madrid
Las hay para todos los gustos. Resulta complicado encontrar un subgénero musical, cinematográfico, teatral o literario que no disponga de su correspondiente feria o festival. Cada disciplina, cada tendencia en el mundo de las artes tiene su fecha en nuestro calendario, su rincón en nuestra agenda. Da igual que lo suyo sea la fotografía ornitológica, el cine de serie b o los sonidos afro, a poco que investigue dará con sus iguales en algún jolgorio debidamente patrocinado.
La reanudación a medio gas de algunas de estas citas deja un sabor agridulce. Como si la buena nueva de una esperada nueva edición quedara eclipsada por una puesta en escena deslucida por los rigores de la prevención. Por no hablar de las versiones virtuales, con conferenciantes, autores y fans entregándose a la algarabía (y también a la reflexión) a través de sus respectivas pantallas de plasma. Un auténtico disloque contemporáneo; el futuro patrocinado por una pandemia mundial.
Con la Feria del Libro de Madrid encarrilando sus últimas jornadas virtuales y la y la Feria de Fráncfort haciendo lo propio pero en versión aforo reducido, cabe preguntarse si estos encuentros siguen manteniendo su razón de ser. A fin de cuentas, muchas de estas convocatorias nacieron con la intención de poner en contacto a los diferentes agentes que intervienen en la industria cultural, ya sea como editor, autor o como mero entusiasta que asiste al evento con la esperanza de una atención personalizada y algún garabato por parte de su creador de cabecera.
El refugio en internet ante la pandemia puede ser una solución puntual, pero en mercados como el del arte, la feria física sigue sin tener un recambio factible. Y es que la venta de arte a través de canales digitales no cumple con la experiencia que requiere la compra de arte in situ. Por un lado favorece abrir al mercado a nuevos compradores, alejados del punto de venta, pero por otro la situación de inestabilidad económica y el alto costo del seguro del transporte de obras de arte, ralentiza las operaciones de compra venta.
"Los rituales sociales de estar frente a la obra de arte, no se pueden sustituir", explicaba en una entrevista reciente a EFE, Juan Canela, director artístico de Zona Maco, cita obligada para los amantes del arte contemporáneo. Además, este tipo de eventos vienen articulados por un entramado de stands, espacios institucionales y zonas comerciales cuya imposibilidad desvirtúa la esencia de estos encuentros.
Tal es así, que citas punteras del arte a nivel internacional como Helsinki y San Francisco optaron por lo virtual y no fueron exitosas. La apuesta intermedia, la que sustituye al público y su bullicioso entusiasmo por la parsimonia de los profesionales de la edición o los coleccionistas, reduciendo de este modo el aforo hasta casi la desolación, podría funcionar pero el precio a pagar es elevado, pues supondría perder en parte su función de popularizar el arte y la lectura.
"Esperamos poder recuperar en la próxima edición el entorno natural de la feria, sin renunciar, no obstante, a las principales estrategias, herramientas y avances tecnológicos que ahora se explorarán vía online", apuntaba la organización de la Feria del Libro de Madrid al comienzo de la presente edición. No hay duda, lo virtual se presenta como transitorio en un ámbito en el que el contacto con el otro resulta crucial, no sólo a la hora de comprar o vender, sino también como herramienta de fidelización.
Además, lo virtual rebaja la pompa de estos eventos agendados a un año vista, les hace descender de la tribuna que les confiere lo presencial y les sumerge en esa tierra de nadie que es la red. Marisol Schulz, directora general de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) –considerada la mayor reunión del mundo editorial de habla hispana– reconocía este miércoles esa dificultad en un encuentro virtual con motivo de la concesión del Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades: "Se ha impuesto un certamen virtual en un momento en el que una sobreoferta virtual y cultural ha obligado a hacer una programación de mucha calidad y menor cantidad".
Todo indica que el refugio virtual no es más que un búnker temporal al que se ha recurrido por fuerza mayor. La creciente digitalización de nuestras vidas no parece tener mucho que hacer cuando se trata de husmear en un libro, contratar a un autor o deleitarse ante un obra de arte.
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