afectar a personalidades como Mariano Rajoy —la caja B del Partido Popular— o Florentino Pérez —cosas de Cristiano Ronaldo—, porque "El Cardenal pretendía hacer el periódico" por él y luego por su sucesor, Pedro Cuartango. Cuando este presentó su dimisión, Galiano le suplicó "entre sollozos" que le diera otra oportunidad. "Temía que, esta vez sí, en Italia descubrieran en qué manos estaban sus dominios españoles", escribe en el libro.
El siguiente en la lista sería Francisco Rosell, un director dócil y de la confianza del Cardenal, quien podría ser arrastrado en su caída. Porque, tres décadas después de embarcarse en El Mundo, a Fernández-Galiano le ha llegado su hora: RCS no le renueva el contrato, una salida que será ratificada este jueves en la junta de accionistas. La decisión, según El País, ha sido atribuida a Nicola Speroni, uno de los directivos —junto a Stefania Bedogni— que ejercen de enlaces con Urbano Cairo, principal propietario de la matriz italiana.
Las diferencias han sido insalvables, pero al menos Galiano pudo ponerle cara a las siluetas de los empresarios y políticos que, en tiempos de Pedro Jota, divisaba en un horizonte que entonces parecía inalcanzable.
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