madrid
Los satélites que se dedican específicamente a observar lo que pasa en la superficie terrestre con fines pacíficos están teniendo algunos objetivos especiales estos días en los polos. Por un lado, cerca del polo Sur, está el gigantesco iceberg desprendido hace tres años de la banquisa de la península Antártica y en rumbo de colisión con la isla de Georgia del Sur y, por otro, se observan con marcado interés las características que tiene este año el vórtice atmosférico sobre el polo Norte que ya ha causado episodios de frío intenso y nevadas como el vivido en España hace unas semanas.
La continua vigilancia del iceberg A 68, que es uno de los de mayor tamaño observados hasta ahora (cuando se desprendió tenía una extensión de más de 5.600 kilómetros, un poco más que Cantabria) se debía al peligro de que su deriva hacia el noreste por las aguas antárticas le llevara a colisionar con Georgia del Sur. Se estaba acercando peligrosamente a esta isla a pesar de que es el único territorio en toda en esa zona, con el riesgo de causar daños ambientales en la somera y extensa plataforma de la que emerge. Ese peligro desapareció hace unos días, cuando el satélite Sentinel-1 de la Agencia Europea del Espacio (ESA) comprobó que el A 68 ya no es el coloso anterior. Aunque en estos años se había reducido progresivamente su superficie hasta la mitad, todavía medía 2.600 kilómetros cuadrados, pero se ha partido en varios pedazos que ya tienen grietas, lo que indica que se va a fragmentar todavía más.
Ya en diciembre el iceberg empezó a cambiar de rumbo debido a las corrientes oceánicas y perdió un trozo relativamente grande cuando estaba a solo 120 kilómetros de Georgia del Sur. La última semana de enero se partió prácticamente en dos. El trozo más pequeño medía aproximadamente 53 kilómetros de largo por 18 de ancho máximo. En los días posteriores ha continuado la fragmentación del trozo más grande, del que se han desprendido otros dos icebergs y que ahora ya solo mide unos 60 kilómetros por 22 kilómetros y se encontraba hace unos días a 225 kilómetros de Georgia del Sur, por lo que la amenaza ha desaparecido. Las observaciones se realizan con un satélite óptico y otros especializados con radar que pueden observar aunque haya nubes. El seguimiento del iceberg durante todo este tiempo ha servido además para advertir a los barcos de su presencia, como es habitual.
Pasando al polo Norte, otro satélite atmosférico especializado en recoger información sobre el viento está proporcionando datos para desentrañar lo que está pasando este año con el vórtice polar invernal. Se trata de una gran masa de aire muy frío en la estratosfera, un remolino a gran altura sobre el polo Norte rodeado de una fuerte corriente en sentido contrario a las agujas de un reloj que normalmente limita su movimiento y extensión. Cuando se debilita y se desplaza puede afectar al tiempo meteorológico en forma de olas de frío y nieve en latitudes más bajas de las habituales.
Aunque lo que llegue a España, por ejemplo, sea más frío del normal, el fenómeno está relacionado con el calentamiento súbito de la estratosfera polar, un fenómeno conocido que se produce cada dos años o así. Este año, sin embargo, el debilitamiento del vórtice polar, que se inició a primeros de enero, no puede considerarse común por su gran magnitud y los científicos están especialmente interesados en estudiarlo. El satélite Aeolus, también de la ESA, es el primero que puede medir directamente los vientos en la atmósfera terrestre desde el espacio y lo hace con pulsos de luz laser, informa esta institución.
Aeolus mide desde la superficie terrestre hasta los 26 kilómetros de altura (la estratosfera inferior), suficiente para detectar la huella del vórtice polar. "Observamos que el vórtice polar se ha dividido en dos, una masa de aire sobre el Atlántico Norte y otra sobre el Pacífico Norte", explica Anne Grete Straume, directora científica de la misión de Aeolus. "Esta división lleva a cambios en la circulación en la troposfera que permiten que masas de aire frío procedentes del polo se escapen con mayor facilidad a latitudes más bajas." "Últimamente", recuerda esta científica, "hace más frío en Norteamérica que en Europa, pero hemos visto episodios de aire frío que han llegado bastante al sur en Europa en las últimas semanas, causando, por ejemplo, grandes nevadas en España".
Los científicos de la atmósfera están sobre todo interesados en saber si los episodios de calentamiento súbito estratosférico, para los que no existe una explicación clara todavía, pueden ser más frecuentes en el futuro debido al cambio climático. Los datos de los satélites ayudarán, sin duda, a identificar los mecanismos que hay detrás de los fenómenos extremos estacionales que, por otra parte, ya se predijeron hace años como una consecuencia del calentamiento global. El verano pasado se midió la segunda menor extensión de hielo ártico desde que en 2004 empezaron las medidas con 4 kilómetros de resolución. Durante el mínimo, del 14 al 16 de septiembre, estaban cubiertos de hielo 3,75 millones de kilómetros cuadrados, 166.000 kilómetros cuadrados menos que el año anterior.
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