Di María es tan vertical como zurdo cerrado. Una flecha con la capacidad de sorpresa que reside en los zocatos. Lo mismo monta una contra con un pase largo natural que con una rabona porque no se fía de su derecha, o la pega con el exterior de su zurda por el mismo motivo. Gestos que, acompañados de precisión e imaginación, desataron un ciclón que desintegró al Racing.
Di María terminó el partido de lateral izquierdo y con el estigma de los futbolistas entregados al escudo: los gemelos subidos, el dolor de los que esparcen el alma por la hierba. El Bernabéu así se lo reconoció cuando se retiró cojo. También Mourinho, que con los tres cambios agotados, no le importó dejar al equipo con diez para que la figura del partido no corriera riesgo alguno de lesión. Cristiano marcó cuatro goles, pero fueron una consecuencia del rodillo que guió el extremo argentino. Dos pases de gol, un antepenúltimo pase que también acabó en las redes y un penalti provocado.
Portugal quiso trabar el partido por el medio jugando con una defensa adelantada de tres centrales y dos carrileros. Un suicidio. Mantener una línea de cinco tan lejos de la portería es complicado. Si coordinar a cuatro defensas para tirar el fuera de juego es harto difícil de por sí, que se acompasen cinco, y con el sistema tan poco trabajado, es una odisea.
Cristiano marcó cuatro goles, pero el partido vivió en la zurda de Di María
La solución improvisada de Portugal la olfateó Mourinho en la pizarra y ordenó pases largos cruzados como carga inicial. Pepe erró en los dos primeros. Di María no, con un balón diagonal a Higuaín, empezó a decir que el partido estaba en su pierna izquierda. El punta argentino se plantó sólo ante Toño y definió con tranquilidad por abajo. El ciclón ya estaba en marcha y arrasó por los flancos, descubiertos por la decisión de Portugal, que dejó a Francis y a Cisma vendidos y sin ayudas.
Es difícil correr hacia atrás con este Madrid tan raudo y ni Munitis ni Kennedy pudieron llegar al auxilio de sus carrileros. Arbeloa descubrió un hueco a la espalda de Cisma por el que corría a Higuaín en funciones de extremo. Su pase raso lo empujó Cristiano, que también llegaba arrasando en carrera. Tres toques a la carrera, técnica en velocidad. Un rodillo que dejó en amasijos a la defensa del Racing. Las mismas trazas se dieron en el tercer gol cambiando a Di María por Arbeloa y a Özil por Higuaín. Esa secuencia es muy de Mourinho. Le encanta y era una de las armas preferidas de su época en el Chelsea.
Antes de que se cumpliera la media hora de juego, el Madrid ya tenía el partido en el bolsillo con todas las constantes en funcionamiento que le han aupado al liderato y a ese estado de bienestar. Sólido atrás, envenenado y endiablado arriba. Sólo retórico en los gestos técnicos, ejecutados siempre al galope. Di María es desgarbado en la zancada y poco estético en la conducción, pero es una bendición para su entrenador en ese plan ofensivo de fútbol vertical que dispone como primer argumento.
Los goles fueron secuencias muy en la línea del gran Chelsea de Mou
Rectificó Portugal en el descanso, pero el Madrid tiene la constancia de las máquinas a pleno rendimiento. Es un equipo sin sentimientos hacia el contrario, sin miramiento alguno. No hay más respeto hacia el contrario que buscar la goleada con ahínco. Es una manera de enseñar hasta donde llega un equipo y otro como concepto. Así que con el rodillo puesto, Di María le regaló su tercer tanto a Cristiano. También el cuarto, cuando forzó el penalti. A ese nivel, los 30 millones de euros desembolsados por Di María este vera sí se ajustan a mercado.
La goleada la cerró Özil con otra secuencia tan simple como dañina. También muy de este Madrid. Un pase interior a media altura y de 40 metros de Xabi Alonso a Özil. Control y gol. Dos toques. Fútbol y técnica en vertical. Como la esencia de Di María.
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