“Si hay una idea ilustrada, esta es la de la igualdad” Amelia Valcárcel. Derecho al mal .
Carlos Fernández Liria. Educación para la Ciudadanía
“Los territorios que impliquen poder, sea el que sea, incluido el de la auctoritas, son territorios difíciles de ocupar donde sólo viven sobrevivientes. Una fortísima selección ha sido ejercida; un raleo terrible del talento femenino. Y esto es uno de mis graves problemas epistemológicos: ¿dónde empieza, dónde se produce el corte de tijera? Es una cuestión de microfísica: de acciones menudas que mantienen un poder. Pedirle a un ser humano que no se disuada ante las circunstancias adversas y que no lo haga día tras día, sobrecargarle de mil maneras y que no tenga a quien pedir apoyo… es mucho pedir. Todas las mujeres, en cualquier parte, somos sobrevivientes. Todas. Estamos todo el rato tocando terra incognita. Y venimos sin autorización”.
A la rebelde, de modales refinados, discurso exquisito y sorprendente retranca, no le hizo falta permiso. Su talento sobrevivió a la tijera que raleó las ‘malas hierbas’ que, como Amelia Valcarcel y Bernaldo de Quirós (Madrid, 1950), dedicaron vida y pensamiento a esa “idea ilustrada” que es la igualdad: “Porque no me quedó más remedio que oponerme a lo que heredé, porque nací con el sexo que nací. ¿Cómo no te ibas a rebelar contra un panorama que era una vuelta al siglo XIII? No sé si hubiera desarrollado la misma perspicacia si hubiera nacido varón”, se justifica ella modesta.
A pesar de su apellido de alta alcurnia, confiesa que no conoció familia “en la que ser mujer no tuviera importancia, en la que el peso de la tradición no mandara en la vida de la gente”. Y ella, que con ocho años leía a la luz de las velas lo que cazara –“y cazar un libro era deporte de alto riesgo, se ríe”- también sufrió la ‘microfísica’ de las acciones menudas, “porque, por extraño que nos parezca, entonces no estaba bien que una niña tuviera afición a la lectura”.
Desde la vida y milagros de Genoveva de Brabante, hasta prospectos de jabón, fueron las Ideas y Creencias de Ortega y Gasset las que, a los 12 años, forjaron a la superviviente que es: “Noté que aquello, fuera lo que fuera, era algo fascinante. Yo creía -como todo el mundo entonces, y como muchos seres humanos a día de hoy- que el discurso último que valida la percepción del mundo y su sentido, venía por la tradición religiosa. Encontrar un discurso autónomo que dice que tu percepción es una parte del mundo y que puedes imaginarte fuera de las interpretaciones era demasiado”.
Esa sorpresa le empujó a la Filosofía. A hacer los años comunes en la Universidad de Oviedo y en un colegio mayor en el que la insubordinada, en lugar de poster de los ídolos de quinceañeras, colgaba el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, ese que habla de la libertad de opinión y expresión, que una y otra vez retiraba la dirección. “Entonces era subversivo. Y se me ocurren decenas de sitios del planeta en los que sigue siéndolo”.
“Todas las mujeres, en cualquier parte, somos sobrevivientes. Estamos todo el rato tocando terra incognita. Y venimos sin autorización”
Hace una pausa en el relato para pedir una tónica al camarero del Hotel Ritz en el que se aloja, “en calidad de vicepresidenta del Real Patronato del Museo del Prado, no te vayas a creer”, vuelve a justificarse. Y comienza a sonar en el lobby el Duo des fleurs de Lackmé: “Mira, anoche lo colgué en mi face para serenar los ánimos”, dice burlona de la red social y de la noche del 26-J la Catedrática de Filosofía Moral y Política.
Hegel y el idealismo alemán fueron sus primeros desvelos. Pero el feminismo le salió enseguida, en el primer artículo filosófico que perpetró: Derecho al mal. “Lo escribí cuando la dictadura ya había caducado. Pero la falta de libertad deja muchas trazas y en el rastro del pensamiento español había quedado una gran cantidad de moralina. El franquismo había condenado a las mujeres a vivir en una situación extratemporal”. Frente al estándar moral de constricción de las mujeres y la idea sufragista de que los varones se asimilen él, para que no haya doble moral, Derecho al mal plantea la idea de que “hay que asimilarse al estándar que se supone que lo hace mal, porque ese es el bueno”.
Estándares que persisten a día de hoy: “Creo que eso es tan inmemorial… La misoginia es un basso continuo en nuestra cultura. El lenguaje, por ejemplo, está trufado de misógina y es tal que ni siquiera somos conscientes de ella. El feminismo, todavía, tiene que andar como pidiendo permiso” dice quien considera que el problema más acuciante de las mujeres hoy es que “la mayor parte del poder está en manos masculinas y los varones se resisten, incluso de manera violenta, a compartirlo”.
En 2006, Amelia Valcárcel se convirtió en la segunda mujer, tras Josefina Gómez Mendoza, en tomar asiento en el Consejo de Estado. Antes, en el 93, fue Consejera de Educación, Cultura, Deportes y Juventud del Principado de Asturias. Investigadora política (en Hégel y la ética) y política practicante pues, se atreve a decir que “la democracia en sí es una escuela de ética porque obliga a respetar las idea de igualdad y libertad, como el suelo común en el que nos movemos. Por lo general, en cualquier democracia, incluso en una muy mala, hay más ética que en una autocracia, por muy bondadosa que sea. Lo que no quiere decir que en democracia no prospere la gente que no tiene vergüenza.”
“No son buenos los tiempos que estamos viviendo”, añade. “Lo que Aristófanes denunciaba hace más de 2000 años -que la democracia es un territorio pintiparado para la gente que no tiene vergüenza- se ha convertido en un paisaje corriente. No pensemos nunca que la democracia es como un añoso árbol que tiene tales raíces que nada lo ataca. Es muy frágil. Ahora hay una gran rebelión contra las élites… ¡mire el Brexit!, exclama. “Todo gobernante sabe que lo mejor que puede hacer es no convocar un referéndum sobre nada porque la gente va a votar justo lo contrario de aquello en lo que el Estado está interesado que salga”
“No pensemos nunca que la democracia es como un añoso árbol que tiene tales raíces que nada lo ataca. Es muy frágil”
Considera la catedrática de Filosofía Moral y Política que ambos conceptos tienen una relación muy tensa. “Además sucede que siempre destaca la gente que se porta mal, que tampoco es toda. Recuerda usted aquello de ‘¿cuántos justos son necesarios para que se mantenga la ciudad?’. Son necesarios demasiados justos, y aquí, por muy mal que estemos, nunca hemos estado berlusconizados”. Aparecen en su cabeza “aquellas fotos asquerosas de las belline , las mirabas y olían, aquello llevó a Italia a una sima de guarrería moral muy grande”. Y concluye que ese estándar no podría darse en España, creooooo”. Y prolonga la ‘o’ final, mientras en un salón anexo del Ritz un grupo de italianos grita el gol de Chiellini que no paró De Gea. ¡De Gea!. Amelia repite el “creoooo”.
A propósito de la prostitución y su regularización Valcárcel es contundente: “costó un siglo entero a las sufragistas conseguir la desregularización. Pretender regularizar algo que ha costado a tanto a tanta gente, volver a la situación anterior, sería una atrocidad. Asunto distinto es diferente si la pregunta es por qué. Entonces tienen que contestar los puteros. ¿Por qué en un momento que ya no es de durísima represión sexual, la prostitución cada vez es más violenta, más deshumanizadora y los puteros, no todos los varones, recurren a comprar sexo cuando podrían conseguirlo gratis?”.
Ella intuye la respuesta: “quizás porque lo que desean es el fantasma de la sumisión. Aquello de ‘cuanto más libre te veo, más atada te deseo’. En el fondo hay un rechazo tremendo por parte de algunos varones a los que, como tituló Stieg Larsson sus novelas, no les gustan las mujeres”.
Hace unos meses Valcárcel recibió el título de Doctora Honoris Causa por la Universitat de València. Cuenta que vive en la T4 del Aeropuerto de Barajas, entre Madrid y Oviedo, donde ahora lee sobre China, “lo más preocupante que existe porque siempre se nos ha resistido; desde nuestro primer contacto con el ‘imperio aislado de la estabilidad’, que es lo que es, según ellos”. En uno de sus últimos libros, Ética para un mundo global , la pensadora planteaba lo incierto del futuro.
“La mayor parte de la humanidad que ha existido siempre ha creído que el mundo es una continuación de lo que existía. Para los griegos el mundo era cíclico. Pero hace dos siglos empezamos a vivir bajo la presión del futuro, la consciencia de que podíamos construir el mundo, que era mejorable. Y ahora sabemos perfectamente que el mundo es impredecible y que nuestro papel en él ni siquiera es el principal. Estamos teniendo severísimos problemas con las formas de gobierno autocráticas, con nuestra estructura productiva, con el problema del dinero –la enorme masa dineraria que se mueve todos los días en el mercado del dinero mismo- y sabemos que es todo esto es impredecible. Y eso te hace dolorosamente consciente de lo que tienes y de lo frágil que es”
Ella, con su exquisita fragilidad y su refinada fortaleza, que le ha permitido sobrevivir a tres infartos, sigue imparable en la construcción de un mundo mejor para la mujer desde la pelea feminista que considera “una perspicacia para entender las situaciones, que cada vez es más vigorosa y más inteligente”. Y desde la filosofía de la que, concluye, “se aprende hasta cuando te atacan”.
“La feminización de la pobreza es un hecho. La falta de oportunidades de empleo acordes con la formación, otro. El acoso y, cuando cabe, la violencia, otro más. Todo ello para un colectivo cuyo único defecto visible parece ser el no haber tenido la previsión de nacer con otro sexo”. Amelia Valcárcel. La política de las mujeres .
Carlos Fernández Liria. Educación para la Ciudadanía
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