Madrid
Basándose en el manga de los noventa y actualizando su tratamiento de los personajes femeninos como el propio Simon Barry ha comentado en algunas entrevistas, el que fuera creador de Van Helsing ha convertido a las religiosas guerreras de Ben Dunn en una serie en la que un grupo de mujeres armadas y entrenadas debe luchar contra el mal dentro de un sistema, el eclesiástico, eminentemente masculino. La idea, una monja con una espada y un aro mágico a su espalda que le confiere poderes, es tremendamente potente y atractiva de entrada. A favor, que es consciente de en qué liga juega y llega a mofarse de sí misma. En contra, que en ocasiones da demasiadas vueltas sin que parezca llegar a ningún lado.
Su protagonista, Ava (Alba Baptista), es una joven huérfana con una relación más que complicada con la Iglesia y quienes la forman (léase mujeres en hábito encargadas de un orfanato y poca caridad cristiana) a la que un giro de guion sin el que no habría historia convierte en la líder de una secta de monjas guerreras. Todo esto ambientado y rodado en la Málaga de hoy en día, con unos escenarios naturales y arquitectónicos que suman puntos visualmente.
La monja guerrera es puro pasatiempo. Mejor o peor, dependerá del nivel de exigencia de cada uno. La serie se muestra en todo momento consciente de su razón de ser y, pese a todo ese halo místico y de lucha moral que le rodea, no deja de ser nunca lo que pretende: una de acción con una protagonista de 19 años que quiere disfrutar la vida que le han regalado después de pasarse once años postrada en una cama sin más ventana al mundo que la televisión. Compuesta de diez episodios, el balance que se puede hacer de esta primera temporada –además de que da pie a una segunda con mucha más acción y alocada si cabe una vez que los personajes han sido presentados y descubiertas todas las cartas– es que el esquema responde al de la clásica historia de superhéroes.
Desde que el acuerdo entre Netflix y Marvel llegó a su fin la primera anda escasa de protagonistas con habilidades especiales destinados a salvar el mundo. Sin embargo, la historia de Ava se acerca más a la de Hakan que a la de Daredevil, dos superhéroes cuyo universo está también muy ligado a lo místico y lo religioso. Warrior Nun emparenta más con el héroe turco, a pesar de sus anclajes con el cristianismo, el Vaticano y las Cruzadas, por el hecho de que los poderes le son otorgados merced a instrumentos de carácter mágico y porque gracias a (o por culpa de) ellos se convierte en la protectora de una orden, la de la Espada Cruciforme, con un grupo de seguidores. También por ese tono a veces desenfadado y con tendencia a los chistes regulares a los que ambas producciones recurren con asiduidad.
A pesar de su historia trágica de superhéroe, la protagonista evita convertirse en una princesa desvalida y dar pena
Tanto Ava como el Protector (Çağatay Ulusoy) siguen un camino similar orientado a hacerles entender que no pueden dar la espalda al destino (ni a sus poderes) y que deben trabajar en equipo. Ni una serie ni la otra se dejan llevar hacia el lado de la trascendencia. Cosa que sí hace, y de manera sobresaliente, la de Matt Murdock (Charlie Cox). La Ava del principio solo quiere bailar, estar con el ‘pibón’ al que acaba de conocer y viajar. Lo de luchar contra demonios en los que no cree, que lo hagan otras. Pese a tener esa historia trágica que todo superhéroe ha de tener, no se regodea en ella. Su obsesión es evitar dar pena para no convertirse en la princesa desvalida del cuento a la que el príncipe debe rescatar. Si una monja desesperada por poner a salvo el aro decidió usar como caja fuerte su cuerpo frío e inerte colocado en una camilla de la morgue, no es problema suyo. Da las gracias por la resurrección, por la superfuerza y se va a la discoteca. Pero, claro, el destino es obstinado.
Con unos escenarios como la Colegiata de Antequera, la Cueva del Tesoro y el puente de Ronda, Málaga es casi tan protagonista como Ava y su séquito de monjas guerreras. Algunas de las escenas parecen auténticas postales llenas de una luz que contrasta con la oscuridad a la que se enfrentan los personajes. Desde las monjas propiamente dichas a ese cura llamado Vincent al que interpreta Tristán Ulloa pasando por la científica de dudosa moralidad –de eso también hay aquí porque la lucha entre fe y ciencia está muy presente– de nombre Thekla Reuten (Jillian Salvius). Del equipo a favor de plantar cara a los demonios, mandarlos al infierno y poner orden, destaca la hermana Mary (Toya Turner), una auténtica badass que logra subir el nivel de acción e interés cuando hace acto de presencia. Una serie solo para ella podría ser un acierto. En el bando del Vaticano, el veterano Joaquim de Almeida como el pérfido Cardenal Duretti.
Al final, La monja guerrera se reduce a eso, a la lucha entre el bien y el mal en un sentido muy amplio. No solo entre cielo e infierno, monjas y demonios, sino que también pone sobre la mesa la batalla interna de los protagonistas por entregar su vida a la defensa de los demás de manera altruista u ocuparse de sí mismos, de los límites éticos de la ciencia, del poder de la Iglesia como institución para controlar lo que va más allá de sus límites… Una sucesión de temas que junto a ese asomarse a base de flashbacks a la historia de Areala, la primera monja guerrera en un tiempo en el que el cristianismo se imponía a base de espada y sangre, que no ha de llevar a engaño. Todo, absolutamente todo, está orientado al entretenimiento. A veces lo consigue, especialmente cuando apuesta por la acción. Otras, no tanto. En no engañar a nadie reside su valor aunque haya aspectos mejorables de cara a una segunda tanda de episodios.
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