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MADRID.- Hubo un niño, que rondaría los seis o siete años, que copó buena parte de las noticias deportivas en EEUU la noche del último draft de la NBA. Un chaval que, ataviado con una camiseta naranja de sus Knicks y unas gafas azules, lloraba desconsoladamente por la elección que acababa de hacer el equipo de Nueva York. El crío venía a decir algo así como: “¿Por qué?”. Los abucheos se extendieron por el recinto y por Internet. Sólo seis meses después, el pasado diciembre, el niño ya había cambiado los sollozos por una foto en Instagram en la que aparecía sonriente y orgulloso con la camiseta de aquel fichaje abucheado.
Kristaps Porzingis (Liepaja, Letonia, 1995), el objetivo de las protestas, respondió entonces elegante a la par que humilde: “Muchos no estaban contentos. Tengo que hacer lo que pueda para convertir los abucheos en aplausos”. Su fuerte personalidad no permitió que le afectara. De la misma manera que evitó que se hundiera cuando a los quince años, recién fichado por los ojeadores del Baloncesto Sevilla, descubrieron que padecía una anemia severa. “Tenía muchas ganas, decía que para él era un reto. Vino con ambición desde el primer día”, recuerda Pastor Planelles, coordinador de la cantera de los andaluces.
Desde que los ojeadores del club vieron un vídeo suyo en abril de 2010 hasta las pruebas que realizó en junio ya había crecido unos cuantos centímetros. Se presentó con dos metros de altura y sólo setenta kilos en tanto cuerpo. La grave anemia que sufría le hizo más retraído durante un tiempo. “Aguantaba muy poco en los entrenamientos, enseguida se iba al banquillo”, explica Planelles. Le recetaron un cuidado menú de proteínas, hidratos de carbono, frutas y verdura y al poco cambió su humor y su estado físico.
Sin embargo, siempre se sintió integrado. “Tenía mucha personalidad, se hizo querer desde el principio y le recibieron con los brazos abiertos”. Compartía morriña hacia sus seres queridos con el resto de la residencia en la que vivía y eso le hizo más fuerte, pese a unos duros primeros meses. “Pero nunca se ponía triste o melancólico como otros. Sabía perfectamente a lo que venía. Tenía muy claros sus objetivos, quería disfrutar del momento y tenía una actitud muy positiva”.
Los tres años que permaneció en la cantera del Sevilla moldearon su técnica y su personalidad. Entrenaba duro para ser ese jugador especial: tiro exterior, aceleración, penetración a canasta… “Teníamos claro que queríamos conformar un jugador distinto. Con nosotros fue alero grande y eso le está ayudando muchísimo ahora. Su evolución física está siendo muchísimo mayor de lo que todos esperábamos: cuando subió al equipo ACB parecía claro que tenía que ser un cuatro y ahora que está en la NBA parece que tiene que ser un cinco”.
Su propia exigencia y la de los demás no le hicieron, sin embargo, descuidar sus estudios ni su vida social. Se sacó el bachillerato y formó una formidable cuadrilla con sus compañeros de cantera y de residencia, en la que destacaba su especial amistad con Guillermo Corrales. Iba al cine con ellos, a cenar, jugaban a la videoconsola y hasta montaron una liguilla interna del videojuego NBA 2K. Sabía español a los pocos meses de llegar, el acento andaluz se le pegó poco después y era de los más bromistas. “Tenía un entorno que cuidaba de él. Y él se sentía querido y protegido. Eso le ayudaba a tener una personalidad fuerte y a no ser desconfiado”.
Y entonces llegó Aíto. Cayó prendado de él cuando presenció un partido con el equipo junior. “Creí en él. Le vi jugar en L'Hospitalet y yo fiché para la temporada siguiente. Allí aprecié su gran movilidad considerando su estatura. Posteriormente, cuando le conocí, me gustó su naturalidad e inteligencia”, rememora García Reneses.
El técnico madrileño le subió al primer equipo. “Por supuesto, Aíto fue básico en su rápida progresión. Le dio confianza, tranquilidad para jugar, le quitó la presión y le dio buenos consejos”, asegura Planelles, que confiesa que es el más extraordinario que ha visto en sus once años en la cantera. Con el legendario entrenador, y todo un cuerpo técnico detrás, progresó en la mayoría de aspectos. “Mejoró en todo: técnica individual, conocimiento del juego colectivo y también físicamente”, explica Aíto García Reneses.
Tras poco más de una campaña en el primer equipo, los ojeadores de la NBA ya se convirtieron en habituales en los encuentros del Sevilla. “Parecía evidente que se lo iban a llevar”, reconoce el coordinador de la cantera. Clarence Gaines, una de las personas de confianza de Phil Jackson, presidente de los Knicks, le proporcionó antes del verano de 2015 la cinta de vídeo que acabó por convencerle. Según The New York Times, era un partido decisivo contra el Barça en el que el letón destacaba por su “firmeza, agilidad y comprensión del juego”.
Algo que desde que empezó la liga en EEUU está demostrando en cada partido, a la vez que tapa muchas de las bocas que en su día bramaron contra él. Como el líder del equipo, Carmelo Anthony, que se mostró furioso por la elección de Porzingis, al tiempo que pronosticaba que el equipo haría con él una campaña aún peor que la anterior, en la que batieron el récord de derrotas, con 65. La furia se ha tornado en delicadas palabras de Carmelo: "Estamos orgullosos de él. Sé la sintonía que tenemos. Nadie se interpondrá entre nosotros, digan lo que digan".
El letón, que se ha desplegado hasta los 2,21 metros y 109 kilos, está haciendo unos números tan impresionantes en la Gran Manzana y todo es ahora de color de rosa. Sus 24 puntos, 14 rebotes y siete tapones en un partido ante los Rockets no los hacía un debutante desde Shaquille O’Neal y su promedio de 14 puntos y 8 rebotes supera en parte los 13,5 puntos y 9,1 rebotes que no lograba ningún novato desde Pat Ewing. “Esperaba su explosión, y la espero aún más, pero me ha sorprendido lo pronto que ha empezado a conseguirlo. Pero él tiene una ventaja: su inteligencia”, admite Aíto. Tampoco lo aguardaba ninguno de sus compañeros, ni The New York Times, que se halla fascinado ante la “rápida, firme e indudable adaptación” del letón de 20 años.
La mayoría de expertos le comparan con Nowitzki y, sobre todo, con Pau Gasol por sus cualidades técnicas y su físico. “Es ahora mejor que Pau cuando comenzó su temporada de rookie. A Pau le costó hacer esos números y acabó siendo Rookie del Año”, observa José Manuel Calderón, compañero suyo en los Knicks. Por ello es, sin duda, el gran favorito para alcanzar esa distinción esta campaña. De hecho, ha sido elegido novato del mes en noviembre y diciembre.
Es el chico de oro en Nueva York. Tiene un inglés casi perfecto, la prensa le adora y las marcas le persiguen. Y él no se mete en problemas, parece que no haya roto nunca un plato. En Manhattan vive con sus padres y sus hermanos, de los que heredó su pasión por el baloncesto. Todos, menos el mediano, se dedicaron a ello en algún momento de su vida y Kristaps comenzó a los seis años en su Liepaja natal. Según apuntaba el periódico neoyorquino, su vida en la Gran Manzana no puede ser más anodina: se despierta a las ocho de la mañana, va al gimnasio a las nueve, entrena con el equipo y está de vuelta con la familia a las tres de la tarde. Sucede todo lo contrario en el Madison Square Garden, donde hace levitar a los aficionados con sus exhibiciones.
“Hay algo mágico en él”, asevera el místico Phil Jackson. Un encanto que ha hechizado a muchos más que al niño de las gafas azules: es el cuarto jugador que más camisetas ha vendido en toda la Liga, sólo por detrás de Curry, LeBron James y Kobe Bryant. Sin embargo, no levanta los pies del suelo más que en la cancha y no lleva aires de estrella. “Siempre ha sido un chico muy centrado, con la cabeza muy bien amueblada, muy cercano con la gente que le ha ayudado, muy amigo de sus amigos. A pesar de que está en la NBA, todavía te responde a los mensajes de móvil”, cuenta Planelles. García Reneses, que ha moldeado a muchas figuras y ha visto quedarse a medio camino a tantas otras, avisa: “Su techo dependerá de cómo asimile su éxito actual y de que siga trabajando; confío en ello”.
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