madrid
Lóbrego y desolado. Así ve el Valle de los Caídos Toni Amengual. Un lugar único para un fotógrafo que busca retratar lo que, aparentemente, no se ve. Un silencio que hace daño y una herida que aún supura en el centro de nuestro país. Entre los años 2011 y 2014, Amengual puso rostro a ese peregrinar infausto y, ya de paso, clavó boca abajo la cruz más alta del mundo; ciento veinte metros de cantera labrada vistos a través del reflejo en una charca.
“El lugar desprende todo un áurea de terror y creo que así está pensado y construido”, explica al otro lado del teléfono este mallorquín de 39 años que, consciente de las carencias curriculares de nuestro país para con su historia reciente, decidió poner cartas en el asunto con Flowers for Franco. “Quería buscar en esas capas de historia que nunca nos explicaron, ver y entender lo que ha permanecido oculto para los que nacimos pasada la Transición y hemos crecido en democracia”.
Tres años de pateos esporádicos –siempre que el tiempo y el dinero se lo permitiesen– que ahora ven la luz en un pequeño libro –tercero de una trilogía iniciada con Pain y seguida con Devotos– que apela a lo que somos como sociedad. Una búsqueda personal que ha derivado en un ensayo fotográfico oscuro y complejo, cuarenta y siete fotografías encuadernadas con forma de misal, santo y seña de un país enmohecido por la liturgia católica.
“Resulta curioso como una persona tan pequeña, mandara construir la cruz más grande del mundo, debe ser el Síndrome de Napoleón”, comenta con sorna el autor. Una chanza que no debe llevar a engaño; la aproximación del mallorquín a ese ‘valle de los horrores’ es de todo menos frívola: “Hay un reguero de dolor que se percibe a nivel físico sobre el terreno”. En ese sentido, la cámara del mallorquín hace las veces de convidado de piedra, sin pretensión de enjuiciar: “Estoy en deuda con todas las personas que salen en el libro, aunque piense diferente a ellos, lo cierto es que necesitas tener un mínimo de empatía con ellos”.
Con todo, el riesgo de estetizar la tragedia está ahí. Amengual lo sabe y no rehúye el debate, es consciente de la dificultad que entraña enfocar un pasado reciente que pone en entredicho nuestra Transición y, por extensión, nuestra democracia. “Yo tengo derecho a contar mis cosas como a mí me apetezca, es algo que me constituye como persona y por tanto tengo derecho a poderlo expresar como a mí me apetezca”, apunta “La fotografía es muy limitada, yo sólo puedo tocar la superficie, las cosas que pasan en el momento en el que estoy; el resto corre a cargo de quien mira”.
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