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Actualizado:Víctor Terrazas Chamorro (Madrid, 1995) sintió una punzada política, pero también musical, cuando se involucró en el movimiento 15-M. Antes no tenía una ideología definida, aunque se declaraba de izquierdas, si bien sus visitas a la acampada en la Puerta del Sol de Madrid lo pusieron en contacto con el ska y el rock radical vasco. "Luego me interesó la subcultura mod y empecé a fijarme en la importancia de las letras de las canciones", explica este licenciado en Ciencias Políticas, cuyo trabajo de fin de grado abarcó sus dos pasiones.
Esa primera investigación fue el germen de Política en escala de do (Libros.com), donde refleja que la música fue un arma de resistencia contra la dictadura, el sistema y la opresión. Aquel adolescente de quince años, cuya experiencia iniciática lo llevó a estudiar la interrelación entre ambas disciplinas, prepara ahora una tesis doctoral en la que las canciones funcionan como una vacuna, un antídoto o un analgésico para combatir los regímenes dictatoriales, idea que subyace en su reciente obra.
En ella se centra en el blues, el rock y el punk, aunque el colaborador de Muzikalia o Ruta 66 también aborda la canción protesta durante el franquismo, así como sus fuentes, desde Francia hasta Latinoamérica, pasto de dictaduras en la segunda mitad del siglo pasado. "¿Es imposible hacer ya rock político?", se pregunta en su libro tras apuntar a una "sobreproducción musical" a dos velocidades.
Una, protagonizada por bandas de estadio. Otra, por grupos emergentes que apenas logran subsistir y cuyo mensaje a veces no tiene eco: "Un problema para la música política, porque puedes decir lo que quieras, pero nadie te hace caso o solo te hacen caso los ya convencidos", escribe Víctor Terrazas, quien afirma que el conservadurismo afecta tanto a los artistas como al público. Por ello, sin pretender que resulte un ejercicio de nostalgia, en Política en escala de do echa la vista atrás para dar un salto adelante.
El punk, un escupitajo al sistema
"El punk es una amenaza más fuerte a nuestro estilo de vida que el comunismo ruso o la hiperinflación", llegó a comentar un locutor de la BBC. "Esa frase era cierta, porque fue la respuesta de toda una generación, un grito de rabia y desprecio contra los valores, contra los ídolos y artistas, y también contra la política y los políticos. Un escepticismo total hacia la cultura burguesa, hacia el rock clásico y hacia la forma de vida de aquellos años", explica Terrazas, quien a la hora de elegir una banda y una canción se queda con The Clash y su White Riot.
"Eran diferentes. Para ellos sí había futuro, pero había que conquistarlo. El punk se ha reflejado de demasiadas formas, desde una visión ácrata y nihilista hasta una mucho más combativa e ideologizada. Sin duda, The Clash entraría en el segundo grupo", comenta el autor de Política en escala de do. "Este conjunto londinense es uno de los padres fundadores de este género, aunque a diferencia de otros poseía una calidad instrumental y lírica digna de admirar, lo que les ha convertido en uno de los mejores de toda la historia".
El punk, según él, representó un nuevo agente revolucionario en la cultura anglosajona a finales de los setenta. "Se alineó con el anarquismo destructor, pero más por simple estética que por una ética". El objetivo era provocar, véase la esvástica nazi estampada en la camiseta de Sid Vicious, bajista de Sex Pistols. "Querían ser escuchados por primera vez en su vida y encontraron en esa provocación la forma más rápida para conseguirlo", añade Terrazas, quien recuerda que aquellos combos estuvieron influenciados por el dadaísmo, el letrismo, el situacionismo y otras vanguardias.
"Las políticas que desarrolló Margaret Thatcher en los ochenta —desregulación, privatizaciones, impuestos bajos— se extendieron por todo el mundo como un virus. La Dama de Hierro estableció una profecía autocumplida que decía no hay alternativa. Mientras, en el mismo país y desde el lado opuesto, el punk de los finales de los setenta nos transmitía que no hay futuro", analiza el politólogo madrileño, quien considera que The Clash estarían en un peldaño superior. "Su líder, Joe Strummer, era un afamado estudioso de la música protesta, sabiendo dotar a las canciones de una influencia política como pocas veces antes se ha visto".
Según él, todas las canciones de The Clash pueden identificarse con una causa política o de justicia social. Incluso, pese a las diversas interpretaciones, Should I Stay or Should I Go. "Aunque no se sabe con certeza el origen de la letra y llegó a relacionarse con la hipotética marcha de un miembro del grupo, también podría tener una intencionalidad política", cree Terrazas. "En realidad, es deducible que alguien se está planteando: debo quedarme o debo irme, debo rendirme o debo luchar".
El rock y las ansias de libertad
"Vuestros hijos e hijas están fuera de vuestro control, vuestro viejo camino está envejeciendo rápidamente. Por favor salir del nuevo si no podéis echar una mano, porque los tiempos están cambiando". Palabra de Bob Dylan. Más razón que un santo, según el autor de Política en escala de do. "Cuando una cosa tiende a ser más permanente, más carece de vida. Sesenta años han pasado desde aquella prodigiosa década de los sesenta, años del nacimiento de la contracultura, de una juventud con ansias de libertad, de romper los moldes de una sociedad envejecida y caduca".
Ese "espíritu rebelde e inconformista" todavía está presente en algunos grupos actuales, según Terrazas, quien escoge como símbolo de aquella época a la Creedence Clearwater Revival y su Fortunate Son. "Es una crítica directa a las instituciones y a las personas que evitaban el alistamiento por el hecho de ser hijos de políticos y de grandes magnates". La canción, "de carácter antiinstitucional", se inspiró en la famosa boda de David Eisenhower (nieto del presidente de Estados Unidos) y la hija de Richard Nixon, mandatario en aquel momento.
"Los jóvenes se dividían en dos clases, tal y como representaba la canción de John Fogerty: los privilegiados, la clase alta norteamericana, capaces de sortear de forma casual el alistamiento; y todos aquellos que eran forzosamente reclutados para combatir en el sudeste asiático. Por ello, se convirtió en todo un himno antimilitar", explica Terrazas, quien traza la historia del rock en paralelo a la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Tiempos difíciles, horizontes esperanzadores.
El rock como ruptura, por Víctor Terrazas
"El rock es un género musical cuyo nacimiento en la década de los cincuenta fue el resultado de la fusión del R&B y el country. Este género musical, como el blues, representó una cierta ruptura con las tradiciones culturales y musicales de la sociedad estadounidense. Puede parecer una tontería, pero cuando Elvis movía las caderas, estaba haciendo política, estaba luchando en cierto sentido contra esa cultura moralista tan presente en los EEUU.
El nacimiento del rock y su influencia en la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial vino dada, además, por el desarrollo de una juventud que se enfocó en sus emociones, así como por el cuestionamiento de su identidad y su lugar dentro de la sociedad.
Ya a mediados de los sesenta, el rock se convirtió en un horizonte de cambio para muchos jóvenes. Concretamente en los EEUU, creo que fueron las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam las más llamativas. La oposición a la guerra se extendió rápidamente entre la juventud estadounidense y principalmente entre el movimiento hippie, que integraba movimientos muy fuertes de carácter pacífico, así como su relación con grupos que habían participado en la lucha y conquista del movimiento por los derechos civiles como los Black Panthers".
El blues: lo personal es político
"El blues se construyó a partir del encuentro intercultural surgido del conflicto —migración forzada, trabajos de semiesclavitud, violencia— y fue reinterpretado y transmitido territorialmente en diversas formas: blues de Chicago, delta del Mississippi, blues de Texas, etcétera", explica Terrazas. "Angela Davis declaró que, a través del blues, los problemas de la población afroamericana son sacados de la experiencia individual aislada y reorientados como problemas compartidos con la comunidad".
De esta manera son abordados en un contexto público y colectivo. "Vemos en primer lugar que lo personal es político. Y también que la transformación de lo personal o privado en público pasa por el relato y el encuentro social, que en este caso posibilitó el género del blues. Esta etapa logró que ese sufrimiento se hiciera público para la mayoría de la sociedad norteamericana gracias a artistas de la talla de T-Bone, Walker, Big Joe, Muddy Waters, John Lee Hooker, B.B. King, Willie Dixon u Otis Spann", añade el politólogo, quien se queda con el Eisenhower Blues, de J.B. Lenoir, por su "crítica directa al sistema político".
Mi dinero se ha esfumado, mi diversión se ha ido.
Tal y como están las cosas, ¿cómo puedo estar aquí mucho tiempo?
No tengo ni un duro, ni siquiera tengo un centavo.
Ni siquiera tengo dinero para pagar mi alquiler.
Mi bebé necesita algo de ropa, necesita unos zapatos.
Gente, que no sé qué voy a hacer.
La canción protesta galopa por el mundo
Víctor Terrazas echa el ancla a comienzos del siglo XX para bucear en la "misteriosa" figura de Joe Hill, el pecio de la canción protesta estadounidense. Un inmigrante sueco, de nombre Joel Emmanuel Hägglund, quien en 1903 trabajaba de sol a sol por tres dólares a la semana: la pesadilla americana. "Lo único que le quedaba era su guitarra, y con ella entonó las antiguas baladas de tradición obrera del siglo XIX. Sus canciones eran sobre la resistencia, la unión, la organización y la lucha de clases", escribe el autor en el libro.
La banda sonora del sindicato, la huelga y la resistencia estaba compuesta por canciones como Casey Jones, la historia de un esquirol de la Southern Pacific Railroad, o Everybody’s Joining It, destinada a reclutar nuevos sindicalistas, como señala Valentín Ladrero en Músicas contra el poder (La Oveja Roja). El mensaje se difundió de arriba abajo y de izquierda a derecha, calando en la población. La canción protesta podría ser un manifiesto de denuncia o un grito de guerra, aunque a veces apelaría a la sutileza para burlar la censura.
"Leonard Cohen relató que en la caída de los nazis la canción había desempeñado un papel fundamental. El fin de la dictadura de Francisco Franco no hubiera sido posible sin el esfuerzo de todas aquellas personas que arriesgaron su libertad por recuperar la dignidad y la justicia. Raimon, Serrat, Paco Ibáñez, Aute, Lluís Llach, Elisa Serna, Rosa León… son algunos de los nombres que, mediante sus melodías armoniosas y sus metáforas inteligentes, fueron capaces de traer la esperanza y la fuerza de un compromiso significativo de cambio, la búsqueda de un futuro mejor", escribe Terrazas.
Según él, los cantautores fueron uno de los vehículos más eficaces para la transmisión de la poesía. Como paradigma cita A galopar, los versos de Rafael Alberti musicados por Paco Ibáñez con un fin propagandístico. Las versiones se sucederían con el paso del tiempo y el último ejemplo es la de Pájaro, banda del músico sevillano Andrés Herrera, guitarra y discípulo de Silvio. "En este encuentro entre música y poesía surgió la canción social en España y, a mediados de los sesenta, la canción social se encontró con la canción de autor, la chanson francesa, el folk norteamericano y la canción latinoamericana".
Allí donde las dictaduras echaban raíces, brotaban las melodías rabiosas. La música como arma de resistencia: de Brasil a Grecia, de Argentina a Portugal, de Chile a España. El autor de Política en escala de do destaca una canción compuesta al otro lado del charco por su "carácter representativo" y porque terminó siendo el himno de diversos movimientos sociales en todo el mundo: El pueblo unido jamás será vencido, del grupo chileno Inti Illimani.
Si al principio Terrazas se preguntaba si hoy es posible —o imposible— hacer rock político, el politólogo concluye que no es necesario sufrir una dictadura para hacer canción protesta. Es más, en ocasiones puede serlo aunque no fuese el propósito inicial del artista. "A veces la música no se ha hecho con una intención política, sino que son los manifestantes quienes le transfieren esa intención al cantarla en las calles", razona. Para ilustrarlo con un ejemplo, salta del punk, del rock y del blues al reguetón: "Te boté, interpretada entre otros por Bad Bunny, se cantó en una manifestación contra Almeida, el alcalde de Madrid". Ojo, te boté, con be.
Música y política, por Víctor Terrazas
"Pocas cosas en esta vida podríamos decir que son universales. Aun así, la política y la música son dos de ellas; y la relación entre ambas es un hecho innegable. Dos elementos sociales presentes allá donde hay seres humanos. Me atrevo a decir que no hay un solo ser humano en este planeta que no tenga algún tipo de relación con la música. Incluso en nuestros días, gran parte de la humanidad no lee libros, pero sí canta y baila.
La música subsiste como necesidad social y de ocio, pero también como libertad expresiva y comunicativa. Las canciones pueden incluso ser discursos, y sería necesario fomentar una concepción sonora a la hora de interpretar la historia. La música está presente en la experiencia cultural y, nos guste o no, nuestro día a día está inmerso en un mundo de vibraciones. Las conexiones entre la música y la política existen, aunque su relación no siempre nos agrade".
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