MADRID
Alejado de grandes nombres propios, en este libro se dan citas aquellos nombres con mayúscula, pero con historias más comunes de las que nos podemos imaginar. El historiador Francisco J. Leira publica Los nadies de la guerra de España (Akal, 2022), la monografía que habla a la cara de lo desconocido, todavía oculto, pero nunca olvidado y tristemente recordado en reducidos círculos de confianza. Nadies en la Guerra Civil hubo a derechas y a izquierdas, pero sobre todo desde abajo. Aquí, el historiador trata cómo el franquismo renegó de sus propios muertos, las intentonas de democratizar el ejército a principios del siglo XX, rescata al fraile que luchó en ambos bandos, el mito de la mujer combatiente, cómo sobrevivir llegó a significar culpar injustamente a otras personas y la necesidad de una Historia Pública en la que intervenga toda la sociedad.
La primera pregunta es obligada: ¿quiénes son los nadies de la Guerra de España?
Son, en el fondo, la inmensa mayoría de las personas, aquellas que nunca salen en los libros de Historia y que, de algún modo, tuvieron su memoria silenciada, que no olvidada, y guardada dentro de la familia, pero su recuerdo no trascendió. Los nadies de este libro tan solo son unos ejemplos que representan a los otros muchos nadies de aquel contexto histórico. Ojalá que, impulsados por la publicación, muchas más familias se animen a investigar y conocer lo que pasó en la Guerra Civil, lo que sufrieron sus antepasados.
¿Cómo has llegado hasta estas historias tan ocultas?
Todas ellas permanecían latentes en el círculo familiar o en el recuerdo colectivo de algunas comunidades. También las he conocido porque algunos cronistas locales, a los que yo reivindico siempre por su labor excelente, han rescatado parcialmente las figuras que yo trato. Hay muchas historias que nacen a partir de testimonios orales, memorias escritas que me han cedido sus familiares y cartas. Así, pude investigar la trayectoria vital de los protagonistas pero también escribirlas de forma narrativa, de una manera más amable, para que la gente pueda disfrutar con su lectura.
El primer capítulo alude a la mayor tragedia marítima de España, en concreto el 13 de marzo de 1939. Sin embargo, el franquismo siempre quiso tratar esta estrepitosa y fracasada operación militar, lo que hizo que nunca se supiese dónde descansan los restos mortales de muchos de los fallecidos, tal y como explicita en la publicación. ¿Qué ocurrió exactamente ese día?
Aquello fue conocido como la tragedia del castillo de Olite, tal y como se llamaba el buque del bando sublevado que pretendía desembarcar en Cartagena. Todo procedía de una noticia de que, a través de las redes quintacolumnistas, los alzados ya podían tomar Murcia se conseguían dicho desembarco.
En ese barco, que no estaba capacitado para esas labores, se estropeó la radio. Cuando los sublevados abortaron la misión, ellos no lo supieron, así que se aproximaron al municipio de Escombreras, donde recibieron un bombardeo. El caso es que los restos mortales de aquellas familias del bando vencedor permanecieron ocultos.
Yo narro la historia posterior del padre de uno de los fallecidos. Pérez Ponte viajó desde Galicia en los años 30 para tratar de averiguar dónde estaba enterrado su hijo, y nunca lo supo. Lo más que pudo hacer fue coger una botella con un poco de arena de la playa de Escombreras. La hermana del fallecido, su otra hija, cuyas cartas se recogen en el libro, terminó enterrada con esa arena que trajo el padre, lo único que le quedaba de su hijo.
"Hay muchos que siguen en las cunetas a pesar de que, según el franquismo, eran los vencedores y caídos por Dios y la patria"
Esto es una muestra de cómo el franquismo utilizó la memoria de los soldados reclutados de manera forzosa para su propaganda política. Hay muchos que siguen en las cunetas a pesar de que, según el franquismo, eran los vencedores y caídos por Dios y la patria cuando realmente lo único que les importaba era mantenerse en el poder y no las personas.
Para explicar el ejército español en el primer tercio del siglo XX recupera la figura del capitán Manuel Fernández Fecho. ¿Quién fue?
Él era de Cádiz y fue al servicio militar casi de casualidad. Antes, para ir al servicio, había unas cuotas, lo que llamaban los quintos, y se hacía un sorteo. Cada ciudad tenía un número determinado de personas que debían hacer el servicio militar, y no le tocó, pero finalmente sí que fue porque hubo un prófugo y cubrieron su plaza con él. Desde soldado raso de la infantería de Marina llegó a ser capitán. Con la ley que impulsó Azaña, se retiró de forma voluntaria, pero cuando empezó la Guerra decidió alistarse en el bando sublevado. Al final, murió en las batallas de Aragón.
A través de su familia, que me aportó documentación sobre él, pude trazar esa historia que, de algún modo, rompe con la idea del militar africanista. Manuel Fernández fue una persona que partió desde abajo y que, a través de su experiencia, adquirió un pensamiento que iba a consecuencia de lo que surgía en la época dentro de algunos sectores conservadores.
En el tercer capítulo utiliza a otro capitán, Juan Rodríguez Lozano en este caso, para abordar el nacimiento del fervor republicano dentro de las filas del ejército. ¿Fue un caso aislado?
No, no lo fue. De hecho, él es quizá el más conocido de todos los personajes por ser el abuelo del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Se declaraba socialista, masón y demócrata, y me sirve para explicar esa tendencia republicanista dentro del ejército. Ya desde el Sexenio Democrático se habían creado diversas organizaciones militares que pedían una democratización del ejército.
En él se da una particularidad en pleno contexto de la represión de la revolución de Asturias, en 1934. En el periódico El Socialista de León encontraron una carta suya en la que pedía, como socialista y militar, que tuvieran cuidado a la hora de hablar sobre los militares. Reclamaba que en la milicia no todos eran como Franco, Milán Astray o Sanjurjo. Además, se ofrecía a escribir con pseudónimo, porque de otra forma no podría hacerlo, sobre cuestiones relativas al ejército, siempre desde una perspectiva socialista. Eso provocó que le echaran del propio ejército, hasta que el Frente Popular le restituyó. Con el golpe de Estado de 1936 le hicieron otro consejo de guerra y le terminaron fusilando.
Juan Rodríguez es la persona que representa esa tradición republicana y democrática dentro de las Fuerzas Armadas de España, conectada de alguna forma con la Unión Militar Democrática surgida durante la Transición y que buscaba una modernización del ejército y que, por suerte, yo creo que se está consiguiendo, a excepción de algunos nostálgicos.
Afirma que la historia de este capitán, Juan Rodríguez Lozano, es un ejemplo de la importancia social de la Historia Pública. ¿A qué se refiere cuando utiliza este concepto de “Historia Pública”, con mayúsculas?
Es un concepto acuñado por historiadores como Antonio Cazorla, Alison de Meneses, Sabastiaan Faber o Jesús Izquierdo. Alude a la intencionalidad de que, dentro de estos proyectos legislativos de memoria democrática, también haya un hueco para el debate y la discusión popular, siempre dentro de los marcos democráticos. Hay unos valores que no podemos olvidar, como la defensa de los Derechos Humanos y la democracia, pero son algo que deben ir evolucionando con el tiempo, no son algo estanco. No podemos quedarnos en la democracia de 1978, tenemos que seguir consiguiendo derechos.
"No podemos quedarnos en la democracia de 1978, tenemos que seguir consiguiendo derechos"
A partir de ahí, historiadores, politólogos, la sociedad civil y personas del mundo memorialista deben abrir un espacio de debate y poder hablar sobre lo que sucedió hace unas décadas en España desde un punto de vista amplio.
Esta historia no representa todo lo que le sucedió al clero en aquellos años, pero sí lo que le ocurrió a muchas personas, y es que fueron evolucionando. Cándido Rial sufrió la represión de grupos revolucionarios, pero luego también alabó la labor y el trato que recibió de los propios milicianos cuando estaba junto a ellos en el frente. Aquel contexto fue tan complejo que, de repente, puedes tener opiniones que pueden parecer encontradas, pero no lo son, porque la vida es así.
El fraile Cándido Rial Moreira es otro de estos nadies de la Guerra de España. El periplo de este religioso no es baladí: de franciscano en el Madrid revolucionario a miliciano en el frente, y de ahí a desertor para, de nuevo, volver al púlpito.
Este fraile vio cómo asesinaban a unos religiosos maristas en su misma celda, pero eso no impidió que cuando llegó al frente tuviera un buen recuerdo de ello. Incluso cuando se pasó al bando sublevado dijo que estaba más cómodo con los republicanos. Lo que es más triste fueron las secuelas que le dejó aquella experiencia. Se volvió una persona poco sociable que nunca quería hablar de ese tema. Si no hubiera sido por la insistencia de un fraile compañero suyo, nunca hubiera escritos esas memorias que me legó la orden franciscana.
Otro de los nombres que saca a relucir es el de Amada García, muy desconocido hasta la fecha. ¿Por qué no debemos olvidar a esta mujer?
Este ejemplo no es paradigmático, surge en muchos contextos. Es la historia de un mito, realmente. Se dice que a Amada García la mataron por tejer una bandera, una historia que recuerda a la de Mariana Pineda. Si analizamos bien lo que vivió esta mujer podremos ver que era una persona con una gran capacidad de agencia, con protagonismo en la historia. Había conseguido romper el techo de cristal y participaba de la sociedad civil, y también era muy activa en el mundo del Partido Comunista.
La sociedad terminó quedándose en esa idea de que la mataron por tejer la bandera, pero realmente hay muchísimo más. La bandera es un símbolo, y en mi opinión, hace que se devuelva a Amada García al telar, al espacio doméstico, arrebatándole su capacidad de participar en política.
Al nombre de Amada García se suma el de Antonia Portero Soriano, miliciana y comisaria política. ¿En qué consistía el mito de la mujer combatiente?
Es un mito que, en un principio, la República utilizó para movilizar a cuantas más mujeres mejor. Sin embargo, dentro de ese mito también hay que matizar. Por un lado, debemos reivindicar a todas las mujeres milicianas que fueron capaces de hacer ese gesto, pero también ponerlas en su contexto. Esta mujer, que llegó a ser comisaria política, al final tampoco tiene unas letras dentro de la Historia más que las letras que otros hombres le dedicaron en la prensa. Todas las noticias sobre ella son de recortes de prensa o memorias como las de Enrique Líster que repiten lo que aparecía en los periódicos.
No sabemos hasta qué punto es real la historia, pero detrás del mito se esconde una realidad palpable, y es que muchas mujeres decidieron enrolarse en las milicias. Aunque no fueran tantas como dijo la propaganda republicana, fueron las suficientes como para reivindicarlas.
Dedica todo un capítulo al aspecto de la masculinidad en el primer tercio del siglo XX. Mientras la virilidad era un valor indispensable para el mando, los "afeminados" no podían ser combatientes.
"El patriarcado y el machismo estaban dentro tanto de la izquierda como de la derecha"
Hay que entenderlo dentro de la mentalidad de la época. El patriarcado y el machismo estaban dentro tanto de la izquierda como de la derecha. Sólo hay que leer a Hemingway para ver que la virilidad era un valor esencial que el hombre tenía que tener. Así, todas las personas que se salían de ese canon eran ridiculizadas tratándoles como homosexuales, como si ello fuera un insulto.
Este capítulo es el único que no está dedicado a alguna persona en concreto. Ni siquiera pude darle el nombre y apellidos de aquellos hombres y mujeres que tuvieron una masculinidad y feminidad distinta a la normativa, a la que esperaban de ellos y ellas.
Las historias de María Gómez y Urania Mella sirven para ilustrar el sufrimiento y vejaciones que sufrieron las mujeres una vez encarceladas por el bando sublevado solo por el hecho de ser mujeres. Dice en su libro que sus dos juicios representaron la ruptura de los lazos de la solidaridad social. ¿Por qué?
Por la forma en la que terminan encarceladas. Ellas sufren sendos juicios y en ellos la gente se ve obligada a testificar en su contra, incluso personas de su mismo ideario, para poder sobrevivir. Y tú haces lo que sea para sobrevivir.
Urania Mella, hija del conocido anarquista Ricardo Mella, tuvo también la mala suerte de que la familia de su marido la repudió y no le permitió ver a sus hijos, a quienes les contaron una historia edulcorada de lo que había pasado pero diciéndoles que su padre estaba muerto por culpa de su madre. Yo relato en el libro el momento en el que por fin se conocen los hijos y la madre. En un momento dado, Urania Mella le pregunta a su hija si la quiere, y dice que no. Claro, lo que le había contado la familia es que ella era la culpable de que su padre estuviera muerto.
No fue hasta tiempo después cuando la hija investigó quién fue realmente su madre, y esa misma persona que renegó de ella, comenzó a militar en las mismas organizaciones políticas que la propia Urania Mella, como la Asociación de Mujeres Antifascistas. Es una historia muy triste pero creo que es una buena forma de descubrir la historia de la familia y de cómo es posible cambiar un pensamiento. Estas historias son las que reflejan por completo la ruptura social que supuso la Guerra.
Usted mismo se pregunta ya en el último capítulo si hay que olvidar el pasado reciente y sangriento y qué debemos conocer de él. ¿Por qué se cuestiona estos aspectos?
No me lo cuestiono: creo que hay que conocer el pasado, pero hacerlo bien. Utilizo la historia de Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges, que tenía el mal del sabio. Es decir, recordaba todo lo que vivido pero no tenía capacidad crítica. Yo considero que debemos tener capacidad crítica para saber recordar el pasado, y no poner calles por poner. Eso tiene que venir aparejado de una política de memoria que nos lleve a construir unos valores democráticos, sólidos, sobre lo que somos y fuimos.
"Considero que debemos tener capacidad crítica para saber recordar el pasado"
Hay una frase que utilizó Antonio Cazorla en un artículo que me gusta mucho. Dijo que en España hay muchos lugares sin memoria y mucha memoria sin lugares, y creo que ese es el camino que tenemos que tener como sociedad.
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