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Primero fue el yugo de la miseria y después las flechas de Franco. El flamenco como vómito de las penurias, un quejío que sobrellevaba el fardo del explotado. Nació este arte como contestación del oprimido ante la injusticia. La mina, el campo, la fragua… Exigía esa voz del sin tierra la sobriedad del cante jondo, profundo como el agujero del bolsillo de un pobre. Y así, desnudos como la necesidad los trajo al mundo, cantaron contra el señor lo que no podían espetarle ni esputarle a la cara.
Las lindes del olivá, / anchas pa' los don mucho, / estrechas pa' los don ná.
Los cantaores abrazaron la Segunda República, una adhesión que pagarían con destierro, exilio, olvido, ostracismo, represión y sangre. Angelillo, el Corruco de Algeciras, Carmen Amaya, Juanito Valderrama, José Cepero, Niño de Utrera, el Chato de Ventas... Se apagaron algunas voces, pero la negrura de posguerra no destiñó el sueño tricolor. Pudo la querencia.
Triana, Triana / que bonita está Triana / cuando le ponen al puente / banderas republicanas.
Como al principio de los tiempos, las letras volvieron a ser sutiles en los años cuarenta y cincuenta, por no decir vacuas. España de Franco y pandereta: el nacionalflamenquismo, como lo acuñó Francisco Almazán en la revista Triunfo. El régimen despojaba el flamenco de rabia y conciencia: un cante sin garganta, una guitarra sin cuerdas, un zapateado sin suela, un baile sin vestido. El cinto y la censura acallaron la disidencia, transfigurada en una muñeca con traje de sevillana sobre el televisor.
Ya te lo he dicho, María / que en casa de los pobres / dura poco la alegría.
Atrás quedaban aquellas letras de los desposeídos, aunque llegados los sesenta el compromiso comenzaría a hender sus uñas en el portón de la dictadura. Manuel Gerena, José Menese y Enrique Morente cabalgaron a lomos de la canción protesta. El primero, contra el viento de los grises y la marea de los puristas. El segundo, sujeto a las riendas de la poesía desbocada de Francisco Moreno Galván. El tercero, mensajero de voz prohibida, con las crines de la libertad por bandera. Hasta entonces, sólo habían montado (los) otros.
En el viaje de la vida / van los ricos a caballo, / los caballeros a pata / y los pobres arrastrando.
De lo abstracto a lo explícito. De la metáfora al panfleto. De lo folclórico a lo político. Sobre todo, Manuel Gerena, quien lo pagaría con una persecución implacable: Dicen que cavo mi fosa / cuando le canto a mi pueblo / pero forjo libertad / y por esta causa muero. Sin embargo, la censura alimentó al mito. Hasta el punto de que el aficionado, una vez que trascendió el género y penetró hasta en la universidad, compraba la entrada para que le prohibiesen el concierto. La experiencia —como se dice ahora— era no poder escucharlo.
Cientos de almas habían pagado por verlo en el Teatro Lope de Vega el 17 de enero de 1976. Sabían que no iba a actuar, pero allí aparecieron más de cuatro mil personas. Y Gerena resucitó de entre de los vivos, cogió un micro y alguien le sujetó el megáfono. Hacía frío en Sevilla, que no en la calle, caldeada y roja: “Me he encabezonado en cantar en mi tierra antes que en ningún sitio y voy a hacerlo”, dijo antes de entonar una sola canción. Los bises corrieron a cargo del público: “¡Amnistía y libertad!”.
Hubo detenciones. Él mismo fue confinado dos días en comisaría, amén de una multa de 250.000 pesetas. Ya sus antepasados decían: Mira si soy desgraciao / que estoy deseando morirme / pa dormir bajo techao. Aunque sus letras iban más allá: Defendiendo al hombre explotado / por el verdugo patrón, / vuestra sangre se ha derramado / por el mismo asesino que a España rompió. Sí, Franco ya había muerto, pero la transición se nutría del gotero de la dictadura.
El día que voló Carrero, un cantaor del Albaicín le prestaba las cuerdas vocales a José Cepero en el colegio mayor San Juan Evangelista: Pa ese coche funeral / yo no me quiero quitar el sombrero / que la persona que va dentro / me ha hecho a mí de pasar / los más terribles tormentos. “No tengo carné político”, le dijo Enrique Morente a Balbino Gutiérrez. “Yo pertenezco al partido de la libertad”.
Años después, aún había que pelear por ella. Luis Marín, otro icono del flamenco protesta, murió o lo mataron en 1978. Según el productor Juan Verdú, lo atropelló en el madrileño paseo de la Castellana “un coche conducido por fascistas”, aunque otras versiones difieren. Moreno Galván le escribió a José Menese: Qué hermosa es la libertad / y algunas veces cavilo / que siendo cosa tan grande / esté pendiente de un hilo.
“En la transición, muchos de los cantautores, incluidos los flamencos, consideraron que se había perdido el objetivo: ¿A qué vamos a disparar ahora?”, reflexiona la investigadora Sara Pineda Giraldo. “Algunos tiraron por lo comercial, aunque el flamenco ha seguido siendo el megáfono del pueblo y la voz de quienes no tienen voz”, añade la historiadora del arte, una entregada al estudio del compromiso en este género musical, del que se alimentan estas líneas.
De hecho, Gerena y Menese combaten el poder sin tapujos. “No recurrieron, como había sucedido en el pasado, a metáforas. Sus letras, cargadas de un contenido reivindicativo, atacan al régimen y ellos se atreven a llamar a Franco paticorto y pájaro tripón”, explica Pineda, quien publicó varios artículos durante su paso por la Universidad de Sevilla que abordan la disidencia cultural en clave jonda.
“El rechazo al poder va implícito con el hecho artístico, porque cuestiona la realidad”, explica Juan Vergillos, quien se retrotrae en el tiempo para datar algunos ejemplos. “Las letras políticas existen desde que existe el flamenco. De hecho, en el siglo XIX ya había seguiriyas liberales y durante la Primera República Silverio Franconetti cantaba algunas dedicadas a Riego”, recuerda el autor de Las rutas del flamenco en Andalucía, quien sostiene que “el arte no tiene una rentabilidad material inmediata, sino social”.
Que se lo digan a Juan Pinilla, autodenominado el exponente más oculto de la canción protesta. “Porque me caigo de las programaciones, o me tiran”, ironiza el cantaor. “Sin embargo, yo canto flamenco, no política”. Ese estigma ha provocado el rechazo de programadores e instituciones, asegura, no sin antes dejar claro que hasta algunas letras populares tienen connotaciones ideológicas.
“Cuando le preguntaron a Paco de Lucía por qué no se había sumado al movimiento contestatario, respondió que él pensaba que cualquier quejío de Camarón tenía más contenido político que las letras más explícitas”, le secunda con esta anécdota Vergillos. Las de Pinilla critican un sistema injusto: “No doy discursos ni mítines, pero el contenido social de mi cante es claro y forma parte de nuestra expresión. Hablo de la gente que se deja adormecer por cantos de sirena”.
De quienes ni se mueven, ni se conmueven. “Hay que concienciar desde el escenario, huyendo del panfleto y de la demagogia. El arte debe hacer sentir, pero también pensar y reflexionar”, añade el autor del libro-disco Las voces que no callaron: flamenco y revolución, crítico con las subvenciones de la Junta de Andalucía. “Acabaron con cualquier atisbo de protesta, porque los cantaores pasaron de ser artistas libres a esclavos de la Administración”.
Si antes el enemigo era Franco, ahora son los bancos y el capitalismo. “O sea, los actores que generaron una situación de crisis que ha perjudicado a los desfavorecidos”, opina la investigadora Sara Pineda Giraldo, autora del estudio El cante jondo: opresión y disidencia durante el franquismo. Valora el trabajo de la vertiente social del flamenco que han desarrollado el crítico Alfredo Grimaldos o el propio Juan Pinilla, quien alterna el escenario con el teclado. “Ese que nace del pueblo para el pueblo”.
Cree, sin embargo, que la canción de autor en clave flamenca se ha ido diluyendo con el tiempo, más allá de quienes rescatan textos antiguos o inéditos para ponerlos en su boca. Han pasado aquellos días en los que Gerena o Menese sumaban sus gargantas a la causa. “Llevar una carrera por el sendero de la reivindicación a veces supone un lastre”, afirma Pineda, quien considera que el Niño de Elche ha puesto en valor un compromiso que se obvia y hasta se niega, pero que ha existido siempre. “Su objetivo, no obstante, está más atomizado, pues dispara a más culpables”.
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Cantaores protesta fueron y son el Piki, Paco Moyano y el Cabrero, un grande del género que no se prodiga mucho ni concede entrevistas porque tiene que atender a sus cabras. Sus conciertos son un sombrero y un desgarro. Hoy, el público no espera que le cancelen la actuación, sino que que se le aparezcan sus comprometidas letras. Nadie aguarda por el ansiado duende, que en él es trasgo obrero de pañuelo rojo y botas camperas.
Mientras que haya un hambriento, / que no hablen de igualdad. / Ya se encarga el capital, la monarquía y el clero / que haiga desigualdad.
Su testigo lo han tomado jóvenes como Juan Pinilla, el Cotorro, Rocío Márquez, Manuel Céspedes o el Niño de Elche, cante heterodoxo y verbo anticapitalista, cuyo repudio recuerda al sufrido por Manuel Gerena, tachado por los puristas de voz desarraigada. Proscrito en su tierra, el artista-militante de La Puebla de Cazalla se vio obligado en su día a emigrar a Cataluña para seguir cantando y comiendo. “La parte de Andalucía que más me interesa es Hospitalet”, afirmó en 1972. Porque un flamenco no es de donde nace, sino de donde protesta.
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