madrid
Cualquier mamífero que a cualquiera se le ocurra (perros, gatos, vacas o elefantes) tiene cola, más o menos larga, pero la excepción son los grandes primates antropoides, como gorilas, chimpancés y bonobos, que, al igual que sus "primos" los humanos, no la tienen.
La pérdida de la cola es uno de los cambios evolutivos más importantes en el largo camino hacia la especie humana actual y se ha relacionado históricamente con ventajas evolutivas como el desarrollo del bipedalismo (la forma de caminar erguido), pero hasta ahora no se conocía el origen de la pérdida de la misma.
Es lo que explican científicos de la Universidad de Nueva York al presentar lo que creen que pasó para que se perdiera la cola en estos mamíferos. Sería un cambio simple en un cromosoma, como tantísimos que se producen al azar a lo largo de la evolución, hace mucho tiempo, en un ancestro común de los primates antropoides. Sin embargo, piensan que este cambio favoreció un mayor riesgo de defectos congénitos en los recién nacidos.
El culpable en principio sería un gen saltarín, aunque luego la evolución conservara la ventaja evolutiva por razones que no se conocen. Los genes saltarines o transposones, que no son propiamente genes, son segmentos de material genético que se pueden pasar de un lugar a otro en los cromosomas y se cree que proceden de virus que infectaron en algún momento el genoma, el cual es bastante caótico en su composición. Actualmente se estima que el 10% del genoma está formado por este tipo de material genético.
Lo importante del nuevo estudio es que ha identificado el pequeño trozo y se ha demostrado su acción en ratones. Se ha podido hacer porque en los últimos años se han secuenciado los genomas de bastantes primates y Bo Xia, un joven científico, se dedicó a buscar las diferencias en la secuencia genética entre ellos en genes relacionados con el desarrollo de la cola y encontró una en un gen que ya se sabía que si muta, produce ratones con colas cortas.
Los chimpancés, orangutanes, bonobos, gorilas y humanos tienen, insertada en el citado gen, esta secuencia que no tienen el resto de los primates. Se produce así una proteína diferente por ser más corta que, a través de un mecanismo complejo, evita el desarrollo de la cola. A pesar de que en este proceso tienen que intervenir más genes, la inserción del gen saltarín tuvo que ser un acontecimiento decisivo hace unos 25 millones de años, ha declarado Itai Yanai, el coordinador del proyecto, a la revista Science.
En los experimentos con el modelo animal, sin embargo, se observó que un número elevado de los ratones modificados nacidos tenía defectos congénitos derivados del mal desarrollo del tubo neural, como la espina bífida o la falta de parte del cerebro, defectos que también afectan a los recién nacidos humanos. "Aparentemente pagamos un precio por la pérdida de la cola que todavía notamos", añade Yanai. "Debió de haber un beneficio claro, como una locomoción mejor u otra cosa". Sin embargo, esto no se ha demostrado claramente y el trabajo está todavía por publicar en una revista científica, a pesar de lo cual lo recoge Science por su interés.
Algunos recién nacidos humanos tienen que ser operados porque presentan una cola rudimentaria, sin que esto suela afectar a su salud. En el resto, el coxis, el último hueso de la columna vertebral es el único vestigio de la cola que, como mamíferos, les correspondería. Sin embargo, los embriones humanos tienen cola entre las cuatro y las ocho semanas de desarrollo, cuando desaparece. Todavía queda mucho por saber sobre el tema y el nuevo descubrimiento, como otros en la misma línea de investigación, puede llegar a tener importancia incluso para la salud humana. Por lo pronto, es interesante en sí mismo porque aporta más conocimiento sobre lo que nos hace humanos.
Precisamente ahora se cumplen 20 años de la publicación del genoma humano, un hito que no ha supuesto avances médicos tan rápidos como esperaban los más optimistas pero que sí ha permitido saber mucho más sobre las mutaciones, el cáncer, las enfermedades genéticas, las dianas terapéuticas y, por supuesto, la evolución, lo que incluye las diferencias genéticas entre humanos y primates. Considerada ahora una carrera de relevos, alimentada por la investigación, la exploración del genoma se ha convertido en una supermaratón en la que cualquier contribución puede ser importante, como señala la revista Science en el número especial que dedica al aniversario.
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