Mi abuela y mi tía abuela torcían el gesto con desprecio cada vez que el mando a distancia del Plus les llevaba involuntariamente a alguno de esos canales de cine clásico español. 'Esto es otra españolada', comentaban con asco. Ninguna de las dos era una mujer culta o leída; eran trabajadoras que habían crecido en Vallecas. Sin embargo, haber perdido la guerra (y con ella un hermano, tantos amigos y un futuro digno) les daba una conciencia sobre los productos culturales franquistas de la que carecen buena parte nuestros cineastas que se han ocupado, desde planteamientos pretendidamente progresistas, de la Historia de España y, en particular, de nuestra Guerra Civil y sus consecuencias.
Escribía Jorge Semprún, con mucha mala leche, que Juan Antonio Bardem era un director de cine franquista, de izquierdas, pero estéticamente franquista. Aunque sus últimos años no le hayan deparado la integridad que su inteligencia merece, Semprún tenía parte de razón y su juicio bien podría aplicarse a las visiones reconciliadoras de casi todos los cineastas españoles que han interpretado la Guerra Civil y en especial al Berlanga de La Vaquilla y al Trueba de Soldados de Salamina, claros precedentes de esta nueva españolada de Carlos Iglesias.
Su película, de intenciones progresistas y 'humanistas', es una nueva reivindicación de aquel 'haga usted como yo y no se meta en política' atribuido al general Franco. Como en los proyectos de Berlanga y Trueba, la Historia y la Política aparecen como un desastre natural provocado por la irresponsabilidad humana, que pasa por encima de las vidas de los individuos.
Y aquí es donde vuelve a aparecer esa España que fue la vaca muerta con Berlanga y un pasodoble con Trueba, encarnada ahora en Beatriz/Paula (Esther Regina), las dos Españas que lo pierden todo, el hijo, la familia y la felicidad, como consecuencia de la irracionalidad paralela y equidistante de los nacionales (el militar que embaraza y abandona a Beatriz, los valores tradicionales y católicos de su familia que le impulsan a querer abortar y finalmente a huir) y de los republicanos (la persecución religiosa, el sectarismo y la brutalidad comunistas...).
Los elementos estéticos de una apuesta como esta son, como cabría esperar, los de una españolada
Por la película desfilan un conjunto interminable de arquetipos y lugares comunes que revuelven las tripas de cualquier espectador con una mínima formación histórica pero que, sobre todo, operan para 'despolitizar' (operación ideológica donde las haya) la idea de España al identificarla con el amor y la fidelidad (de Beatriz/Paula hacia su hijo y hacia su familia), con la hermandad por encima de las ideas (como en la inverosímil secuencia en la que los soldados de la División Azul ejecutan a un miembro de las SS para salvar la vida a los guerrilleros españoles comunistas), con el sentido del humor castizo asociado a la sexualidad y a la fiesta (en los personajes de Piedad y Rosario o en las sevillanas que bailan los españoles en la casa de los campesinos caucásicos) con la tan orwelliana bondad natural española (Piedad -el nombre no es casual- entregando su pañuelo a la muchacha soviético-alemana del Volga que se llevan los rusos) o simplemente con lo cutre (mientras los rusos son eficaces represores, vemos en el comisario sevillano franquista a un perfecto incompetente).
Ha escrito Slavoj Zizek que 'la lucha por la hegemonía ideológico-política es siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos espontáneamente como apolíticos'. Pocos productos culturales cumplen tan bien esta función ideológica como el cine y las series de televisión. En Ispansi, como decimos, España se 'despolitiza' identificándose con la fidelidad y el amor de una madre, la solidaridad entre hermanos por encima de todo, el humor castizo, la piedad, la condescendencia con lo cutre e incluso con el sol ardiente y los ambientes sevillanos, para llevar a cabo la enésima interpretación reconciliadora de nuestra historia reciente. Franco y Álvaro (el comisario político comunista interpretado por Carlos Iglesias) mueren el mismo día abriendo el paso a un futuro de concordia que naturaliza, convirtiendo en espontánea y apolítica, la Transición española, presentándola otra vez, poco menos que como un encuentro entre hermanos.
Como en los proyectos de Berlanga y Trueba, la Historia y la Política aparecen como un desastre natural
Los elementos estéticos de una apuesta como esta son, como cabría esperar, los de una españolada. Estilo de realización y nivel interpretativo propios de una teleserie (Jorge, el falangista hermano de Beatriz, entra en plano por la puerta en Julio del 36 con un golpe en la cara y camisa azul; sabemos que 'el jaleo' ha comenzado); exceso de fundidos a negro y uso forzado de la voz en off y los flash back para ajustar la trama; la tan valorada fotografía del filme no es más que una contraposición entre los paisajes nevados azulados rusos y la luminosidad veraniega española 'transicionados', quizá por la imposibilidad de rodar en Rusia, por los otoñales y primaverales paisajes suizos; la música de Mario de Benito, por último, fuerza la intensidad emocional del film sin terminar de encajar con la trama.
En definitiva, estamos ante una nueva españolada de intenciones progres que muestra, otra vez, el conformismo de los cineastas españoles, encantados de asumir y reconvertir el apoliticismo franquista en espíritu reconciliador. La identidad de estos Ispansi (españoles) está llena de arquetipos funcionales a una interpretación complaciente y legitimadora de un presente sin memoria de la lucha entre Fascismo y Democracia, en la que la victoria del primero, marcó nuestra historia y buena parte de nuestro presente.
Pablo Iglesias Turrión es profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense donde enseña análisis político del cine.
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