Apoyada en un guión y una dirección excelentes, Ispansi, la segunda película de Carlos Iglesias le coloca, a mi juicio, en uno de los lugares más destacados del cine actual. Son muchas las cosas que destacaría de esta película, pero sobre todo una por encima de las demás: la valentía de afrontar, por primera vez desde la ficción, la historia de los niños de la guerra, aquellos niños españoles que fueron enviados a Rusia huyendo de una guerra, sin saber que al llegar allí se encontrarían metidos de lleno en otra.
Es destacable la forma en que esa historia está narrada, con el amor por encima de bandos e ideologías. Eso es Ispansi: una historia de amor bella y necesaria, una historia de verdadero amor vivido a lo largo de una vida marcada por la brutalidad y la barbarie de la guerra, del odio y de la incomprensión.
Carlos Iglesias, posiblemente uno de los últimos grandes humanistas que quedan en este país, ya nos emocionó con su primera película Un franco, catorce pesetas, por esa forma tan personal de abordar temas que permanecen vivos en nuestra memoria colectiva (el de la emigración española a Suiza en aquel caso).
Con Ispansi, una película basada en hechos reales, da un paso más en esa dirección, poniendo frente a nosotros uno de los temas que más fuertemente marcaron la historia de una generación de este país y la de todos los que vinimos detrás: el de la Guerra Civil y sus consecuencias. Y no lo hace para abrir viejas heridas, como siempre se achaca a quienes defienden la necesidad de recuperar la memoria histórica y hacer justicia con esos más de cien mil desaparecidos que todavía hoy están enterrados en cunetas de y fosas comunes, con los miles que murieron en el exilio, con todos los que sufrieron la represión de la dictadura, con todos los que tuvieron que dejar su país para ir al exilio...
Ispansi está dedicada a los que perdieron y muy especialmente a los que no volvieron
Ispansi no quiere abrir viejas heridas, sino enseñarnos la manera en que se pueden cerrar de verdad y con justicia de una vez por todas. Está dedicada a los que perdieron, a todos los que perdieron, pero muy especialmente 'a los que no volvieron'.
Para hacer este trabajo, Carlos Iglesias se documentó con libros, documentales y revisión de archivos, pero lo más importante de su labor documental fueron las numerosas entrevistas que mantuvo durante más de un año con algunos de los supervivientes de los niños de la guerra, ancianos ya que le hablaron con nostalgia del mundo que fue y del que pudo haber sido.
Recuerdo haberle oído comentar que una de las entrevistas que más le impresionó fue la de un anciano asturiano que le contó cómo intentó regresar, tras haber pasado la mayor parte de su vida en la Unión Soviética, a España para conocer su pueblo y a su familia. Sintió una insoportable sensación de rechazo por parte de su familia y la certeza de no pertenecer a aquel mundo que había dejado atrás hacía tantos años (hasta la muerte de Stalin no les fue permitido volver a España). Pocos días después emprendió el viaje de regreso a la Unión Soviética. Nunca más regresó a España. Jamás volvió a ver a su familia.
La forma en que están intercaladas las escenas, cómo se van enlazando en su suave fluir donde todas las tramas se van cerrando a su debido tiempo, los sutiles toques de humor en medio del dolor — tan reales como la vida misma— y los flash backs que nos permiten vivir todo lo que les está pasando a los personajes desde la subjetividad de sus historias, hacen que el espectador se sienta parte misma, como si fuera un exiliado más que va en ese viaje hacia ninguna parte.
La voz en off, enemigo de tantas películas, está aquí magistralmente empleada, haciendo que los espectadores tengamos la sensación de ser niños frente a un prodigioso cuenta cuentos que, como los de las mil y una noches, nos cuenta una historia que, desde la primera frase, se apodera totalmente de uno mismo.
Ispansi es un precioso carrusel de sentimientos y emociones que nos llevan de la sonrisa a la carcajada y del nudo en la garganta a la lágrima
Otro de los puntales de Ispansi es, sin duda, su maravillosa fotografía. Cada fotograma es un verdadero cuadro. En ellos podemos ver todos los colores, desde el inmenso blanco vacío de la estepa soviética a los bosques más otoñales donde los últimos verdes juegan a perderse con los rojos, ocres y amarillos. La luz dorada de los interiores transmite una inmensa sensación de paz y de intimidad, y su contraste con el frío azul de los exteriores hace que, mientras los personajes viven su historia en la pantalla, los espectadores, literalmente pegados en las butacas, la vivan como si fuera la nuestra.
El fuerte contraste entre la fotografía azul y fría que emplea para las escenas que pasan en la Unión Soviética y los cálidos y luminosos empleados para las escenas de Madrid y de Sevilla es toda una lección de la correcta utilización de la fotografía al servicio de una historia. Los movimientos de cámara, siempre oportunos y sutiles, contribuyen a dar ese aire poético que Ispansi tiene en todo momento. Los efectos especiales, muchos y de gran calidad, están al servicio de la historia, como debe ser, y no como en tantas ocasiones sucede, en los que la historia no es más que la excusa para lucir esos efectos.
Compuesta por Mario de Benito, es de una belleza impresionante. Acompaña perfectamente en todo momento a la historia y nos envuelve, nos lleva desde lo más hondo a vivir esa historia que estamos viendo en la pantalla. La versión de Santa Bárbara, el himno de los mineros, que empieza con un solo de piano es inolvidable y contribuye a crear uno de los climax emotivos más bellos de la película. Porque eso, Ispansi es un precioso carrusel de sentimientos y emociones que nos llevan de la sonrisa a la carcajada y del nudo en la garganta a la lágrima, esa lágrima que todo lo limpia y que se nos cae cuando de verdad dejamos que el amor y la belleza entren hasta lo más hondo de nosotros.
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