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David Jiménez (Barcelona, 1971) fue corresponsal en Asia durante casi veinte años, hasta que durante una estancia en Harvard para estudiar la transición digital de la prensa su editor le encargó la dirección del diario donde había comenzado como becario. Entre medias, cubrió guerras y revoluciones, desastres naturales y provocados por el hombre, léase Fukushima. Tras publicar tres libros con sus experiencias orientales, describe sus vicisitudes durante el año que duró al frente de El Mundo en El director (Libros del KO).
La que ha montado…
Esperaba hacer ruido, porque es un libro polémico que denuncia cosas que en muchos casos habían permanecido ocultas hasta ahora, pero no tanto. Creo que ha contribuido el periodo electoral y que el tema de los medios esté de actualidad.
Algunas críticas apuntaron que emponzoñaba la campaña electoral porque le daba munición a algunos partidos, como Podemos o Vox.
Si le da munición a dos partidos tan opuestos, a lo mejor significa que dice algo interesante. Yo no tenía ni idea del adelanto electoral. La fecha de publicación estaba programada para una fecha y ha coincidido con la campaña. He querido que sea un libro apolítico, porque todos los partidos reciben su parte. Aunque los periodistas reciben todavía más, lo que ha hecho que la obra sea percibida como una novedad.
“Los periodistas nos dedicamos a criticar a todos los demás, pero nunca habíamos hecho el ejercicio de mirarnos a nosotros mismos, abrir las ventanas y airear las miserias propias”
Nos dedicamos a criticar a todos los demás, si bien nunca habíamos hecho el ejercicio de mirarnos a nosotros mismos, abrir las ventanas y airear las miserias propias. Es curioso que el periodismo se dedique a desvelar las de los otros, mas nunca las suyas. El grado de corporativismo lo refleja esta frase que han llegado a decirme algunos colegas: “No tienes derecho a escribir ese libro”. Se creían inmunes a las críticas, pero ¿por qué no se va a contar lo que pasa en la redacción?
¿Sería parecido un libro sobre otro periódico escrito por uno de sus exdirectores?
Muy parecido. Sobre todo, de la prensa tradicional. He compartido vivencias con ellos y son prácticamente las mismas. Las presiones, ataduras y relaciones con el poder económico son similares, así como el mundo de las redacciones. Los personajes que se crean en ellas son coincidentes, así como las dinámicas, las facciones y las luchas internas. Pasa en todas las empresas, pero un periódico es más competitivo que cualquier otra, porque tu trabajo es público y se expone todos los días. Eso hace que las rivalidades, en muchos casos, adquieran una toxicidad mayor que en otros oficios.
¿De ahí que recurra a apodos para citar a excompañeros, porque le importa más la figura que el nombre o porque cree que le aportaría poco al lector no iniciado?
Los protagonistas —políticos, empresarios, periodistas y miembros de la monarquía— salen con nombres y apellidos. Se ha protegido con seudónimos a la gente que aún trabaja en el diario. Uno de los grandes errores en la interpretación del libro es que hay colegas que se creen que está escrito por un periodista para los periodistas. Me encanta que me lean, porque puede abrir un debate importante en la profesión, pero yo lo he escrito pensando en mi madre, en el carpintero, en el taxista, en el abogado…
¿No habrá truncado la vocación de algún estudiante?
Es mejor que lleguen al oficio con un golpe de realidad y con una dosis de lo que se van a encontrar.
Cosa que usted no hizo cuando regresó al periódico tras casi veinte años fuera.
Si yo hubiera leído este libro antes de volver, probablemente todavía sería director del El Mundo. Me habría encantado leerlo como estudiante de periodismo, porque me haría ver una realidad más allá de las películas de Hollywood como Spotlight o The Post (Los archivos del Pentágono), donde el final es feliz y los periodistas siempre triunfan. Ésa no es la realidad de España, donde la prensa es sometida a presiones que no se dan en otros países.
¿De verdad cree que en Alemania, Francia, Reino Unido o Estados Unidos no reciben presiones?
El poder intenta influir en la prensa en todos los lugares. A mí, que he vivido en otros países y en otros ambientes periodísticos, me resultaría absolutamente inimaginable que la secretaria de Estado llamara o escribiese a un medio como The New York Times para quejarse de una viñeta humorística. Esto me ha pasado a mí [por una viñeta de Gallego y Rey que relacionaba al expresidente Rajoy con la corrupción].
También lo hacen los de la oposición.
Lo hacen todos, sin excepción. Yo sentí orgullo el día que me llamaron los dirigentes de todos los partidos para quejarse. Me dije: “Algo habremos hecho bien”. La crítica que menos acepto de las que se puedan hacer al libro es la de “¡Vaya sorpresa, había presiones!”. Porque no se trata de presiones: estamos hablando de llamadas de despachos que le cuestan la carrera a profesionales, de premiar a periodistas afines en tertulias y de castigar con el despido y la precariedad a quienes no pasan el aro, de lluvia de dinero a la prensa tradicional a cambio de ocultar informaciones comprometedoras para grandes empresas del Ibex…
"Yo soy de extremo centro: no encajo en ninguna trinchera"
En España, los periodistas hemos terminado normalizando todo eso, de ahí lo de “¡vaya sorpresa!”. Es el mismo defecto de la política, que acaba normalizando lo que no es normal.
¿Pecó usted de adanismo? ¿Es un relato adanista?
Yo he intentado escribir un relato personal de mi vivencia al frente de El Mundo, pero quizás lo original sea que la persona que ocupa ese lugar llevaba dos décadas como corresponsal, completamente alejado de los despachos y sin el teléfono de ningún empresario o político. Caí como un extraterrestre en un gran centro de poder, como es el despacho del director de El Mundo, y esa visión es el valor del libro.
¿Fue un ingenuo?
Si tienes en cuenta el chute de romanticismo que uno recibe cuando ejerce como corresponsal a diez mil kilómetros y sólo se tiene que preocupar por enviar su crónica y dar voz a gente que atraviesa dificultades, pues sí, en cierto modo llegué como un pardillo. El problema es que los directivos te perciben como alguien que está completamente despistado y que va a ser muy manejable.
¿Qué pesó más: esa lejanía o desarraigo, carecer de experiencia directiva y para liderar equipos o, quizás, la falta de conocimiento del medio?
Tenía varios hándicaps. Yo no era de la redacción. Aunque llevaba veinte años trabajando en El Mundo, era un outsider. No tenía experiencia en la gestión de equipos y, de repente, tuve que dirigir a trescientos periodistas que habían sufrido varios ERE, bajadas de sueldo y recortes. ¿Estaba preparado para ser director cuando llegué el primer día, un 25 de mayo de 2015? Yo creo que no.
Pero sostiene —al igual que le comentó un directivo— que el último día en la empresa, sí.
Porque después de un año de intrigas, de presiones, de pelearme con unos y con otros, de apagar incendios, de conocer una redacción de cerca... En resumen, tras vivir un máster apresurado en la materia, sí creo que estaba preparado para dirigir un periódico. Sin embargo, entonces ya no era la persona ideal, porque los directivos ya habían concluido que no me iba a dejar manejar.
¿Cree que le vino grande el cargo?
[Silencio] Las desventajas en la dirección son evidentes, pero tenía una grandísima ventaja: era completamente libre para actuar y tomar decisiones, tanto a nivel interno como externo, porque no tenía ninguna atadura ni debía ningún favor a políticos o empresarios. Esa falta de contaminación compensaba algunas de las carencias y, en un mundo ideal, habría recibido el tiempo, los medios y el apoyo de la empresa para llevar a cabo mi proyecto, mas nada de eso se produjo.
En realidad, nunca se sintió cómodo en el puesto ni en el ecosistema.
No, porque yo no era una persona de redacción. Me fui muy joven de corresponsal y la parte institucional del cargo se me hacía bastante insoportable: ir a actos, tener que relacionarte con personas que muchas veces no me resultaban interesantes, etcétera. Me sentía mucho más cerca de los periodistas, de los fotógrafos o de los maquetadores que de los directivos, de los políticos y de los grandes empresarios del Ibex. En ese sentido, es el relato de un extraterrestre en un mundo que no le pertenece.
¿Quién se equivocó más: la presidencia al proponerle el cargo o usted al aceptarlo?
Fue todo un gran malentendido: ni yo era el director que ellos buscaban ni ellos eran los directivos o editores que yo necesitaba para hacer mi trabajo.
¿Por qué periodista?
Tuve siempre una gran curiosidad por todo lo que me rodeaba. De niño era muy callado y me lo guardaba todo.
¿No era preguntón?
Era curioso, pero muy tímido. En el periodismo descubrí una manera de poder explorar esa curiosidad y, además, contarla. Cuando uno es joven, siempre hay una pizca de romanticismo.
“Como director descubrí que no soy una persona de despachos. Mi aspiración es no volver a ocupar uno”
La idea de participar en una profesión que se dedica muchas veces a contar cosas que se ocultan, a denunciar injusticias y, aunque suene manido, a llevar a miles de lectores la historia de gente que vive en un lugar remoto en conflicto a quien nadie le hace ni puñetero caso… Todo eso me atraía muchísimo.
¿Pero de joven hubo una iluminación? ¿Alguna influencia familiar?
En mi casa siempre hubo mucha prensa. El periódico era un elemento omnipresente.
¿A qué se dedicaban?
Mi madre estudió Psicología y mi padre fue desde pintor hasta policía.
Primero pintor y después policía...
Sí. Y luego, empresario y muchas otras cosas.
Desde que llegó a la redacción como becario, le hervía el culo en la silla.
Yo fui un inadaptado en la redacción desde el primer día. Llevaba muy mal la disciplina, los horarios, los cierres, las facciones y las luchas internas. Como no me enviaban a sitios —como yo quería—, en mis vacaciones me iba a lugares en los que estaban pasando cosas. Entonces llamaba a los redactores jefes y les mentía: “Oye, mira qué casualidad, justo estaba de fin de semana por aquí y ha pasado esto. Si quieres te mando una crónica”. Tenía muchísima hambre de salir a la calle y no me gustaba estar en la oficina editando o aguantando a jefes que muchas veces estaban hartos de mí. Buscaba cualquier excusa para hacer reporterismo, hasta que al final decidí que en la redacción no iba a cumplir mis expectativas de lo que tenía que ser el periodismo.
“Pablo Iglesias no ha sabido liderar Podemos, ha dejado escapar a compañeros con talento y se ha rodeado de gente que le dice lo que quiere escuchar”
Y un día entré en el despacho del director, Pedro Jota, y le dije: “Sólo hay un sitio donde no tienes corresponsal: Extremo Oriente”. Nunca había estado allí ni conocía nada, pero era el único lugar donde veía que había un hueco. Al final, me tiré dieciocho años cubriendo guerras, conflictos y revoluciones, pudiendo hacer el periodismo que me gustaba, lo que siempre agradeceré al diario.
¿Qué se llevó de todo aquello?
Mi experiencia como corresponsal me cambió no sólo como periodista, sino también como persona. Me hizo más pesimista y negativo. Es como si uno llevara una mochila y cada conflicto o desgracia que cubría fueran una piedra que alguien me metía dentro, haciendo cada vez más pesado el viaje. En una guerra, ves a vecinos que llevan décadas siendo amigos y forman parte de una comunidad que parece funcionar. Sus hijos juegan juntos al fútbol y, de repente, un día se están degollando por una idea. Ese lado oscuro que todos tenemos cambia tu percepción de la condición humana.
“La vuelta de las dos Españas y de los extremismos es muy preocupante. Una vez que cruzas la frontera, el riesgo de no controlar esos odios aumenta”
Te das cuenta de que somos capaces de cruzar una frontera interna que hay en nosotros y de comportamos de una manera que ni nos imaginamos. Aunque también hay luces, ese lado oscuro, cuando cubres ese tipo de informaciones, se va acentuando en ti y acaba pesando demasiado. Por eso, pienso que llega un momento en que tienes que dejar de hacerlo.
No hace falta ir tan lejos para encontrarse con guerras fratricidas.
Por eso es tan preocupante lo que vivimos: la polarización, la vuelta de las trincheras, las dos Españas, los extremismos… La gente no se da cuenta de hasta qué punto, una vez que cruzas una frontera, el riesgo de no controlar esos odios aumenta. Me parece inexplicable que en un país que lo ha vivido tan recientemente haya gente tan irresponsable como para avivar todas esas cosas.
Considera a Pablo Iglesias un populista de izquierdas. ¿Le parece más populista o más de izquierdas?
Pablo Iglesias tiene un problema de coherencia entre lo que predica y lo que hace. Asumo que los políticos tienen buenas intenciones para el país y para la ciudadanía, no que son unos seres malvados que quieren hacer daño, pero me da la impresión de que el líder de Podemos perdió una grandísima oportunidad. Tuvo un momento en el que generó mucha ilusión entre la gente que estaba —con razón— indignada, aunque luego la ha decepcionado, porque no cumplió con lo que en teoría mantiene. ¿Es más de izquierdas que populista? En su partido hay recetas que ya se han aplicado en muchos países y no han funcionado, como en regímenes comunistas donde yo he ejercido como corresponsal. Digamos que en Podemos hay un sector más moderado y otro…
Había. Pregunto, claro.
Había, porque lo han purgado como se hace en alguno de esos sitios... Iglesias no ha sabido liderar Podemos, ha dejado escapar a compañeros con talento y se ha rodeado de gente que le dice lo que quiere escuchar.
¿El PP se ha avejentado con la renovación, valga la paradoja, de Casado?
Siempre ha formado parte del ala más conservadora del Partido Popular. Ya Aznar, hace muchos años, cuando le preguntaban cuánto de derechas era, decía: “Espérate a ver a Pablo Casado”. Me parece bien que todo el mundo defienda sus ideas, pero aquí estamos viviendo una urgencia existencial: él sabe que si en las elecciones generales saca un pésimo resultado y las tres derechas no suman, probablemente se tenga que ir a su casa muy joven. ¿Qué ha hecho entonces, de una manera estratégica y, en muchos casos, cínica? Ha llevado al PP más a la derecha para que el votante de Santiago Abascal se plantee: “Bueno, no me hace falta votar a Vox que porque mi partido de toda la vida ya es Vox”.
¿Cree que Casado ha forzado la máquina retrógrada, que exagera o que es realmente así?
Cuando era director de El Mundo, comí con él y me dio la impresión de que era una persona más moderada y razonable, pero creo que está sobreactuando al ver que su carrera política está en juego. Sin embargo, ha tomado una decisión que va a tener un resultado contrario al que él piensa, porque en España las elecciones se ganan en el centro.
¿Cuánta culpa tienen los periodistas del ascenso de Vox?
No creo que el principal culpable sea el periodismo. Yo atribuiría como principal culpable del ascenso de Vox a lo que ha pasado en Catalunya. Eso les ha proporcionado el caldo de cultivo para crecer. No obstante, una vez que consiguen aferrarse a la crisis catalana para despertar un nacionalismo que estaba dormido en el resto de España, es verdad que muchos medios hacen un muy mal trabajo periodístico. Porque se convierten en altavoces de Vox sin cuestionar —con los suficientes datos e información— falacias, propaganda y discursos intolerantes que no están basados en cifras.
“Muchos medios se han convertido en altavoces de Vox sin cuestionar sus falacias, su propaganda y sus discursos intolerantes”
Cuando Vox habla del crimen en España, el periodista tiene que replicarle que está descendiendo y que vivimos en uno de los países más seguros de Europa. Cuando Vox culpa a los inmigrantes de esos crímenes, el periodista debe esgrimir las estadísticas del INE y decirle que su argumento no se sostiene.
Una bandera que empezó a ser agitada por Rosa Díez (UPyD) y Albert Rivera (Ciudadanos).
Nunca compararía a Ciudadanos con Vox.
Me refiero a la estrategia de contraponer el nacionalismo español frente al soberanismo catalán para medrar políticamente.
Porque el independentismo se lo ha puesto a huevo a los partidos que utilizan el nacionalismo español para crecer.
¿Se retroalimentan?
Al nacionalismo catalán nada le viene mejor que un nacionalismo español que sea intolerante, agresivo e irrespetuoso. Para lograr la independencia, la estrategia de los partidos soberanistas consiste en decir: “Los españoles son autoritarios, fascistas y represores”. No dudo que haya personas así, pero ésa no es la realidad de España como país. Ahora bien, si doscientos radicales fascistas montan un pollo durante una manifestación, les hacen unas fotos y luego se publican en los medios catalanes como un estereotipo de España, eso es una manipulación. La misma que puede hacer Vox en otros contextos.
Si no fuese periodista ni se llamase David Jiménez, ¿a quién votaría en las generales?
Llevo muchos años haciendo algo que provoca el enfado de familiares y amigos: votar en blanco. Lo llaman “el voto inútil”, aunque yo les respondo que es un voto muy útil. Yo estoy a favor del sistema —pese a creer que necesita una regeneración— y de que me den la oportunidad de votar, pero de los que partidos que existen no he conseguido encontrar a ninguno que me represente.
¿Nunca?
Hombre, en el pasado, sí. Yo he votado de todo. No creo que la política sea como el fútbol, donde uno tiene que llevar una bandera y morirse con ella. Tampoco entiendo cuando se destapa un caso de corrupción y alguien me dice: “Ya sabemos que roban, pero son de los nuestros”. Yo quiero un país donde la gente castigue a los partidos, aunque sea el suyo, cuando roban o perjudican al interés general de los ciudadanos. Esto lo viví como director del periódico, cuando la corrupción del Partido Popular estaba en su mayor auge. Ese año, nosotros publicamos numerosas portadas con casos que afectaban al PP y muchos lectores se enfadaron.
Usted se vino de Barcelona a Madrid con trece años. Si hoy siguiese viviendo en la capital catalana, ¿en vez de votar en blanco lo haría en amarillo?
No lo creo. Mi madre es de Santander y mi padre, de Córdoba.
Eso no significa nada…
Es verdad, pero en mi casa no se hablaba en catalán y soy una persona moderada. Antes me preguntabas por mi partido político: yo me considero de extremo centro.
¿Ve con buenos ojos a Albert Rivera?
Hay cosas de Albert Rivera que me gustan y otras que no. Cuando llegué al periódico, primero me dijeron que era el director podemita, porque publicaba muchos casos de corrupción del PP. Luego era de Pedro Sánchez, pero se enfadó conmigo y dejé de serlo. Finalmente, pasé a ser de Ciudadanos, porque afirmaban que no los criticaba, pese a que en 2015 no gobernaban en ningún sitio. Yo voto en blanco porque hay ideas de unos y de otros que me gustan o no, mas no he encontrado ningún partido que me haga sentirme completamente identificado con él. Aunque la culpa no es suya, sino mía, debido a mi experiencia vital. No creo que encaje en ninguna de las dos trincheras que hay en España. A mi regreso, me preguntaban: “¿Y tú de qué eres? ¿De derechas o de izquierdas”.
“Un 1% es periodismo de investigación y un 99% de filtración. Voy más lejos: el 70% es filtración interesada y procedente de fuentes nada limpias”
Yo no sabía contestarles y les respondía que de extremo centro. No tanto ideológico, sino respecto al concepto de aceptar la legitimidad de todo el mundo para ser de derechas, de izquierdas o de lo que te dé la gana. Para mí, eso es ser de centro. Y el día que un país lo pierde —o sea, cuando quien piensa diferente a ti se convierte en un adversario o en un enemigo— se jode todo.
¿Cree que una persona progresista o de izquierdas podría dirigir un periódico conservador o liberal, y viceversa?
En otros estados es posible. En España, no, porque a la prensa se le demanda una militancia absoluta. Estamos acostumbrados a un país muy dividido, donde la policía tiene facciones, al igual que la judicatura, la política y la prensa, atrincherada y sujeta a afinidades. Estamos en manos de un triunvirato de poder económico, político y mediático, que opera en consonancia y de manera muy coordinada. El poder y el destino de España están en manos de cien personas.
¿Y su destino, cuando aterrizó en el periódico, ya estaba escrito?
Sí, porque estaba en manos de ese establishment. Cuando hay un enemigo, lo destruye. Y cuando hay que apoyar a alguien, lo eleva. Es un poder establecido que —gracias al dinero, a la influencia y a la difusión— destroza la carrera de unos e impulsa la de otros.
¿Es inevitable el olor a cloaca?
No. Tender a la corrupción cuando se está mucho tiempo en una posición de poder es intrínseco a la naturaleza humana. Por ello hacen falta unas instituciones muy fuertes que prevengan que eso ocurra y que, cuando se detecta, proceda a su limpieza y meta a los responsables en la cárcel. Y eso no ha pasado en este país. Algunos jueces están haciendo un buen trabajo, pero también ha habido mucha impunidad.
Hablando de justicia, ¿le pesan las informaciones publicadas contra la jueza y candidata de Podemos Victoria Rosell, forzada a dimitir como diputada? El entorno de la magistrada le advirtió en su día de que habían tramado una presunta conspiración contra ella en la que supuestamente estaría involucrado el exministro Soria. Por cierto, ¿la llamó alguna vez para disculparse?
Me pesan porque con Vicky Rosell cometí un error. Un error comprensible, porque el periódico estaba recogiendo autos judiciales y yo no tenía ninguna razón para sospechar que el juez Salvador Alba podía estar implicado en una conspiración para destruir una carrera política.
“El independentismo se lo ha puesto a huevo a los partidos que utilizan el nacionalismo español para crecer”
Pero la realidad es que le dimos a esa historia una mayor relevancia de la que merecía y que eso perjudicó a una persona. Creo que también cometimos errores probablemente con el PP y con otros partidos e instituciones. Es impensable que no los cometiéramos cuando publicábamos quinientas noticias al día, entre el papel y el digital.
¿Cuánto hay en España de periodismo de investigación y cuánto de periodismo de filtración? O, mejor dicho, de filtración sin investigación posterior.
Un 1% de investigación y un 99% de filtración. Voy más lejos: el 70% es filtración interesada y procedente de fuentes nada limpias.
El Mundo no salió a la calle un día como presión ante un ERE. Una semana después, con la segunda huelga de la redacción, se propuso sacar el periódico a la calle y ayudó a escribirlo usted mismo. "Me pareció que de todos los jefes yo era el que mejor se adaptaba a las circunstancias por la cercanía de mis tiempos de reportero. O quizá porque nunca había dejado de serlo y El Despacho estaba siendo ocupado por un impostor: un reportero que se hacía pasar por el director". No hubiese sido un mal título para el libro: El impostor.
Bueno, hay un…
No va con segundas. ¿Sería un buen título?
No, porque los impostores fueron quienes me escogieron para pretender que querían hacer un periódico independiente y regenerar la prensa tradicional en España cuando, en realidad, no tenían intención de hacerlo. Ahí es donde está la impostura, no en alguien que, después de veinte años de experiencia, acepta un puesto difícil con la intención de hacer un periódico mejor.
¿Cree que ha hecho un ejercicio de autocrítica condescendiente, o vacío, o insuficiente?
Eso lo discutí con el editor de Libros del KO, Emilio Sánchez Mediavilla. Sin embargo, lo que no podíamos hacer en El director era forzar la autocrítica, exagerándola, para compensar la crítica a otras personas. Se habla de errores, como la falta de preparación cuando llegué al cargo o las deficiencias en la gestión. Ahora bien, no podía omitir que intenté hacer un periódico honesto e independiente, porque mi prioridad fue informar a los lectores.
¿Le daría para otro libro?
No sólo hay material para otro libro, sino que hay cincuenta páginas que finalmente no han salido en éste, por razones diferentes.
Tras su publicación, ¿cree que ha cerrado muchas puertas en España?
El libro es una inmolación profesional en España. ¿Quién va a contratar a alguien que, a lo mejor dentro de unos años, va a contar lo que pasaba allí? Pero sería ridículo que fuera de víctima, porque me lo puedo permitir. No dependo de una tertulia para pagar la luz, trabajo para medios extranjeros —entre ellos, The New York Times—, no me faltan oportunidades profesionales fuera del país, escribo libros que se traducen a otros idiomas… Sería injusto pedirle a un periodista en precario que escribiera un libro así, aunque en mi caso sería una cobardía no haberlo hecho.
¿Qué le gustaría hacer?
Nada más terminar la entrevista, me cogería un avión a Bangkok y me quedaría allí una temporada, hasta que pasara el ruido generado por el libro.
Cuando lo destituyeron, le ofrecieron la corresponsalía que eligiera y rechazó la oferta.
Yo no podía seguir trabajando para gente que quería manipular el periódico y, sobre todo, cambiar el espíritu original de ese proyecto. Aunque lo más ventajoso para mí habría sido callarme, llevarme mi indemnización, aceptar una corresponsalía y vivir estupendamente en Manhattan. Pero, entonces, todo lo que he hecho en mi vida como periodista hubiese sido una farsa. Me habría sentido comprado.
¿Ha perdido amigos dentro del periódico tras la publicación del libro?
No. Quienes no eran mis amigos siguen sin serlo y quienes lo eran todavía lo son. Es más, algunos de mis amigos me han dicho que les gustó el libro, pero que no debería haber escrito algunas partes, algo absolutamente legítimo. La amistad no se ha visto afectada, aunque en estos momentos la llevan de una manera más discreta...
Los columnistas, en general, tampoco salen indemnes. "El columnismo español llevaba años viviendo por encima de sus posibilidades". Cobraban muy bien, mas no eran Umbral, según usted.
El columnismo ha sido una de las grandes burbujas de este país. Lo que yo llamo Los Inspirados, es decir, columnistas que cobran sueldos desproporcionados, mientras que ese mismo periódico le paga sesenta euros por crónica al reportero que se está jugando la vida en Siria. Ese defecto de los políticos que tanto hemos criticado los periodistas —o sea, que son una casta privilegiada y que muchos ciudadanos han pagado la factura de sus privilegios— es igualmente achacable al periodismo. Hay una casta periodística que ha vivido por encima de sus posibilidades.
“Pablo Casado sobreactúa al ver que su carrera política está en juego, pero es contraproducente, porque en España las elecciones se ganan en el centro”
Es más, no me importa que se me meta en ese grupo, porque yo también he sido un privilegiado. Como corresponsal, la empresa siempre me pagó bien, me dejó hacer el periodismo que quería, me sentí bien tratado… Ahora bien, mi generación ha taponado a quienes venían por debajo y, en parte, somos culpables de que ahora haya un periodismo precario que no consigue asomar la cabeza.
¿Qué futuro le augura a la prensa española?
[Silencio] Yo creo que hemos tocado fondo. Y que cuando uno toca fondo, ya sólo puede elevarse. En las facultades de Periodismo veo a estudiantes con ganas de cambiar las cosas. Por eso, el libro está dedicado a los futuros periodistas. Pese al desencanto que he sufrido con el oficio en España, siento que quienes vienen por detrás van a tener que ser los que lo cambien y lo mejoren. Pero tampoco quiero ser totalmente negativo, porque hay proyectos nuevos y se están haciendo cosas.
Dada la precariedad que afecta a los jóvenes obreros de la información, ¿no cree que es un mensaje demasiado optimista y esperanzador?
Los jóvenes lo van a tener muy difícil para cambiar las cosas desde una situación tan precaria, pues corren el riesgo de perder el trabajo y cada año salen tres mil nuevos periodistas de las facultades para repartirse muy pocos empleos. No obstante, también veo proyectos como la revista 5W, hecha por un grupo de amigos que consigue hacer rentable un medio de comunicación con buen periodismo e historias en profundidad. Cuando observo esos ejemplos, pienso que se puede. Lo que no vamos a hacer es rendirnos. En el futuro, me gustaría apoyar alguno de esos proyectos.
Contó las 366 portadas que publicó como director de El Mundo. ¿Lleva la cuenta de las publicadas desde que dejó la avenida de San Luis?
No las he contado, pero estoy convencido de que hay gente que está encantada de que todas esas portadas no las haya hecho un director que estaba dispuesto a defender la independencia del periódico.
Si no un ajuste de cuentas, ¿qué es el libro?
[Silencio] Es la historia de un periodista que cree en la función del periodismo y que descubre que en su país se ha perdido en gran parte ese servicio. Un periodista, en definitiva, que intentó hacer el mejor periódico posible. En ningún caso es un ajuste de cuentas. Sé que va a sonar muy raro lo que voy a decir, pero al denunciar lo que yo creo que va mal y a las personas que yo considero que han manipulado y destruido el espíritu original, en cierto modo estoy haciendo un servicio y demostrando que todavía le tengo cariño al diario.
“Mi generación ha taponado a quienes venían por debajo y, en parte, somos culpables de que ahora haya un periodismo precario que no consigue asomar la cabeza”
Cuando uno tiene un amigo o un familiar al que aprecia y ve que se ha desviado del camino, ¿cómo le ayudas más: callándotelo o diciéndoselo? Yo creo que es mejor decirle: “Has sido un periódico importante y has hecho grandes cosas. Tienes gente en la redacción con muchísimo valor y ganas de hacer un gran diario. Sin embargo, hay personas dentro y fuera de los despachos que —por ambición, por codicia y por preservar sus privilegios— están impidiendo que eso se haga”.
Si retrocediese en el tiempo, hasta cuando estudiaba en Nueva York y le ofrecieron el puesto de director, ¿lo rechazaría?
Volvería a decir que sí y volvería a intentar hacer el proyecto que siempre quise para el periódico. Aunque, si tuviera la ventaja de lo vivido, no cometería muchos de los errores que cometí.
¿Y seguiría hoy en El Mundo?
[Silencio] Ese año descubrí que no soy una persona de despachos. Una de las aspiraciones que tengo más claras es no volver a ocupar uno. Me gusta mi independencia, mi libertad, mis libros, mis viajes, escribir… Sólo en un medio donde la garantía de libertad fuera absoluta, con un soporte financiero que lo permitiera, podría llegar a plantearme en algún momento una posición de dirección. Pero prefiero estar fuera de los despachos. Hay gente que vale para ello y gente que no. Y yo no valgo para los despachos.
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