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Menudo Pájaro: un metro ochenta de planta; cincuenta y cinco años muy vividos; una nariz rotunda que despunta entre sus frondosas patillas y su flequillo en cascada; una chaqueta por plumaje, también una corbata anudada que ha resistido dos días de mucho ajetreo y sueño escaso. Andrés Herrera (Sevilla, 1963) defiende este jueves su nuevo disco en el Teatro Lara de Madrid, donde retumbarán los tambores y metales guiados por su voz rescatada. Ecos de spaghetti western y Semana Santa. Canción protesta a lomos de Paco Ibáñez. Surf costalero con matasellos californiano e hispalense. Swing y rock. Silvio y Hendrix. Lirismo y épica. Y, claro, una guitarra.
A Andrés sólo lo llaman Andrés los del banco y sus vecinos de pupitre. Sus silbidos a lo Ennio Morricone y su protuberante napia le merecieron el apodo de Pájaro, que ha terminado dando nombre a su banda. Tres álbumes en apenas seis años de vida. El último, Gran Poder (Happy Place Records), da voz a los desheredados, a los perdedores, a los que todavía yacen en las cunetas. Antes había tirado de viejos compañeros de viaje, de estampas de su devoción, de letras suyas compuestas para otros y de versos ajenos que parecían escritos a la medida de su guitarra, con la que empezó todo: él fue las seis cuerdas de Pata Negra, de Kiko Veneno y de Silvio, hasta que el Pájaro echó a volar.
Sevilla era flamenco hasta que se construyó la base aérea de Morón.
Las guitarras eléctricas llegaron con los americanos, a cambio de piedras de hachís. La música estadounidense influyó mucho en la ciudad, aunque a mí no me cogió esa época. Personalmente, me marcó escuchar a los trece años Electric Ladyland, de Jimi Hendrix, que me hizo soltar la guitarra española y agarrar la eléctrica.
¿Cómo ha influido la ciudad y la idiosincrasia local en el rock?
El entorno siempre ha sido complicado, porque los alcaldes lo han puesto muy difícil. Escasean las licencias de salas de conciertos, mientras debes soportar a las bandas de Semana Santa tocando todos los días a las puertas de tu casa, sin poder hacer nada. Aunque eso ha influido negativamente, está viviendo una explosión de grupos de rock y quizás ahora sea su mejor momento.
En cambio, ¿no han preparado el escenario y el pasado de Sevilla un caldo de cultivo propicio para que se desarrollasen otros géneros?
Sí, es una cuestión de herencia. En la serie La Peste ves que no ha cambiado mucho la cosa, excepto que ya no te llenas los pies de barro. En mi caso, por narices tenía que ver los pasos de Semana Santa y escuchar la música en la calle, algo que te influye de mayor. Pero Sevilla desde siempre ha sido roquera.
La serie muestra una ciudad de pícaros, encarnados en los luceros, niños huérfanos que robaban a los borrachos amparándose en la oscuridad. ¿Visten hoy los pícaros traje y corbata?
Esas escenas me recuerdan a Monipodio, el personaje de la novela de Rinconete y Cortadillo, por cuyas manos pasaba todo el dinero que robaban los críos. La picaresca de esos personajes embaucadores se está perdiendo, aunque quizás perviva en algunos barrios, donde ahora hay bloques, coches y droga.
"Las desigualdades se van a pagar caras, porque ahora hay muy pocos ricos y mucha gente tiesa. Algún día eso se les va a volver en contra"
Por el puerto de Sevilla entraba todo, por lo que aquellas culturas foráneas influyeron mucho en lo que ahora es la ciudad. Piensa que la urbe tuvo mucha vida y fue el centro del mundo. Ahora bien, a Sevilla le gusta vestirse bien y aparentar, como refleja un diálogo de la serie: “Si no tienes un apellido, no eres nadie”. Y, de alguna forma, eso sigue pasando.
Precoz en todo —la comunión, la guitarra, la boda, los hijos—, menos en su debut en solitario con Santa Leone, prácticamente a los cincuenta. ¿Tuvo que vivir para contar?
Siempre tuve en mente hacer mi música, aunque confieso que soy un poco vaguete. Cuando tocaba con otros, me iba bastante bien, pero el arte va en los genes. La música se mama: en la casa de los Amador, si no cantas, bailas o tocas las palmas, no eres de la familia.
¿Su padre tocaba la guitarra?
No, aunque era un gran aficionado a la música. Una vez lo sorprendí con una guitarra y le dije: “Papá, qué manos tan bonitas tienes, pero suena como el culo”. Por la mañana trabajaba en el Ayuntamiento y por la noche echaba cine.
"Nunca curré más que ahora, aunque para mí tocar sea un placer. Ser roquero no es sinónimo de tener pasta"
Él fue el inductor de que yo fuera músico. Se pasaba los domingos conmigo y me decía: “Niño, sílbame esto con la guitarra”. Porque yo no cantaba, silbaba. También se preocupaba por comprar discos de Glenn Miller, de Elvis y, por supuesto, de Semana Santa. Así, poco a poco, me metió en este veneno tan chulo.
Los pecios de la infancia: las cornetas de las cofradías y las bandas sonoras de las películas que proyectaba su padre.
Ahí está todo: ¡ése es el conservatorio de música de Pájaro!
Su música, al principio, era muy referencial. Luego hizo suyas esas influencias en una evolución hacia lo personal, pero sin bandazos.
Exactamente. Después de tocar tantos años con Pata Negra, Kiko Veneno y Silvio, algún guiño se me ha quedado. Cuando empecé a escribir, iba con cuidado, por eso al principio tenía menos letras propias.
¿Pesa la sombra de Silvio?
No, al contrario. Es como si yo viviera su vida. Él no salía de Sevilla, Cádiz y Huelva porque era muy complicado sacarlo de ahí. Cuando toco en Bilbao, donde me adoran, me digo: “Un poco de Silvio está aquí”. De hecho, he vuelto a tocar de nuevo con él. Sin querer, porque mi hijo se llama Silvio y también canta y le da a la guitarra.
¿Quién ha penetrado más en su música?
Yo he soñado que estaba con Jimi Hendrix. A los trece años, tenía un póster en mi habitación y le daba un beso en la mano antes de acostarme. A mí me ha influido hasta Bambino, que no tenía rock, pero sí roll.
Antes su guitarra flanqueaba a los artistas y ahora es usted quien se sitúa en el centro del escenario. ¿Cómo está la cosa?
"Vivimos en una dictadura encubierta por una democracia. Contra Franco, vivíamos mejor"
La palabra cosa ya me da hasta miedo. Nunca he currado más que ahora, aunque para mí tocar no es un trabajo, sino un placer. Me refiero a currármelo de verdad, pese a que no sea el mejor momento. Sin embargo, superas las dificultades y te vas haciendo más fuerte. Ser roquero no es sinónimo de tener pasta.
“La música es el silencio bien cortado”, decía Silvio. ¡Qué tío!
Los silencios soy muy importantes, porque son espacios de respeto donde está toda la magia.
En Los callados habla del manto de silencio tras la guerra civil.
Los callados son esos que no van a hablar nunca porque están bajo las cunetas. Tuvieron la desgracia de perder una guerra y de que sus hijos fuesen estigmatizados. En este país no se ha estrechado la mano. Todavía hay dos Españas, y parece que cada vez están más distantes. No creo que los callados vuelvan a hablar, pero trato de que al menos se les respete como se merecen.
De ahí que en el disco haya dado la voz a los perdedores. Retoma A galopar, de Paco Ibáñez, en clave paella western de combate. ¿Contra quién?
Es una canción antifascista contra toda la chusma que está vaciando a las familias de esperanza. Ya no digo de pasta, sino de alegría, porque no ves a la gente feliz. De hecho, veo una sociedad un poco más violenta que antes. Las desigualdades se van a pagar caras, porque ahora hay muy pocos ricos y mucha gente tiesa, que trabaja para comer y pagar la luz. Algún día, eso se les va a volver en contra.
¿La corrupción en España es de abajo arriba, o de arriba abajo?
Es de arriba abajo y abajo arriba. Si los gobernantes son unos mangantes, la gente hace lo mismo. Nunca me había planteado componer canciones como Los callados, pero el músico debe cantar lo que ve y lo que vive.
¿Alguna solución a la vista?
Si la izquierda de España se uniera en un frente común, otro gallo cantaría.
¿Qué jaulas nos aprisionan?
¡Joder, todas! Ahora vivimos en una dictadura encubierta por una democracia. Contra Franco, vivíamos mejor, porque había uno nada más, y ahora hay un montón.
Usted que se crio en un cine, ¿para cuándo una banda sonora?
"Después de tocar tantos años con Pata Negra, Kiko Veneno y Silvio, algún guiño se me ha quedado, pero la música de Pájaro la definiría como Pájaro"
Me encantan las bandas sonoras y no descarto que algún día un director me llame para hacer algo. Algunas de mis canciones funcionan perfectamente como fondo de una película, por ejemplo El condenado, incluida en el disco He matado al ángel, con la que el productor y guitarrista de la banda Paco Lamato envolvió las imágenes de la guerra de Siria. Podías ver, pero también escuchar, la desolación.
Swing, blues, canzone, rock, pero, sobre todo, surf costalero.
Claro. La banda no tiene un estilo, sino un sello que suena a nosotros: la música de Pájaro la definiría como Pájaro. Incluso un cuplé, porque aunque ahora hacemos menos versiones, hay algunos, como Tengo miedo, que podría llevarlos al swing perfectamente.
¿Llegó a ser cofrade?
Claro. De los ocho a los once años, salía de nazareno con la cofradía de San Benito.
¿Es creyente?
Eeeeeh… Un poquito.
Manque pierda.
Si Dios no existe, te lo tienes que inventar. Si lo piensas, es absurdo, pero yo tengo un Dios propio que me lo he inventado yo. Hay algo que me escucha, y no necesito que me llegue el agua al cuello. Será el universo.
¿Silvio era Jesucristo?
No. Cristo era Silvio. De hecho, si te fijas en la portada del disco Al este del Edén, parece que él está en medio de los apóstoles.
Bético: ¿se nace o se hace?
Se nace. Y se hace también: todos los extranjeros que vienen a Sevilla, terminan siendo del Betis, no sé por qué.
¿El equipo del pueblo?
Bueno, cuando ganó la liga en 1935, los jugadores tuvieron que salir de naja porque todos eran republicanos. De hecho, en 1937, las juventudes hitlerianas, fascistas y falangistas hicieron una exhibición de tiro en nuestro campo organizada por Queipo de Llano. Para recochinearse, claro.
Ahora es más del St. Pauli, ¿no?
Hace tiempo, durante un viaje a Alemania me regalaron una camiseta del St. Pauli y me dijeron: “Pájaro, éste es el Betis de Hamburgo”. Y desde entonces.
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