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La ciencia habló y sentenció: hay lógica en el amor. Una lógica secuencial, pero lógica al fin y al cabo. Si el amor es un sentimiento (algunos lo elevan a patología), estará sujeto a una emoción y, por tanto, a una base científica que le dé sentido. Siguiendo este razonamiento, amar podría ser emulable desde cero; un puñado de sustancias activadoras e inhibidoras de determinadas regiones del cerebro que, como si de una droga se tratara, propician lo que viene siendo la pasión amatoria.
Pero no es tan sencillo, si así lo fuera habría surtidores del querer en cada esquina por un módico precio. Y no es el caso. "Sabemos que cuando hablamos de un amor pasional se activan neurotransmisores como la feniletilamina, pero al mismo tiempo se inhiben otras regiones como la corteza prefrontal, que es la parte del cerebro que nos hace pensar, razonar, planificar, etcétera", explica Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología y Director del Instituto de Neurociencias en la Universidad Autónoma de Barcelona.
La pregunta que se hace Morgado es, en cierto modo, la misma que se ha venido haciendo la humanidad (y en especial los poetas) a lo largo del tiempo. Pero su aproximación, como la del resto de científicos que intervendrán en el ciclo de conferencias promovidas por CaixaForum bajo el epígrafe de La lógica del amor , se decanta por lo analítico. ¿Por qué nos enamoramos? ¿Cómo evoluciona el amor romántico? ¿Por qué dejamos de amar? ¿Cuáles son los condicionantes biológicos o culturales del amor?
Cuestiones, todas ellas, que cuando se plantean en términos científicos, diseccionan el amor pasional como una percepción basada en la lujuria, el enamoramiento y el vínculo entre los miembros de la pareja. Un amor cuya duración, apuntan los expertos, no supera los 17 o 18 meses. ¿Y después qué?, se preguntarán. Después toca reinventarse, amar de otra forma si queremos que la cosa cuaje o mandarlo todo al garete. Triste disyuntiva, exigua recompensa.
"Esa otra forma de amar tiene más componentes ansiolíticos y placenteros, el cerebro comienza a segregar sustancias relajantes como las encefalinas y las endorfinas", apunta Morgado. Dicho de otro modo; el festín libidinoso que vio nacer a la pareja se torna ahora apoyo intelectual, palabras de afecto, caricias... "Es un amor compatible con una vida normal, pero hay que trabajarlo día a día", apunta el académico.
En efecto, hay que trabajarlo. Y si nos atenemos a los datos, lo cierto es que no trabajamos ese amor lo suficiente; las estadísticas de rupturas de pareja en occidente sugieren un fracaso masivo de los proyectos de amor duradero. En concreto una de cada dos relaciones no perdurará. Ahí es nada. Cifras poco halagüeñas para el incauto o la incauta que decida embarcarse en la travesía del amor.
Consciente de esta notable merma amorosa, el matemático José Manuel Rey tuvo a bien poner cartas en el asunto y echar mano de la "ingeniería sentimental", extravagante binomio ideado para entender el infausto destino que Cupido les depara a los tortolitos de turno. "En toda relación hay un proceso de desgaste natural, por lo que la pregunta que se haría un ingeniero es cuál sería la tasa de recarga necesaria para que esa sustancia amorosa se mantenga estable y saludable", explica Rey.
Como lo oyen, la frialdad de los números aplicada al fragor de una relación amorosa. Un contraste que para algunos puede resultar indómito pero que José Manuel gestiona con soltura: "Descubrimos que el proyecto [la relación de pareja] requiere que la tasa de recarga sea superior a la que tú quisieras hacer, o lo que es lo mismo, que las parejas están condenadas a aportar más de lo que pensaban que ya debían aportar".
Digamos que la solución al problema es que para mantener viva la llama del amor, el esfuerzo necesario siempre será mayor de lo esperado. Y cuando decimos siempre es siempre. Un resultado exigente para con las inercias propias de la madurez parejil que impugna, de una vez por todas, esa idea de la media naranja y del uno para el otro. La "ingeniería sentimental" ha venido para sacudirnos toda la tontería heredada y sacarnos de nuestra zona de confort. Extinguido el fulgor del amor químico, sólo queda encomendarse al esfuerzo cotidiano para hacer que perdure.
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