En Suçeken, un pueblo próximo a la ciudad de Batman, en el Kurdistán turco, una familia se construye una casa cerca de donde hace tres años el primer ministro turco Erdogan colocó la primera piedra de la presa de Ilisu, que debería anegar el pueblo y 198 más con las aguas del Tigris. Las obras están paradas y los afectados, seguros de ganar la batalla que libran desde 1997 contra este faraónico proyecto.
La presa de Ilisu es la más emblemática de todas las que se deberán construir en el marco de lo que queda por desarrollar del Proyecto para el Sureste de Anatolia (GAP), impulsado en los años 80 por el Gobierno turco con el objetivo de construir 22 presas y 19 centrales en la zona del Kurdistán, la más pobre del estado pero que cuenta con grandes recursos naturales, sobre todo hídricos. El Éufrates ya se ha llenado de pantanos y buena parte del curso alto del Tigris también, como ocurrió con el parque natural de los Munzur.
Las cifras de Ilisu, proyectada muy cerca de Irak y Siria, son de espanto: una altura de 138 metros, 313 kilómetros cuadrados de extensión en un recorrido por el curso del Tigris de 136 kilómetros y un coste de 20.000 millones de euros. De estos, 1,2 para construir el pantano y el resto para reubicar a la población afectada, unas 80.000 personas. Algunos de estos kurdos ya fueron desplazados en los años 70, cuando se les sacó de las cuevas donde vivían en la ciudad antigua de Hasankeyf al declararla patrimonio cultural, o en los 90, cuando, en su guerra contra los independentistas del PKK, el ejército turco destruyó centenares de pueblos.
Los que cuestionan el proyecto, como como Ercan Ayboga, coordinador de la iniciativa ciudadana contraria a la presa, o el director el departamento cultural del Ayuntamiento de Batman, Ali Saripunar, creen que la financiación es la gran esperanza para que Ilisu, una obra 'obsoleta', no se lleve a cabo. Ambos denuncian que el Estado turco, que sigue optando a ingresar en la Unión Europea, es insensible a razones de carácter social, cultural y ambiental que están avaladas por estudios internacionales. Para pagar Ilisu, Erdogan ha recurrido a la banca europea. Y para avalar la operación y dar garantías a sus entidades, los estados del viejo continente quieren garantías de Turquía en forma de 150 condiciones medioambientales, de preservación del patrimonio y reubicación de la población. Los más relevantes siguen lejos de ser una realidad.
Después de varias entradas y salidas, el consorcio inversor está formado por Alemania, Suiza y Francia. Si Turquía no da este verano garantías (o consigue otra prórroga) se disolverá. Pero ya hay candidatos a formar otro: inversores italianos y chinos. En el caso de estos últimos, argumenta Saripunar, la cosa se puede complicar 'porque Estados Unidos no quiere que los chinos metan sus narices en la zona'. Y es que la presa de Ilisu, más que otras del GAP, contendrá o dejará correr las aguas que dan de beber a Siria e Irak. Tienen, por tanto, un alto valor estratégico en el Oriente Medio.
El ambientólogo Ayboga pone el acento en los problemas relacionados con el entorno, el más húmedo de la zona y que dada la magnitud del proyecto de Ilisu se verá afectado. Según él, además de un impacto sobre el clima similar al de otras provincias llenas de pantanos, un millar de especies verán sus ecosistemas fluviales agredidos y algunas especies consideradas endémicas, como por ejemplo la tortuga del Éufrates, estarán en serio riesgo de desaparecer.
Según los responsables municipales de Batman, el agua también sufrirá cambios que, además de hacerla poco aconsejable para el regadío, la convertirían en factor de riesgo para la transmisión de enfermedades. Turquía se comprometió a mejorar la depuración de aguas de las ciudades de Diyarbakir y Batman, que suman casi 1,5 millones de habitantes y están equipadas con plantas muy precarias que no incorporan aún la fase biológica. Pero ni se han construido ni se han presupuestado pese a que esta era una de las principales condiciones europeas. En otros puntos de la región esa misma circunstancia ha provocado que en los últimos años hayan reaparecido con nuevos bríos enfermedades que estaban sólo en el recuerdo como la malaria y el tifus.
Las aguas sucias que ahora bajan por el río quedarían estancadas en Ilisu, que tendría un alto nivel de sedimentación a causa del clima semi-árido, la geología y la deforestación. Todo ello hace prever que la gran presa tenga una vida útil de entre 50 y 70 años, un extremo que las autoridades turcas rebaten.
De momento, el proyecto GAP está cumpliendo, gracias a las presas construidas en los últimos años, el 80% de sus objetivos de producción energética. En el ámbito de los regadíos sólo ha llegado al 20%. La intención era, según el Gobierno, cambiar el modelo agrícola de 1,75 millones de hectáreas. Pero el fin de Ilisu no es ese, sino el energético. Para el regadío se confía en otro embalse, el de Cizre, que se deberá construir más tarde y unos kilómetros más abajo, tocando ya a las fronteras de Siria e Irak.
La faceta energética también exhibe grandes cifras. Los 1.200 megawatios hora que produciría representarían el 2% de la energía que produce Turquía. Los nacionalistas kurdos sostienen que optimizando las presas actuales de su región se producirían unos 3.000 megawatios más.
Son, en todo caso, las cifras de un proyecto que mezcla intereses políticos y económicos con excentricidades como querer trasladar parte de la ciudadela de Hasankeyf (minarete incluido) a un museo desde el que se divise la presa.
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