Tras dos temporadas en lo más alto y con el personaje de Brody desaparecido, Homeland ha caído en brazos del lado oscuro tirando de guiones de menor calidad y giros demasiado facilones. Cuando Homeland -que no hay que olvidar que es un remake de una serie israelí- irrumpió en las pantallas supuso un auténtico ciclón. Una serie altamente adictiva que lo mismo enganchaba al presidente de Estados Unidos que a una ama de casa. Una trama cuidada y sorprendente, unos guiones impecables y unos actores de sobresaliente, especialmente sus dos protagonistas, Claire Danes y Damian Lewis. En su primer año en antena triunfó en los Emmy. No tanto en el segundo.
(Nota: Este reportaje contiene spoilers de algunas de las series que se mencionan en él)
Hasta ahí, todo bien. El verdadero problema de Homeland ha llegado en su tercera temporada, aunque algunos críticos ya le pusieran alguna que otra pega a la segunda. Con Damian Lewis prácticamente fuera del mapa, todo el peso de la acción ha recaído en una Claire Danes que sigue tan desquiciada como en el primer episodio, pero que no se ve arropada como antaño con guiones y tramas del nivel esperado. El principal error de esta nueva temporada de Homeland parece estar en el empeño de avanzar a base de giros de guión sin un contexto de base que los sustente. El problema en sí no está en esos giros, sino en lo que ocurre entre uno y otro y la sensación de que al final nada es lo que parece y detrás de todo hay un plan oculto que no termina de encajar.
Separar a Nicholas Brody y Carrie Mathison en el episodio final de la segunda temporada fue todo un acierto. Parecía la mejor forma de evitar caer en brazos del romanticismo más tontorrón. Sin embargo, el curso que han tomado los hechos en los ocho capítulos ya emitidos hace pensar que los guionistas van a tener que trabajar duro para retomar el rumbo correcto de la serie, enderezarla y conseguir que sus fieles no huyan en estampida. De momento, parecen más perdidos que los propios protagonistas.
Con cuatro capítulos de auténtico vértigo en su primera temporada, 'The Newsroom' cayó en una espiral peligrosaCuando una serie arranca con tanta fuerza como Homeland se espera que mantenga el nivel hasta el final. Si no a la misma altura, sí que al menos se cumplan unos parámetros de calidad y perspectivas cumplidas. Si lo que antes era una serie con una trama adictiva se convierte en una serie donde no se avanza y el espectador tiene la sensación de tedio es que algo falla. Sensaciones que no son exclusivas de Homeland. Hace no mucho le pasó también a otra de las series más prometedoras de los últimos tiempos, The Newsroom. Con cuatro capítulos de auténtico vértigo en su primera temporada, la ficción de Aaron Sorkin cayó en una espiral peligrosa en la que las trazas de comedia romántica se cruzaron en su camino.
Sorkin se puso a los mandos de la segunda temporada, intentó reconducir la historia y con esfuerzo y algún que otro intento fallido acabó consiguiéndolo. Los dos últimos episodios superaron con creces a los anteriores con unos diálogos brillantes, divertidos y cargados de buena tinta. Lo cual demuestra que, si se quiere, se puede reconducir una serie. Sobre todo si el material con el que se trabaja es bueno. Aún hay esperanza para Homeland, podría decirse. Como también la hay para otras series que parecen haber caído en un bucle infinito donde los guionistas se empeñan en tropezar siempre en la misma piedra.
La primera vez que Tom Mason (Noah Wyle) cayó en poder de los alienígenas invasores de Falling Skies el hecho tuvo su impacto dramático. La segunda, ya no. Igual ocurre con Érase una vez... Una serie que a priori se presentaba con un argumento poco atractivo ¿los personajes de cuento en el mundo real?, pero que consiguió un equilibro interesante dando un toque distinto a esos cuentos que leen los niños antes de dormir. Empezó bien. Enganchaba por la novedad y por el querer saber más de cómo habrían cambiado la historia de Blancanieves, Caperucita Roja y hasta el Capitán Garfio. Sin embargo y pese a que no dejan de introducir nuevos personajes -convertir a Peter Pan en el villano y a Garfio en un pobre desgraciado es todo un acierto narrativo- Érase una vez... parece haber perdido la chispa inicial. El eterno positivismo de Blancanieves y Encantador, los intentos de los villanos por purificar su corazón y el continuo empeño en separar una y otra vez a los mismos personajes ha hecho que caiga en un bucle que no parece tener fin. Pecado que también cometió Héroes. ¿Cuántas veces jugaron a que Sylar dejaba de ser un villano para ser un buenazo?
Homeland, Falling Skies, Érase una vez... son series que han perdido el rumbo tras varias temporadas en antena pero que aún están a tiempo de recuperarloLa ficción española no es ajena a este empeño de productores, creadores y partes interesadas de explotar una idea hasta la saciedad sin importar la pérdida de calidad en el camino. Mientras sea rentable, todo vale. Esa parece ser la premisa más extendida. La idea de El barco, por ejemplo, aunque rocambolesca, era buena. Pero se estiró demasiado y se cayó en la repetición. El internado empezó siendo una cosa y acabó convirtiéndose en una totalmente distinta. Un último ejemplo nacional, Águila Roja. La serie protagonizada por David Janer fue un auténtico bombazo en su estreno hace ya cinco temporadas abriendo el camino para todas esas series de época que han venido después. Un justiciero enmascarado que aprendió a luchar con samuráis en el Siglo de Oro español y que defiende a los desfavorecidos en una villa era un planteamiento simpático. Tenía su interés como entretenimiento. La historia empezó a descontrolarse cuando aparecieron en escena vampiros y piratas.
Homeland, Falling Skies, Érase una vez... son series que han perdido el rumbo tras varias temporadas en antena pero que aún están a tiempo de recuperarlo. Mientras estén en el aire hay esperanza, podría decirse. Un buen ejemplo de que es posible se encuentra en la ya finalizada Fringe, irregular pero que acabó con una buena quinta y última temporada. Si The Newsroom lo ha conseguido, ¿por qué no iban a poder ellas?
Lo curioso del caso de las series que se han dejado arrastrar al lado oscuro -entiéndase con ello aquellas que cayeron en lo fácil y/o perdieron calidad con el paso de los capítulos- es que no todas han sufrido de este mal tras varias temporadas en antena. Algunas lo han hecho incluso en la primera, tras sólo unos episodios emitidos, y sorprendentemente tienen confirmada una segunda.
The Americans, estrenada por Cuatro este miércoles en abierto, es un ejemplo de esas series que perdieron fuelle incluso antes de llegar al final de la primera temporada. Surgida al abrigo de Homeland, la serie creada por Joseph Weisberg tiene como protagonistas a dos agentes durmientes en Estados Unidos en la época de la Guerra Fría. El planteamiento es interesante y también el desarrollo. Lástima que en su recta final los guionistas se centrasen más en los líos amorosos que en las tramas de espías (aunque en cierta manera unos y otras estén relacionados). Lo mismo ocurre con Hannibal, que se dejó llevar por la sangre y en sus últimos episodios el gore se apoderó de la pantalla. Y no precisamente por el canibalismo de su protagonista.
La duda es si tanto The Americans como Hannibal y también The Following y La Cúpula conseguirán reconducirse en su segunda temporada o sus seguidores empezarán a preguntarse ¿por qué no se quedaron en una única temporada? Quizás, en ocasiones y hablando en términos de calidad y no de rentabilidad, merecería la pena contar estas historias en una sola temporada. Así se concentrarían los puntos de interés. Eso o, como hizo David Simon con The Wire. En cada temporada cambiaba la temática y aunque mantenía a muchos de los protagonistas principales introducía nuevos continuamente.
Quizá los creadores de series estadounidenses deberían echar un vistazo al mercado europeo y contemplar para algunas de sus producciones el modelo británico. Es decir, temporadas más cortas. No es algo que pueda hacerse siempre, pero cuando una idea no da para más, no es necesario estirarla. Quizá sea mucho mejor en términos de calidad limitarla a menos episodios. Se hizo recientemente con Hijos del Tercer Reich y el resultado fue incuestionable. Aunque los mejores ejemplos de esto son Black Mirror y Sherlock. La primera se centra en historias que, si quisiesen podrían alargar y dividir en más episodios, pero, ¿por qué contar en veinte capítulos lo que se puede contar en uno? El impacto, así, es mayor.
Por su parte, el personaje creado por Arthur Conan Doyle daría para mucho. Hay material de sobra del que extraer historias y aventuras para él y su inseparable John Watson. Hacerlo sería una opción más que aceptable. Sin embargo, limitando cada serie de Sherlock a solo tres capítulos de hora y media de duración cada uno, Steven Moffat y Mark Gattis consiguen una doble función. La primera, no quemar a los personajes. La segunda, las ganas de más del espectador. Algo a lo que contribuye la complicada agenda de Benedict Cumberbatch y Martin Freeman. Sólo dos temporadas de tres episodios en tres años. Sin duda, un modelo a estudiar para alimentar el nivel de adicción que requiere una serie para prolongarse en el tiempo. No siempre es posible, pero en ocasiones se presenta como la mejor opción.
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