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Quizás podría arrancar este relato con aquella vieja frase de Mike Tyson: "Todo el mundo tiene un plan hasta que le sueltas la primera hostia". Podría hasta recordar una idea que aún da más pánico escrita por el periodista y compositor musical Carlos Toro acerca de los boxeadores: "cuánto más triunfadores, más cerca están de convertirse en víctimas". Y hasta podría recurrir a ese viejo prejuicio de que los boxeadores acaban sonados como pasa en tantas películas que nos invitan a pensar en triunfos rápidos y en caídas en picado, en seres que acaban su vida a empujones y en tantas historias errantes que ya no se sabe si forman parte de la casualidad o del destino.
Pero hoy será diferente porque hoy tal vez sea un día para contestar prejuicios o para escuchar a Jorge Sanz Casillas, ese joven periodista o ese joven escritor, de 26 años, al que un día de hace años un boxeador, que había sido ocho veces campeón del mundo, le llamó para escribir su biografía. "Me gustaría que contases mi vida", le dijo Javier Castillejo, el boxeador retirado.
Hoy, el libro ya se terminó y eligió un título de película, Asalto al cielo, de una película que podría haber sido protagonizada por Robert de Niro o por Jake LaMotta. Pero ese libro le da a uno la elección de comprobar que no todos los boxeadores, marcados por el odio o por la gloria, acaban sonados. De hecho, esa pregunta hasta parece molestar al escritor que pone de ejemplo a Castillejo, "a su vida familiar, 22 años casado con la misma mujer; al chalet en el que vive en Parla; a la casa que tiene en el pueblo de su mujer; al gimnasio que es el negocio con el que se gana la vida o a sus dos hijos que son estudiantes".
Una radiografía útil para presentar al personaje o para escapar de esa leyenda del boxeo que no muere de pena, sino todo lo contrario. "Yo no conozco a ningún boxeador que haya acabado sonado", discrepa Javier Castillejo, el hombre que un día fue capaz de meter a 15.000 personas en la Plaza de toros cubierta de Leganés; el mismo que llegó a pelear en Las Vegas o a escuchar en 1998 en aquel último asalto, a todo o nada, frente al ruso Dottuev, que entonces era campeón de Europa, "tira, Javi, tira, hazlo por Saray, por tu hija", porque la vida, a veces, también se parece a las películas. De lo contrario, no sería la vida.
Por eso hoy no se trata de defender o de censurar al boxeo. En realidad, no es ni siquiera el día de plantearse esa pregunta, sino de escuchar, por ejemplo, al escritor, Jorge Sanz Casillas, lo que sintió mientras retrataba los golpe en el ring que también pueden ser parecidos a los de la vida. "La épica no tienes que buscarla en el boxeo; la épica te viene dada en este deporte y hasta te ayuda a ser más creativo y a encontrar metáforas que en otros lugares no encuentras", asegura él, que pertenece "a una generación que nunca vio el boxeo en abierto por televisión".
De ahí que supiese lo justo de este deporte y que ni siquiera imaginase que los boxeadores fuesen a entrar en su hoja de ruta el día que comprobó que se le "había pasado el arroz para ser campeón de algo" y no le quedaba más remedio que escribir acerca de "las hazañas de otros". Y entonces apareció Javier Castillejo para desafiar a la página en blanco y para organizar una vida en 260 páginas como si fuese Norman Mailer cuando escribió El combate entre Ali y Foreman.
Pero esta vez el libro sale del ring y de los sacos del gimnasio para retratar la vida real en la que Castillejo nos lleva a un millar de madrugones y a sentirse en el ring como los toreros en la plaza: "tú estás delante del hombre que te está dando". Pero el caso fue vivir y sobrevivir entre todas esas toallas que ya forman parte de la historia, "la única alternativa era hacerlo entre capotes", como si esto fuese un reflejo de la vida en la que no todos los boxeadores tienen por qué acabar mal. No sería justo.
La prueba es Castillejo y el que lo retrató sin ninguna prisa fue Jorge Sanz Casillas. "El día que le dije, 'vale, acepto escribirla', me generó una responsabilidad inmensa y le avisé de que iba a ser largo, de que no iba a hablar sólo con él y de que necesitaba hacerlo con mucha gente". Pero quizás por eso la historia tiene más valor y demuestra que un boxeador sin apenas formación académica, acostumbrado a decir que él solo tiene "tres ratos de EGB" ha sobrevivido a la leyenda negra de los boxeadores.
Y eso que su biografía es una de las grandes, mitificada por los viajes, de Parla a Nevada, de Leganés a Alemania o de Virginia a Kazajastán en los que "una llamada de teléfono y un combate en Reino Unido" fueron como su salvación. Parecía ya tarde. Tenía 30 años y una hija pequeña. Trabajaba de pintor y antenista para ganarse la vida como podía cuando, de repente, el destino iba a ofrecerle la posibilidad de convertirse en campeón del mundo o en el 'lince de Parla'. Un sueño que explica el libro y también le explica a él el día que dijo a sus padres: "Quiero ser boxeador".
No fue ni ingeniero ni futbolista. Fue boxeador lo que quería ser aquel joven que hoy está en la frontera de los 50 años y que, para su biógrafo, fue "un deportista como otro cualquiera que sale a correr para ganar resistencia; que hace gimnasio para mantener la musculatura y que utiliza una táctica dentro del ring para tumbar a otro dentro de unas normas".
Pero, incluso, podría ir más lejos, "porque un boxeador pasa tantos controles que no lo podemos ni imaginar y que se somete a todas las analíticas habidas y por haber para comprobar que su sangre está sana y puede pelear sin poner en riesgo su salud ni la del rival". Y, entre los golpes, perdura siempre la vocación, porque, aunque Castillejo sea uno de ellos, no es fácil llegar a la meta: "Campeones del mundo hay dos o tres". Y la popularidad ya no es el premio como lo fue en otro tiempo: "Gané ocho títulos mundiales y nadie me recibió en el aeropuerto", señala Castillejo, entre cuyas virtudes (lo explica en el libro) está "la de saber encajar los golpes", quizá por eso todo es diferente.
Hoy, esa vocación despierta en la prosa de un joven escritor. Fueron 52 horas de grabaciones e incontables frente a la página en blanco, que no se trata de que rindan culto al boxeo, sino que demuestran que hay magníficos boxeadores que también están preparados para el día de mañana o de que una dentadura rota no es el fin del mundo. Quizá por eso Jorge Sanz Casillas tampoco necesitó escribir este libro en el gimnasio escuchando el ruido de los puñetazos en los sacos, sino que lo hizo casi mayoritariamente "en la biblioteca de la Facultad de Medicina que está enfrente del hospital de La Paz y que me queda cerca de casa", un escenario pacífico, en definitiva, para poner paz a lo que a veces nos parece tan difícil: el boxeo.
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