MADRID
Actualizado:“El lector apenas recordará una historia o un desenlace, pero sí un cierto runrún; ese ruido de fondo que genera una sensación como de ansiedad”. Corren malos tiempos para las tramas, la hiperinflación de ficciones nos convierte en consumidores ensimismados y carentes de retentiva. El historietista extremeño Borja González (Badajoz, 1982) lo sabe bien, es por esto que sus historias no rellenan todos los vacíos, los sortea a base de magia para que sus viñetas campen a sus anchas en la retina del lector.
“Me interesa que lo que cuento resuene en la cabeza del lector, creo que de esa forma perdura más en el tiempo”, prosigue el autor de The Black Holes (Rersevoir Books), fábula bella y macabra que planea entre dos tierras; el Romanticismo literario y la rebeldía juvenil. Dos mundos aparentemente desconectados que González concita para hablarnos de anomalías tan contemporáneas como la incapacidad de dotar de sentido a lo que nos rodea o el desasosiego vital subsecuente.
Quizá por ello sus personajes no tienen rostro; es el contexto el que les (nos) define. “Creo que también tiene que ver con no ser capaces de identificarnos con la época que nos ha tocado vivir”, incide el viñetista. Una época que no ofrece asideros y en la que conceptos como creatividad, originalidad o autoría aparecen bajo el signo de la duda. “¿Hasta qué punto podemos tener la certeza de que una idea nos pertenece?”. 160 años separan a Teresa de Laura. Una eternidad que se nos presenta interconectada, como si de un carril de doble sentido se tratara: “Me gusta pensar en que existe una influencia directa entre diferentes épocas, como una especie de traspaso cultural que va y viene”.
La obsesión por el tiempo sobrevuela The Black Holes en cada una de sus cuadrículas. La necesidad de trascender —en el más humilde de los sentidos— cuestiona a la obra, al autor y, de paso, también al lector. Es precisamente en ese interés por la perdurabilidad en tiempos más que efímeros donde encontramos otro de los puntales teóricos de la novela. “Me preocupa el tiempo que durará este cómic en el imaginario del lector; todo va demasiado rápido como para que permanezca y esa ansiedad por crear algo que se ancle en una época es algo muy de nuestro tiempo”.
Y si el desasosiego que produce el paso del tiempo no fuera suficiente, González nos propone veladamente otra de nuestras pesadillas contemporáneas, a saber; la sensación de desconexión para con una realidad que nos resulta inabarcable. “Cuando empecé el cómic, entre el 2015 y el 2016, experimenté algo así como una pérdida total de contacto con lo que estaba ocurriendo, como si fuera incapaz de digerir lo que sucedía a mi alrededor”. Y cuando el ruido de lo cotidiano se hace insostenible, qué mejor antídoto que la fábula para evadirse, una fábula que en el caso de Borja no cesa, se crea sobre la marcha sin rumbo prefijado: “Yo no escribo un guion y luego lo dibujo, si lo hiciera así me aburriría, me gusta pensar mi trabajo como una obra en curso, no puede ser de otra manera”.
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