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Todo se truncó con 18 primaveras. En una edad que para muchos significa libertad, para Silvia Elvira (Barcelona, 1974) fue una prisión, el comienzo de un camino tortuoso. Cuando acababa de empezar la carrera de Fisioterapia, le diagnosticaron un cáncer en la parte de atrás de su fémur izquierdo. "Tenía 18 añitos y no sabía la gravedad del asunto", cuenta. "Pensé: 'Esto me lo quitan y ya está". Pero no fue así; comenzó entonces un infierno de diez años en los que se sometió a cinco operaciones durísimas, que le iban dejando diferentes secuelas. "Volvían a abrir una y otra vez la cicatriz", recuerda con la voz entrecortada.
Por entonces, una de las pasiones de Silvia era el montañismo, pero la maldita enfermedad dio al traste con ella. No se apoyó, sin embargo, en su círculo más cercano para este trance. Ni en sus familiares ni en sus amigos. "Era una etapa personal bastante complicada y quise llevarla yo sola". Nadie la acompañaba ni a las visitas ni a las pruebas, pese a tratarse de momentos muy duros. "Soy de lágrima fácil y me quería comer yo sola el marrón", afirma.
Sí que estuvo con ella la familia en cada una de las cinco operaciones. Después de tanta intervención y tanto sufrimiento, el estado de su pierna izquierda era absolutamente calamitoso. "Me sentía encarcelada con ella". En esas condiciones no se le pasaba por la cabeza volver a hacer deporte ni, mucho menos, recuperar el montañismo. Lo veía imposible. Intentaba hacer natación, pero para ello necesitaba que la bajaran al agua con una grúa. "El monitor me subía a una silla, y yo debía tener cuidado para tener la pierna estirada, fijada, porque no la podía doblar", relata. Tras una década de continua lucha y de visitas tanto al médico como a la sala de operaciones, el especialista le dio una noticia que para muchos podría suponer un varapalo, pero no para ella. Le anunció una recaída del tumor. Corría peligro de que llegara a los pulmones. La única solución era amputar la pierna.
Silvia empezó paracanoe gracias a un piragüista con discapacidad que conoció en 'Facebook'
Le ofrecieron un mes para reflexionar y le dio muchas vueltas. En plena Navidad de 2007, Silvia no pensaba en regalos o en buenos propósitos. "Fue muy duro, me dio mucha pena, después de tantos años cuidando la pierna. Era como perder a una persona". Sólo tenía un deseo: perder su extremidad. Por ello no le llevó mucho tiempo mentalizarse de algo que para muchos supondría un trauma. Significaba una liberación, salir de esa cárcel que para ella era vivir con su pierna izquierda en ese estado. "Salí de la consulta llorando, pero no fue un disgusto".
Recuperó las ganas de vivir y el deporte, algo que nunca soñó durante su década de sufrimiento. Comenzó a hacer kayak en travesía y acabó en el paracanoe (kayak en agua tranquila), gracias a un piragüista con discapacidad que conoció en Facebook. Se adaptaba a la perfección a su limitación: era cómodo y no le suponía dolor alguno. Volvió entonces a tener las sensaciones de las que disfrutó cuando hacía montañismo de joven, esas que pensó que jamás recobraría. "Volví a tener la libertad de mi cuerpo".
Entrena tres horas al día, seis días a la semana; "He comprobado que no tengo límites", dice
Esa nueva vida que comenzó tras la amputación se completó con el nacimiento de sus dos mellizos, Guillem y Oriol, cuatro años después de aquella intervención. Sus vástagos y el deporte han supuesto para ella todo un renacimiento. La han ayudado a salvar barreras y a tener una personalidad arrolladora, muy segura de sí misma. "He comprobado que no tengo límites", dice risueña.
Ha sido plata en los Mundiales de Szeged (2011) y Poznan (2012) y en el Europeo de Zagreb (2012) y se prepara ahora para clasificarse para los Juegos Paralímpicos de Río en 2016. En ellos, podría convertirse en la primera española en competir en paracanoe en la modalidad K1LTA. Pero para lograrlo tiene que llevar a cabo un trabajo muy duro que incluye exigentes sesiones de entrenamiento seis días a la semana. Acude por las tardes al Canal Olímpic de Catalunya en Castelldefels, donde practica con su entrenador y expiragüista olímpico Gregorio Vicente. Por las mañanas, se dedica a ir al gimnasio y a hacer spinning. En total, tres horas al día en verano y cuatro en invierno. Algo que tiene que compaginar con sus mellizos de seis años, a los que lleva al colegio y cuida sola. "Y cuando no puedo los llevo con la abuela". El deporte y sus hijos han llenado su vida y ella es para ellos y para todo el mundo un ejemplo de lucha constante y de superación. A ellos, siempre con una sonrisa que ni tanto trauma le ha borrado, les inculca esos valores. Hoy ya sólo le queda por delante una batalla. Un reto espectacular: el de Río de Janeiro.
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