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Brook rejuvenece a Mozart

El director Peter Brook adapta la ópera 'La flauta mágica' del compositor austriaco y la dota de una comicidad adolescente en la que triunfa el amor y la amistad

PAULA CORROTO

La ligereza y el humor son dos ingredientes que, bien condimentados, suelen dar lugar a un plato del gusto del espectador. Y esto es precisamente lo que consigue el director inglés Peter Brook en la reciente adaptación de la ópera La flauta mágica, de Mozart, que se puede ver en los Teatros del Canal de Madrid hasta el 22 de mayo. Junto a Franck Krawczyk y Marie-Hélene Estienne ha dotado al libreto del compositor austriaco de un ritmo fluido y una bruma de cierta ingenuidad adolescente que lo despoja de su oscuridad barroca y lo convierte en una comedia que, a ratos, llega incluso a provocar la carcajada. Al menos, así lo demostró el público que ayer noche tuvo la oportunidad de disfrutar de esta obra, que es, además, uno de los platos fuertes del Festival de Otoño en Primavera.

La ópera La flauta mágica fue estrenada por Mozart en 1791 en el Theater an der Wien (Viena). Es una historia de amor entre el Príncipe Tamino y la hija de la Reina de la Noche, Pamina. Para que su amor triunfe ambos tendrán que superar diversas pruebas y escapar del castillo de Sarastro. Como ayuda, Tamino posee una flauta encantada que le indica el camino para salvar a su amada.

Brook limpia la ópera de algunos personajes que están en el libreto de Mozart (como Las tres damas) y se centra en la pareja Tamino y Papageno, el pajarero que se convierte en el lugarteniente del príncipe en la búsqueda de Pamina. Ambos forman un dúo cómico en la mejor tradición de parejas cinematográficas y literarias, como Don Quijote y Sancho Panza, o incluso el Gordo y el Flaco. Mientras Tamino es el héroe que cree en su destino trágico, Papageno no acaba de adentrarse en el mundo fantástico y mágico de Sarastro, sus secuaces y la misteriosa Reina de la Noche.

Él sólo quiere conquistar a una chica y volver a su casa de campo donde cría a los pájaros. Fantástica la escena en la que este personaje encuentra a su amada Papagena (menos tráfico que en la versión original). Su brote de pasión adolescente confirma las intenciones de Brook en este montaje: las fuerzas del mal siempre serán derrotadas por el amor, la amistad y la sabiduría (el conocimiento).

Para la puesta en escena, Brook ha confiado en su estilo minimalista (el teatro son actores e interpretación) y ha llenado el escenario de unas cañas que van cambiando de posición a medida que transcurren los actos. Son simples juncos que, sin embargo, logran hacer creer en el espectador que los personajes están en un campo, en un palacio o en un pasaje subterráneo lleno de sombras y monstruos iluminados por el fuego.

La composición musical no adolece de los grandes hits de esta ópera, como el aria de coloratura Der Hölle Räche, que canta la malévola Reina de la Noche o el aria de Papageno, Ein Mädchen oder Weibchen, con la que incluso el personaje salta al patio de butacas para hacer un guiño a los espectadores, con lo que Brook rompe el espacio del teatro a la italiana.

Alejada de la grandiosidad de los espectáculos operísticos, esta Flauta mágica es, sobre todo, una obra de teatro y de actores que, vestidos como si estuvieran en el mundo de la película Matrix (a veces Sarastro y Tamino parecen Morpheus y Neo), consiguen poner el universo de Mozart al pie de todo espectador. Un gustazo.

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