madrid
Pablo Und Destruktion (Xixón, 1984) tira al Ultramonte, la reconciliación de un músico singular con lo real y lo intuitivo después de enfrentarse al monstruo de la globalización en la novela La bestia colmena.
Justo antes de la pandemia, tuvo el pálpito de que todo podía ir a peor y de que iba a ser más difícil vivir de la música, por lo que se buscó un trabajo complementario como profesor.
Veía que era muy difícil seguir viendo la música con independencia. Las presiones del mercado, de las redes sociales y del marketing siempre habían existido, pero entonces empecé a percibir más presiones del Estado, que adoptaban la forma de la corrección política y de la cultura de la cancelación. Creo que es una forma de llevar la indignación del 15M contra el vecino. Es decir, al principio se dirigía contra los políticos y los entes globalistas, aunque como estos eran demasiado fuertes, se volvió contra la persona que tenemos a mano y es más débil.
Observaba cómo esa tendencia se iba acrecentando cada vez más y, como mi temperamento no es condescendiente ni complaciente con todo ello —y, además, tuve ciertos problemas y me cancelaron conciertos—, pensé: "O me adapto y me pliego o busco otro trabajo para seguir haciendo las canciones que a mí me dé la gana".
La docencia fue un curro al servicio de la música, no al revés, pero ya he vuelto a poner más carne en el asador de la música. La pandemia supuso un punto de inflexión en el que acabó de sucumbir la antigua contracultura de los años setenta, integrándose en la cultura hegemónica. Y ahora vuelve a surgir poco a poco otra contracultura que me interesa explorar, tener como referente y en la que quiero tocar y vivir.
Me imagino que habrá sido cancelado por el mismo motivo por el que le gusta a buena parte de su público.
No me quejo de las cancelaciones. Yo estoy encantado y no tengo más que palabras de agradecimiento a todos mis adversarios. Busco otras cosas, me oriento mejor, afino la pluma y la cabeza… Y, con el tiempo, si a alguien le sirve para algo lo que hago, pues lo tendré en cuenta. Yo estoy tranquilo, porque no meé tan fuera del tiesto como aparentemente podría haber parecido.
No obstante, para pasar por el aro tendría que pulir lo que precisamente atrae a sus seguidores. No tendría sentido modular su discurso porque, en la búsqueda de un hipotético nuevo público, podría perder a sus fieles.
En realidad, no soy tan kamikaze. Sin embargo, ahora cantan tanto las falsas disidencias y el activismo por el propio interés, que yo he hecho muchas cosas que no me han beneficiado directamente a nivel económico o de popularidad, pero sí en lo artístico. Y supongo que eso le puede interesar a alguien.
En general, uno percibe las falsas disidencias. Cuando la contracultura y los discursos contrahegemónicos o de oposición dicen lo mismo que los hegemónicos y cuando las reivindicaciones son exactamente las mismas en un grupo subversivo de barrio que en el Fondo Monetario Internacional o en el Banco Mundial, te das cuenta de que los pequeños han claudicado.
¿Por ejemplo?
Forma parte de la lógica del capitalismo y de los grandes poderes: se han ido apropiando de las reivindicaciones regionales, identitarias, ecológicas, de género… En lugar de hacerlas desde la soberanía popular, se han hecho desde el globalismo mercantil, aunque aparentemente la fachada de la reivindicación es la misma. Por eso ahora es tan difícil orientarse políticamente para ver a qué grupo de poder uno le entrega su activismo, su capacidad de lucha y, hasta cierto punto, su alma. Si vas a la letra pequeña, más allá de la propaganda, te das cuenta de que las propuestas de un organismo internacional son distintas, pero tienes que recurrir a un proceso crítico que se ha visto muy mermado por culpa de los medios de comunicación.
Hemos pasado de formar parte de grupos antiglobalización a que las entidades contra las que luchábamos se hayan apropiado del discurso antiglobalización. Fíjate en Greta Thunberg o en la Agenda 2030. O en el FMI, el Banco Mundial, la UE y la OTAN, que en algunos casos parece que son aliados de los grupos minoritarios.
Eso hace muy difícil orientarse políticamente —porque es como una gran mascarada— y hablar abiertamente de estas cosas, porque cuando tú estás criticando la apropiación desde los grandes poderes de los discursos feministas o ecologistas, parece que estás criticando a la gente de a pie que los defienden. Sin embargo, no es así: yo sigo criticando la globalización, pero ¿qué grupos de izquierda siguen siendo antiglobalización? Ninguno. El movimiento antiglobalización ha quedado en manos de los nacionalistas de derechas, cuando había sido el gran movimiento unificador de los grupos populares después de la caída de la Unión Soviética.
Eso lo ha complicado todo, incluidas las labores artísticas no directamente políticas que dotan de sentimientos —y de una orientación prácticamente espiritual— a un movimiento que debe tener una parte racional —y para eso están los ideólogos— y otra sentimental —que es la movilizadora, y para eso están los artistas de distinto pelaje—.
También fue criticado cuando reflexionó sobre las mutaciones antropológicas provocadas por la pandemia en su artículo La covid y el opio del pueblo.
Yo asumo esas críticas y hasta las agradezco. Pero joder, llevamos dos años y medio de pandemia y ha sido imposible hacer una crítica racional y constructiva, porque este monopolio de los medios ha tendido a polarizar y a ridiculizar a una de las partes. En una entrevista que me hicieron en febrero, comentaba que "es mucho más interesante hablar de putinismo que de franquismo". Y, ¡pum!, a los seis días estalla la guerra. Ahora hay un punto de giro en la polarización que ha habido con la OTAN, porque en la izquierda vuelve a haber posiciones críticas: "Las cosas no son blancas o negras. Yo puedo estar en contra de la guerra en Ucrania, pero no estar a favor de la OTAN". Sin embargo, parece que todo lo que sea sea crítico con la Unión Europea, el Banco Mundial y la Alianza Atlántica pasa automáticamente a ser catalogado de ultraderecha y conspiranoico.
Incluso hay compañeros de lucha que han terminado enfrentándose entre ellos, sea en el terreno de la política, del feminismo, etcétera. Asistimos a la división y atomización de las causas. Parece que a veces el enemigo, que antes era el otro, ahora también está en casa.
La gran fuerza estaba en el movimiento antiglobalización, que se transformó en un movimiento de corte nacional con el 15M y las primaveras árabes. Dejamos de criticar a la estructura global para denunciar que "no hay pan para tanto chorizo" y que "el PP es corrupto", cuando el problema es mucho mayor. Después surge Podemos con el lema "los de abajo contra los de arriba" y, en un primer momento, yo suscribí parte de la letra —que no la música— de la canción de Podemos hablando de una unión de los países del sur de Europa contra la hegemonía del eje franco-alemán dentro de la UE, que también era crítico con la OTAN. Y, cuando vemos que esa opción fracasa, dejamos de hablar de los de abajo contra los de arriba para hablar de los de un lado contra los del otro.
De repente, surgen alertas antifascistas, las feministas terf se pelean con las feministas trans y el movimiento internacional —fuerte y bien argumentado— se va descomponiendo. Además, era muy amplio —pues había gente sociológicamente de derecha, de centro y de izquierda— y relevante, porque iba al quid de la cuestión: la globalización como forma del imperialismo estadounidense y del capitalismo anglosajón. Y de ahí se pasó a una lucha entre vecinos porque uno habla en plural femenino y otro no. Ha sido una siembra de discordia y un divide y vencerás de libro que nos hemos tragado hasta el fondo.
Cuando no se podía dividir más, la covid ha sido el culmen. En todas estas luchas hay una parte de verdad indiscutible: claro que existe un problema de desigualdad entre hombres y mujeres, un problema ecológico, un problema de salud pública, etcétera. No obstante, debe someterse a crítica cómo se gestiona todo eso. Y si no tienes libertad de expresión, si directamente te encierran en la cárcel, como a Pablo Hasél, o si te condenan el ostracismo, eso no se puede luego racionalizar y poner en común. Hemos aprendido y nuestra generación ha servido para eso. Ahora es muy difícil que los más jóvenes vuelvan a caer en ese error, porque lo tienen negro sobre blanco con lo que nos ha pasado a nosotros.
¿El enemigo, en casa?
El discurso de Podemos en los dos primeros años —los de abajo contra los de arriba, la lucha contra la casta, etcétera— era ligeramente populista, pero muy antiglobalización. Sin embargo, luego se recupera la dicotomía izquierda y derecha. Quiero recordar que Lenin decía que la izquierda era una enfermedad infantil [en 1920, publicó el ensayo La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo]. Él estaba en contra del izquierdismo y el derechismo sociológicos porque al final sirven para ocultar unos problemas que van más allá de ambos.
Cuando tienes un movimiento que trata de ser revolucionario, rompes el lugar desde el que se mira qué está a la izquierda y a la derecha. De hecho, al principio hubo gente conservadora que votó a Podemos, aunque todos esos votantes fueron expulsados por la propia organización cuando se les consideraba unos zoquetes, ignorantes, machirulos y alfabetos. Durante un tiempo se han ido a Vox y luego se irán al PP, y volveremos al partidismo. Podemos ha desaparecido y ya no tiene ninguna importancia política. Vox la dejará de tenerla y seguiremos otra vez con la izquierda y la derecha pactada desde Alemania y Estados Unidos, que al final son nuestros gobernantes, pese a que no los hemos elegido.
Ahí había algo muy bueno y generoso que partía de la solidaridad, de tratar de vencer los prejuicios y de llegar a cierta reconciliación nacional, asumiendo que los abuelos de un bando y los del otro mataron, pero buscando superar eso para poder fijar un nuevo punto de partida e impulsar un nuevo proceso constituyente. ¿Dónde quedó todo? No queda nada... No es normal que los líderes se deshagan de las voces críticas para quedar en una cámara de eco rodeados de pelotas que les dan la razón.
¿De eco o de ego?
Es lo mismo. En ese sentido, creo que intervienen mucho las nuevas tecnologías y las redes sociales. No es normal que todos nuestros políticos deban tener Twitter, un vertedero de polémica y de mal rollo en el que es imposible penetrar. Si necesitan esa red social para seguir adelante, automáticamente se quedan dentro de esa estructura y tienen que claudicar ante ella para tener predicamento.
Insiste en que en esta época, más que la revolución, urge la resistencia. Aunque habría que definir qué es hoy la revolución y cuál es el límite de lo posible.
Apelo a la resistencia porque es lo único posible. Estaría bien tener una Agenda 2030 y una Agenda 2050 alternativa y popular. En este momento, solamente queda resistir, lo que ya es mucho. En cambio, hace diez años se podía ser más ambicioso. Con el movimiento antiglobalización y con el 15M, hubo la posibilidad de ir un poco más allá de la resistencia y se podría haber ido, por ejemplo, a la reforma. O quizás, si hubiéramos conseguido hermanarnos con los países del sur de Europa y con los países iberoamericanos, se podría haber planteado una ruptura con la Unión Europea y con la OTAN, que al final son quienes marcan cómo se dirige todo. Ahora mismo, ir en contra de la Alianza Atlántica es muy complicado y puede acarrear consecuencias mucho más serias que hace cinco años, porque estamos en un estado bélico.
Criticar hoy a la OTAN es como criticar antes al Me Too. Aunque estuvieses atacando un movimiento profundamente propio del capitalismo norteamericano, parecía que estabas justificando las violaciones, y lógicamente no era así. De la misma manera, en la actualidad parece que si criticas a la OTAN parece que estás justificando crímenes de guerra del bando ruso, y tampoco. Llegados a este punto, hay que ser razonables: no hay posibilidad de reforma ni de revolución, pero sí de resistir un poquito.
Si algún día llegase esa revolución, ¿bajará del monte?
Si hay revolución, tiene que bajar del monte y llegar a todas partes. Para eso hay que convencer, tener paciencia y ser estratega. Si no, se queda en una especie de ejercicio de escapismo, que también tiene algo de superioridad moral. Pensemos en el neorruralismo: "Nos vamos, nos alejamos". No te puedes alejar, porque el sistema permite que estés en el margen, pero no fuera. Cualquier cambio tiene que darse desde una perspectiva internacional, sensata y generosa. Es muy difícil cambiar un sistema tan fuerte desde el activismo. No obstante, se observan determinadas flaquezas, sobre todo de corte espiritual y anímico. El problema de la depresión generalizada y el problema demográfico son los dos indicadores más claros de que nuestro sistema ya está en una fase terminal, dure cien años o doscientos años.
Este capitalismo podría refundarse en un nuevo orden con adjetivos añadidos, pero capitalista al fin y al cabo.
Ya se verá, porque no tiene por qué ser mejor. El capitalismo es una manifestación económica y política de algo más importante que la economía y la política, aunque hayamos perdido completamente la noción de ella: lo filosófico religioso. Nuestro capitalismo es el estadounidense, que no deja de ser el anglosajón y que, a su vez, no deja de ser una manifestación política del protestantismo anglicano y de su concepción del mundo y de la humanidad, que se ha encarnado en una forma de colonialismo y que ha generado un determinado sistema productivo.
Eso lo explican muy bien, por ejemplo, los fundamentalistas islámicos, que ahora son una de las alternativas a nivel mundial. En cambio, desde nuestro etnocentrismo consideramos esas alternativas como propias de gilipollas: los rusos son unos locos; los fundamentalistas islámicos, unos idiotas; los chinos, como se parecen más a nosotros, no tan locos, pero sí peligrosos… Pues habrá que escucharlos, porque si no escuchas a tus críticos sucede lo mismo que con la cámara de eco.
Uno de los problemas más importantes que tenemos en el imperio anglosajón es la eliminación de cualquier concepción trascendental de la persona. Entonces nos deprimimos y tenemos a niños deprimidos: ¡pero qué es esto! Primero los ancianos, luego los adultos y ahora los críos, porque no hay nada más allá en nuestra concepción de la realidad que enriquecernos como una forma de cielo en vida: la cultura del sueño americano. O sea, petarlo.
Respecto a la divinidad, no podemos vivir sin Dios y todos los ateísmos al final acaban teniendo cierta religiosidad. En nuestra religión política, eso se transforma en que si tú eres bueno y espiritualmente fuerte, en vida vas a recibir esos beneficios en forma de riqueza y de poder. Sin embargo, es un dios falso, porque la mayoría de la gente no llega a conseguirlo y los que lo logran en muchos casos se dan cuenta de que eso no es lo que querían, porque puedes sentirte profundamente solo.
Más allá del capitalismo como modelo productivo, esto es importante para prever la caída y para intuir por dónde van a surgir las alternativas. Por ejemplo, el modelo productivo de China —que probablemente sea el que sustituya al nuestro— también es capitalista, aunque tiene una cosmovisión y una religión política distintas.
¿Nos queda la gente, sean amigos o familia? ¿La persona como individuo —no precisamente individualista— o tiene fe en el colectivo?
Sí, pero en un colectivo formado por personas. Esta es la sociedad más individualista de la historia y, a la vez, la más borrega y gregaria. ¿Cómo se come eso? Porque es un individualismo antipersonal y, en muchos casos, antihumanista. Nos cerramos en un egoísmo casi solipsista que genera personalidades muy blandas y soberanías personales nulas. Ahora muy poca gente se atreve a dar un bofetón si alguien le falta al respeto a él o a su gente querida. Se considera un anatema, cuando hay cosas mucho peores y forma parte de la soberanía personal: "Estoy dispuesto a ceder hasta aquí, no más". Eso se ha perdido completamente.
Si el problema es la globalización —por lo tanto, el capitalismo especulativo y financiero, o sea, la usura de toda la vida— llevada a términos religiosos —el mammonismo como religión del interés y del lucro—, ¿cómo se puede combatir? Con soberanía nacional, para lo que es necesario la soberanía popular y, antes, la soberanía personal. Un pueblo con individuos cobardes, amargados a los placeres mundanos y capaces de vender a su madre por dinero o, lo que es peor, por popularidad y por la aprobación de su comunidad, no tiene nada. Entonces, llegado a ese extremo, ¿cómo puede tener soberanía personal? Con fe.
Si quieres vivir de tus prados al lado de tu gente y no te dejan autogestionarte, porque te expropian; si te quedas sin trabajo por culpa de una crisis; si te ves obligado a vender tu vivienda porque no tienes nada; si luego te quedas sin dinero, porque hay una inflación de la hostia que fulmina tus ahorros —perder el curro, la casa y el dinero también es una forma de expropiación del capitalismo—; en definitiva, si te quitan todo, incluidos los derechos civiles, ¿qué te queda? O claudicas y aceptas, o te mantienes en tus trece porque tienes una fortaleza de carácter que solamente te puede dar la fe: "¡No claudico!".
Ese es el negacionismo bien entendido, no el que niega una pandemia: "No voy a ceder, pase lo que pase". ¿Hasta dónde llega el rechazo a pasar por el aro? En el caso de muchos de nuestros abuelos, hasta varios días de tortura o hasta que los mataran y los arrojasen a una fosa común. Cada uno tiene sus límites, pero si no tenemos ninguno y decimos que sí a todo —a todo lo que nos diga la tele y a todo lo que nos digan las redes sociales, que básicamente son las que más fuertemente están operando en nuestras conciencias—, ¿qué soberanía personal vamos a tener? Si demostramos al otro que la tenemos, nos encontraremos con una comunidad popular que se quiere, porque no hay amor sin respeto. En ese sentido, claro que la persona es muy importante.
¿En qué ha dejado de creer y en qué sigue creyendo?
Resumiendo mucho, ya no creo en las formas, porque estamos en una época en la que, por culpa de la infoxicación, las cosas no es que no sean lo que parecen, sino que en muchos casos son exactamente lo contrario de lo que parecen. Donde parece que hay filantropía, lo que hay es esclavitud y sometimiento. Donde parece que hay maldad, lo que hay en muchos casos es preocupación por las comunidades. Y sigo creyendo en los fondos, en las esencias, en lo real, en lo que está más allá de la realidad simbólica.
La música puede ser rebeldía, pero ¿es efectiva?
Muy poco, pero algo sí. La música también es muy engañosa, porque puede ser el aro por el que la gente va a pasar. Por eso es muy importante que los poetas, como decía Platón, sean críticos consigo mismos y estén sometidos a un control férreo. Porque hay que criticar y aceptar la crítica. Paco Ibáñez, Chicho Sánchez Ferlosio, Atahualpa Yupanqui y muchos otros parten de un buen espíritu y voluntad. Unas sensibilidades que han sido borradas del planeta porque ahora escuchamos una canción de Violeta Parra y creemos que dice todas esas cosas hermosas para ganar dinero y no para honrar la belleza y transformar a mejor la realidad. Esos pocos focos de resistencia tienen una capacidad transformadora importante.
La sobreexposición ha provocado que muchos iconos y canciones hayan perdido su significado o su mensaje original, ¿no? Por ejemplo, Bella ciao, símbolo de la resistencia antifascista.
Y desde que salió en la serie de Netflix La casa de papel… Tenían razón los indígenas cuando decían que las fotos robaban el alma. La realidad, como construcción simbólica de lo real, es lo contrario a lo real. Una cosa es lo que tú eres y otra, el nombre y la imagen que te ponen. Lo real frente a lo imaginario y lo simbólico. Al final es una cuestión espiritual. De tanto mostrarlo a través de las redes sociales, de la publicidad y de los medios de comunicación, se desalma. Es lo que estamos viviendo en la actualidad: un proceso de desalme generalizado. Tenemos que darnos cuenta de que ahora mismo no hay mayor riqueza que la privacidad. Puedes tener todo el dinero del mundo, pero el rico es el que vive bien en una absoluta privacidad.
Usted, para dar un salto adelante, mira hacia atrás.
Porque no creo en el atrás ni en el adelante de Barrio Sésamo. Todo el mundo que concibe esta dimensión trascendental de la persona se da cuenta de que hay determinadas parcelas de eternidad, y en la eternidad no hay atrás y no hay adelante. Simplemente, el sol sale cada mañana, se pone por la noche y al día siguiente vuelve a salir. Yo no creo en el tiempo lineal, uno de los grandes mitos a destruir. La izquierda justifica esa idea como progresismo: "El tiempo es lineal y vamos a mejor". Y la derecha, como decadentismo: "El tiempo es lineal y vamos a peor". No es así. De hecho, el tiempo a veces rima con épocas previas, del mismo modo que rimará con épocas futuras.
Si lo que pasa por realidad es una ficción, una apariencia o una imagen distorsionada y fugaz, ¿en qué se ha quedado lo real?
Hay muy pocas cosas que sean verdad y objetivas. El resto es el gran imperio de la ficción. Por eso creo que el relativismo moral de la posmodernidad es cómplice del poder, porque niega las pequeñas verdades objetivas. Hay que perseguir esas minúsculas parcelas de objetividad y de verdad —esas leyes naturales, por llamarlo de alguna manera—, porque lo demás es basura que se va a llevar el tiempo. O sea, son estrategias de camuflaje del poder para perpetuarse. Si uno concibe esas pequeñas leyes naturales, no tiene por qué obedecer al sinfín de leyes sociales, políticas y económicas que son ficción. En nuestro foro interno, todos sabemos qué es lo valioso y lo que merece la pena.
En La Bestia Colmena recurre a la sátira para criticar la decadencia de nuestra sociedad. Aunque se ha prodigado más en la música, ¿le atrae más la palabra hablada o cantada?
Cada vez me atrae más la música y menos la palabra, porque la música está más cerca de lo real.
La música sin letra, quiere decir.
Sí. Ya son muchos años escribiendo, tratando de sacar lo mejor de mí mismo y de compartirlo con sinceridad. Pero todo está tan manoseado, tan desalmado y tan pervertido —hasta por mí mismo, no culpo a los demás— que cada vez me atrae más la poesía abstracta y, sobre todo, la música sin letra. De cara al futuro, ¿eh?
Sin embargo, la forma de cantar ese contar es muy suya. ¿Por qué prescindir de la palabra?
No digo que haya que prescindir de la palabra, pero ahora hay que ser muy, muy, muy buen poeta para poder ser poeta. Fíjate en la profundidad y en la belleza de los clásicos del siglo XIX y de la primera mitad del XX. Y, con todo el respeto, fíjate en los contemporáneos… Es muy fácil caer en la trampa de los simbólico y no ir a lo real. Hay mucha producción y cuanto más hablamos, menos fuerza hay en esa palabra. Como yo he hablado mucho, porque soy de natural charlatán, cada vez me interesa más lo no verbal.
Es verdad que las palabras pueden estar al servicio de eso, aunque tienen que ser muy poéticas y poco discursivas y racionales. Lo que he intentado hacer, sobre todo en mis dos últimos discos, es salir del discurso, que de alguna manera ya está plasmado en el libro. Es paradójico, porque mis discos son canciones de amor, pero luego hablo con colegas o en entrevistas y me salen de la cabeza estas movidas discursivas. En cambio, sé que la forma de transmitirlo no es por vía del discurso, sino —estando cerca de la verdad personal, de la fuente de autenticidad y de la pureza— con la menor decantación posible. A veces, las palabras pueden ser traicioneras, por lo que cuantas menos palabras y más mágicas, mejor. Es algo que encuentro en la música popular, de ahí el interés que siento por ella.
¿Cree que la disciplina —o sea, el encorsetamiento de la métrica— beneficiaba a la poesía y a su contenido?
Sí, porque paradójicamente la disciplina permite la libertad, no la quita. Tener un marco te posibilita ser efectivo, pero también transgredir. ¡Joder, es que la sociedad que tenemos ni siquiera me permite exiliarme! En otros tiempos, me habría ido a París, como Paco Ibáñez, con cuatro comunistas marginales.
Su libro recoge lo que canta y lo que ahora cuenta, aunque de una forma más simbólica o metafórica.
Sí, de una forma más intuitiva. Lo escribí antes de tener el pálpito de que todo podía ir a peor. Después publiqué el disco Futuros valores, una confirmación de que todo se iba a pique. Entonces quedarán los futuros valores, un concepto absurdo que usé como recurso, porque en realidad son iguales que los antiguos valores. Y, finalmente, mi último disco es la reafirmación en mis opiniones y la transformación en convicciones.
Para transmitirlo, utilicé la figura de lo ultramontano, que se suele usar mucho para definir a la derecha, pero yo le quite el ano y lo dejé en Ultramonte [risas]. O sea, lo que está más allá del monte y de lo que se considera silvestre o salvaje. Sin embargo, lo que hay ahí no es cruel ni bárbaro. Tras una primera incursión más o menos oscura, racional y demoníaca, en la cara B hay un mensaje más pacífico y conciliador.
"Nunca permitáis que vuelva el instinto gregario, podría traer de nuevo a la Bestia Colmena".
Por cierto, el libro tenía otro título alternativo, Dementocracia, pero se quedó en La Bestia Colmena. Trata sobre la encarnación de la mente colmena en un animal que ya es autónomo y que precisa eliminar nuestra propia autonomía como personas. O sea, la Bestia Colmena es la globalización. En clave de sátira, describo la lucha contra ella. ¿Y quiénes pueden luchar? Solamente los locos. Algo que se ha demostrado en los últimos años: como no estés parcialmente loco, caes en la trampa de las ideologías, en la trampa de los ismos, en la trampa de las religiones formales, en la trampa de los grupos...
El loco como rebelde y, en cierto modo, como poeta es el único que a la hora de la verdad dice: "Me la suda. Me guío por mi intuición". Porque nuestra propia intuición se está sometiendo a una lucha permanentemente y el poder nos obliga a hacer cosas que son contraintuitivas. Para mí, Ultramonte es la reconciliación total e innegociable con esa intuición, con lo que está más allá del monte, con lo real, con lo espiritual, con lo intuitivo…
¿Se han pervertido ciertos valores o ideales? De hecho, la tolerancia ha tenido un efecto bumerán. Vamos, que el tolerante podría haberse vuelto intolerante.
¡Porque la tolerancia parte de una soberbia! "Yo soy tolerante contigo, por lo tanto te tolero". ¿Cómo que te tolero? ¿Acaso soy un marqués para tener la posibilidad de tolerar a alguien? Y si no te tolero, ¿qué pasa? Pues te mato, te elimino, te jodo o te hago la vida imposible. La idea de tolerancia es vomitiva porque encierra la intolerancia. Como refleja Aleister Crowley en el título de El libro de la sabiduría o insensatez, la sabiduría encierra la insensatez. Una persona que se proclama sabia es una insensata por definición y una persona que se proclama tolerante es intolerante por definición. Está en la cultura popular: dime de qué presumes y te diré de qué careces.
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