El Kun acabó desesperado, buscándose la vida en solitario y gesticulando cada vez que sus compañeros no conectaban con sus movimientos. El Kun quería ganar en Cornellà, dar un zarpazo definitivo a la batalla por Europa, y realmente lo vio cerca. Hasta dos veces creyó tener la victoria en el bolsillo, la última tras una exquisita maniobra personal. Pero al final sintió que los puntos se le escapaban, que su talento no alcanzaba para acabar con el Espanyol.
Que los que vestían su misma camiseta no juegan exactamente a lo que él, no al mismo nivel. Y que enfrente jugaba un tipo extraordinario, Osvaldo, que se ha aprendido al Atlético de memoria, especialmente a Perea. El ariete blanquiazul ya tomó el Calderón en la primera vuelta. Y fue el encargado de evitar que su equipo se despidiera de la lucha por jugar el año que viene los jueves en el extranjero.
El Atlético se encontró con un gol nada más aterrizar. Fue una jugada esperpéntica, más propia del patio de un colegio a la hora del recreo que de la Liga principal, como si la pelota no estuviera sobre el césped sino dentro de una máquina de pinball, rebotando sin control de un jugador a otro hasta que acabó no se sabe cómo en la red. Lo empujó ahí Koke, pero sin querer, tras empotrarse en su zapato un despeje blando, raso y pifiado de Galán, que sorprendió a Kameni fuera de sitio y a Amat mirando hacia otro lado.
Koke, de churro, y Agüero, de vaselina maravillosa, marcan por los rojiblancos
El gol a favor dibujó una primera parte placentera al Atlético. Al Espanyol le costó escapar del aturdimiento al que le condenó el gol en contra, pero los rojiblancos dejaron escapar la contienda. Especialmente el Kun, que tuvo en tres ocasiones a Kameni contra las cuerdas. Tan fácil lo vio el Atlético, que decidió acostarse un rato sobre la ventaja en el marcador. Y lo pagó, porque en una contra desastrosamente defendida, con la ayuda de Perea por todos lados, incluso en el remate final, Osvaldo empató.
El Atlético estrenó la segunda mitad como la primera, con otro gol sin tiempo de acicalarse. Otra vez le echó un cable Callejón, que jugó con la brújula averiada. Si en el primer gol había regalado el balón a Reyes, devolviéndolo hacia su propia área desde el medio campo, esta vez le dedicó el presente al Kun, al que en un intento de ceder a Kameni le puso de frente al gol. Eso sí, cómo resolvió el argentino, con un delicado globo que mandó al suelo al meta camerunés, sólo es imputable a su talento.Muy pocos son capaces de llegar a tanto.
Dio igual. Osvaldo todavía no había dicho la última palabra. Por pura necesidad, el Espanyol giró hacia la puerta rival y el Atlético se dejó, convencido de que sabría manejarse sin excesivos apuros. Pero en un centro milimétrico de Verdú, Osvaldo ajustó un cabezazo portentoso hacia un rincón y De Gea no llegó a desviarlo. El meta estaba siendo espiado por Martin Ferguson, el hermano del entrenador del Manchester, pero no tuvo su mejor día. No dejó una sola parada. Lo demás, lo dicho, fue la batalla del Kun contra el mundo. Y su desesperación final. El Atlético no le responde. Ni el Espanyol a Osvaldo. Son planetas distintos.
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