madrid
La historieta se coló en los museos. Más de un siglo tuvo que pasar para que los templos del arte en mayúsculas hicieran un hueco en sus vitrinas a un arte considerado menor. Esa lucha frente a la eternamente reverenciada alta cultura y la historiografía ha estado siempre en el ADN del cómic y, todo apunta, la terminará ganando. Cada vez son más los historiadores que ven en sus cuadrículas un valioso testimonio de época.
Es el caso del investigador Michel Matly, responsable de una nutrida antología titulada El cómic sobre la Guerra Civil (Ed. Cátedra) que reúne varios cientos de tebeos y cómics sobre uno de los episodios más negros de nuestra historia. Más de 70 años de historietismo atravesados por una frustración central, a saber; el hecho de que el cómic no tiene memoria. Los tebeos antiguos están dispersos en los archivos y las bibliotecas más serias, como la Nacional; solo disponen de algunos números sueltos de las revistas especializadas.
Así las cosas, solo queda husmear en librerías de viejo y confiar en la labor de los coleccionistas interesados en recopilar, inventariar y escanear álbumes y revistas. Un viaje a la historieta de los últimos cuatro decenios en el que cada documento es a la vez un relato de historia y un objeto histórico, cada una de ellas habla de la contienda pero también, según el momento de escritura, de la España de la Transición o de la España de hoy, o de la Argentina recién salida de sus años negros o de la identidad de los descendientes de los exiliados en Francia.
Unas historietas pretenden solo contarnos la guerra y otras, a través de su evocación, hacernos reflexionar, emocionarnos o movilizarnos. Algunas consideran su combate legítimo y otras la ven como un desastre que ninguna razón puede justificar. Algunas buscan ante todo cerrar las heridas del pasado y otras consideran que las fracturas de la guerra se prolongan en otras contemporáneas.
El cómic español muestra la existencia de dos representaciones distintas de la Guerra Civil: la primera se elabora en los años 70, se cristaliza y se cultiva en los 80. "Se preocupa —explica Matly en el prólogo— por rehabilitar la memoria republicana, de intentar que la memoria de la guerra no ponga en peligro la construcción de una nueva sociedad española".
Durante la primera década de democracia la historieta se encuentra en plena efervescencia, hay un público y la revistas se multiplican: Cairo, Cimoc, Zona 84, la magnífica Madriz, la marginal El Wendigo, hasta las publicaciones periódicas de horror como Creepy van a incluir historias cortas sobre la Guerra Civil. Con notables excepciones, son años en los que se denuncia la violencia por ciega e inútil, algo que lleva a muchos autores a rechazar y a considerar la contienda como simplemente una locura.
La era de la memoria
Los años 2000 marcan un retorno de la Guerra Civil a la vida pública española, cuyos indicadores podrían ser, por una parte, la creación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y la aprobación de la Ley de la Memoria Histórica. "No se trata aquí de retomar la herencia política de las partes de la contienda, sino de reivindicar un tratamiento más justo para los vencidos y su memoria", apunta Matly.
En efecto, la producción entrado el nuevo milenio contrasta con el silencio de la década que le precede. Se vuelve a mirar a la contienda pero esta vez con espíritu crítico y no solo atendiendo a su componente violento. Se trata de colmar las lagunas de la memoria a través de historias que dignifique a las víctimas olvidadas. Destacan obras como Guernica variaciones Gernika, Mi tío, que estuvo en el infierno o El lobo Mateyo.
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