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Actualizado:"Encontraremos sádicos en la Policía, pero eso pasa en todo el mundo", sentenció un mando militar en 1983, en la Polonia comunista de Wojciech Jaruzelski, cuando gobierno, Policía y ejército discutían quién era el chivo expiatorio que más les convenía para colgarle la muerte del joven estudiante Grzegorz Przemyk, 19 años, asesinado de una brutal paliza por la milicia urbana.
Aquel tipo despiadado y despreciable tenía, sin embargo, toda la razón. En muchos cuerpos de Policía del mundo todavía hay sádicos. Hace poco más de un mes, otra joven estudiante, Mahsa Amini, de 22 años, fue detenida por 'la Policía de la moral' iraní porque llevaba mal colocado su hiyab. Fue el 13 de septiembre, y ese mismo día entró en coma por los golpes que había recibido. Falleció tres días después.
En EE.UU., los casos recientes de George Floyd, Ahmaud Arbery… En Brasil, donde mueren al año más de 6.000 personas a manos de la Policía… Porque aquel asesinato de 1983 marcó un antes y un después en Polonia y porque "este abuso de poder todavía está ocurriendo en todas partes", el cineasta Jan P. Matuszynski ha recuperado la historia de Grzegorz Przemyk en la película Varsovia 1983: un asunto de Estado.
Un único testigo
A competición en la reciente edición del Festival de Venecia, la película, que representa a Polonia en la carrera por el Oscar, relata con pelos y señales el año que vivió Jurek Popiel, amigo de la víctima y único testigo del asesinato. Este joven se convirtió de la noche a la mañana en el hombre más buscado del país y en el enemigo número uno del Estado. Fue detenido junto a Przemy y cuando les pidieron su documentación, éste último no quiso mostrarla. Acababa de suspenderse la ley marcial –que se cerró con noventa personas muertas- y el estudiante simplemente quiso acogerse a sus derechos como ciudadano.
El sindicato Solidaridad que lideraba el entonces electricista Lech Wałęsa tenía cada vez más seguidores. Se corrió la teoría de que Grzegorz Przemyk había sido asesinado por ser el hijo de Barbara Sadowska, una de las activistas destacadas del movimiento. Nunca quedó claro, pero, como explica Matuszynski, "hoy, en este contexto, realmente no importa" cuál fue la verdadera razón de la agresión mortal.
"La perversidad de todo"
El cineasta recrea minuciosamente, al ritmo de la poderosa, pesada y lenta maquinaria de presión y dominio soviético con los que vivía Polonia, todo el juego sucio, las trampas, mentiras, corrupciones, amenazas, injusticias, sobornos, falsas acusaciones… que se sucedieron esos días y que, tristemente, siguen todavía ocurriendo en muchos lugares del mundo.
"Lo que más me atrajo del caso de Przemyk fue probablemente la perversidad de todo", asegura el director y guionista de la película en las notas de producción, donde explica que el objetivo de "ésta y de cualquier película es explorar una historia y buscar ambigüedades y temas universales, que nada tienen que ver, por ejemplo, con Varsovia en los ochenta. Varsovia 1983 es una historia sobre un opresivo sistema que, después de todo, sigue siendo fuerte en muchos lugares. Así, una historia de hace casi cuarenta años está conectada con el presente y puede entenderse perfectamente ahora, sin importar cuánto tiempo haya pasado".
Verdad y resistencia
La única razón por la que la historia de Grzegorz Przemyk salió entonces a la luz y hoy puede contarse con tanto detalle fue porque hubo un testigo. Y el cineasta convierte a éste, a Jurek Popiel, en el protagonista de su historia, buscando a través de él expresar la necesidad de la verdad y de la resistencia frente al abuso de poder. Exigencias para conquistar o mantener la democracia que se recogen en el libro escrito por el periodista Cezary Lazarewicza, Que no quede rastro (título original también de la película), Libro del Año en Polonia en 2017.
Aquí es el cine en manos de Jan P. Matuszynski el que se convierte en testigo de las injusticias y excesos policiales. "Recientemente en Polonia también hubo un caso que terminó con la muerte de un hombre. Lo único que puedo hacer como cineasta es mirar, tratar de profundizar en este fenómeno y encontrar una historia que valga la pena mostrar en el cine. Y hacerlo sin imponer ninguna tesis y, sobre todo, sin juzgar a mis personajes, porque cada uno de ellos funciona en algún sistema. Ahora, miramos los años ochenta y nos parece fácil decir quién era 'malo' y quién era 'bueno'. Cuando leí el libro de Lazarewicza, me sorprendió que un caso que sucedió antes de que yo naciera pudiera parecer tan contemporáneo y servir de espejo de situaciones de hoy. Esa es una de las razones más poderosas por las que pensé que era necesario filmarlo".
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