Ya está aquí la Eurocopa de 2008. Desgraciadamente es práctica habitual que la selección española se empequeñezca en las grandes citas, se jibarice misteriosamente, convierta a jugadores de calidad contrastada en futbolistas marchitos y torpes. Da igual si la camada de jugadores rebosa magia. Aparece un campeonato de selecciones y a la absoluta le crujen los dientes, se le trastabilla el cerebro y le farfulla el fútbol.
¿Por qué España nunca gana nada, o en sus vitrinas sólo brilla una Eurocopa que alzó cuando todavía existían los dinosaurios? ¿Por qué sale abombada, carente de sustancia, con una autoestima alocadamente ciclotímica? No soy psicólogo, pero según los expertos lo que le ocurre a la selección es que no posee carácter totémico, afiladas señas de identidad de clan, anhelo hipertrofiado por demostrar la grandeza de la tribu a la que representa.
¿Se debe a la España de las autonomías que desdibuja la idea de patria, a que no hay afectos tribales arraigados en la sensibilidad colectiva, a que nos sentimos más de la Comunidad en la que vivimos que de la nación en la que está subsumida? ¿Y entonces por qué en la España preconstitucional tampoco se conquistó nada?
La historia certifica que mientras España intenta ganar, las otras potencias intentan que no le arrebaten algo que consideran suyo. Italia, Alemania, o Francia, llevan sangre y pólvora en las venas, España suavizante. Los grandes disputan mundiales y campeonatos continentales, España sólo los juega. Resulta paradójico que mientras las secciones inferiores españolas dominan el mundo y poseen un imperio en el que no se pone el sol, la absoluta habita un territorio en el que nunca sale.
Los avezados en estas incógnitas afirman que se debe a que no hay referentes que movilicen el esfuerzo y desarrollen estrategias para mejorar el rendimiento, no existe un elevado nivel de contraste, un motivo que nos enorgullezca y que nos impulse y oriente. El listón está tan bajo que anega de automenosprecio a los futbolistas. Como siempre todo ha salido mal, gastamos más energía en justificar el próximo desastre que en evitarlo. Ojalá que esta Eurocopa desdiga todo lo que acabo de escribir. Me encantaría. Cruzo los dedos.
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