madrid
Antes de tomar un tren rumbo a Granada la noche del 13 de julio de 1936, Federico García Lorca concedió una entrevista a Antonio Otero Seco, aunque le pidió que no la publicara. El poeta granadino le contaba que varios editores se habían mostrado interesados en imprimir Yerma, pero que a él le había vencido la pereza, y que estaba a punto de entregar Poeta en Nueva York, "un tomo con el que se podrá matar a una persona tirándoselo a la cabeza".
Lorca acudió a la cita acompañado de un abogado porque había recibido una denuncia: "Un señor de Tarragona, al que, por cierto, no conozco, se había querellado por mi romance de la Guardia Civil española, publicado hace ya más de diez años en el Romancero gitano. El hombre, por lo visto, había sentido de pronto unos afanes reivindicatorios, dormidos durante tanto tiempo, y pedía poco menos que mi cabeza", explicaba el granadino, que no salía de su asombro.
Publicada el 27 de febrero de 1937 en Mundo Gráfico, fue la última entrevista a Lorca, aunque en vida el caricaturista Luis Bagaría i Bou había plasmado una charla con él en El Sol el 10 de junio de 1936. Si bien se desconoce el día exacto que se encontró con el autor de Bodas de sangre, la charla con Otero Seco tuvo lugar a primeros de julio en un turbulento Madrid que Lorca quería dejar atrás.
El retiro en la casa de verano familiar en la Huerta de San Vicente no sería tal. Los golpistas toman Granada el 20 de julio, se presentan allí para detener a los hermanos del casero y él decide refugiarse en la vivienda del poeta Luis Rosales, en la calle Angulo de la capital, adonde acudirá la guardia civil para detenerlo el 16 de agosto, dos días antes de su asesinato. Un año después, Otero Seco le dedica estos versos:
Federico:
Te has ido para siempre
por un camino de cipreses altos
con lamentos de pájaros de vidrio
y panderos gitanos.
Tu corazón que era
como un limón redondo
se te ha cuajado en pájaros sin trino.
Titulado Federico, está incluido en Poemas de ausencia y lejanía, una antología completa publicada por Libros de la Herida, que se ha empeñado en rescatar los textos de un poeta olvidado que escribió la considerada primera novela sobre la guerra civil, Gavroche en el parapeto (trincheras de España). Editada en 1936, la editorial sevillana también se ha propuesto darle una segunda vida a una obra escrita a cuatro manos con el comandante Elías Palma.
Antonio Otero Seco (Cabeza del Buey, 1905 - Rennes, 1970) fue un periodista y escritor que cayó en las garras de la represión franquista. Acusado de rebelión, fue condenado a treinta años de cárcel. Pronto saldría de prisión en libertad vigilada, pero sin poder ejercer su oficio, por lo que llegó a trabajar como contable en una perfumería antes de pasar a la clandestinidad y, disfrazado de cura, exiliarse a Francia en 1947. No volvió a ver a su mujer ni a sus hijos hasta nueve años después.
"Es un paradigma del exilio republicano español, tan olvidado y maltratado", afirma David Eloy Rodríguez, editor de Libros de la Herida, que recupera ahora sus versos como "un acto de justicia literaria, histórica y poética". Su figura le recuerda a la de Manuel Chaves Nogales, por lo que desea que Otero Seco también deje de ser un "personaje secundario" para ocupar un "espacio de centralidad".
Ejemplo cívico pese a las penalidades sufridas, tuvo una actitud coherente y crítica hasta el final de sus días, asegura, dando a conocer como crítico de Le Monde a los escritores españoles. "Al principio era más partidista por la herida personal, pero luego valoró de forma más justa a autores que se habían quedado en nuestro país", explica Rodríguez, quien destaca la huella que dejó entre sus alumnos de la Universidad de Rennes.
Su obra poética es "la de un herido, de un traspapelado por la historia", escribe Juan Manuel Bonet en el prólogo de Poemas de ausencia y lejanía. Una poesía hija del exilio, preñada de nostalgia. "Otero Seco siente el dolor de una vida mancillada por la dictadura. Y lo refleja, clásico en la forma pero con toques de vanguardia, con un gran conocimiento de la tradición literaria española, influenciado por la generación del 27, por el ultraísmo y por Ramón Gómez de la Serna", detalla su editor.
Es, a su juicio, "el último poeta olvidado", aunque él siempre tuvo presente su tierra. "La sensación de lejanía y de ausencia, de herida y de recuerdo, es una constante en su obra", añade Rodríguez, quien lamenta que en España quedase relegado a los márgenes de la literatura, mientras que en Francia era respetado, admirado y, claro, editado.
Le consuela, al menos, que empiece a ser reivindicado por cantautores como Fiona y Daniel Mata, quienes han versionado París. O que sus versos puedan ser leídos, pero también escuchados, pues Poemas de ausencia y lejanía incluye una cinta que el propio autor grabó con un magnetófono y luego logró colar en España para que los suyos pudiesen oír sus poemas.
"Ahí se puede valorar su calidad poética, porque es un extraordinario recitador. Sus versos de viva voz resplandecen y engrandecen al poeta", afirma Rodríguez, cuya editorial rinde así homenaje a Otero Seco, de la misma manera que el escritor extremeño hizo lo propio cuando en la citada entrevista pidió al Ministerio de Instrucción Pública que editase la obra inédita de Lorca, "novio de Marianita Pineda, víctima, como ella, de su amor a la Libertad".
Entonces desconocía que, para seguir escribiendo, tendría que trabajar como ebanista, como descargador en Les Halles de París, como profesor particular de español, como albañil y como traductor en la ONU y en la UNESCO, antes de dar clases en la Universidad. "La monda", como le confesó a su amigo Enrique Azcoaga en una carta difundida por su hijo Mariano, quien pudo volver a España pero no lo hizo porque su familia era francesa. Un deseo, en cambio, inalcanzable para su padre.
"Jamás volvió Otero Seco a pisar la Puerta del Sol, ni su Extremadura natal, ni esa Sevilla que ahora lo devuelve a la vida poética", escribe Bonet. "Y por desgracia no tuvo tiempo de escribir unas memorias, que hubieran sido apasionantes, por tratarse de alguien que vivió todas las tormentas de España, que luego oteó la península desde el balcón francés, y que tenía grandes dotes, palpables en su obra crítica, para rememorar el pasado".
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