Francisco Collazos dice que su trabajo consiste en 'medicalizar la pobreza'. Es médico psiquiatra en el Hospital de Vall d'Hebron de Barcelona y coordinador del Departamento de Psiquiatría Transcultural. Cada día atiende a decenas de inmigrantes con cuadros de ansiedad y depresión provocados por sus dificultades económicas y sus escasas perspectivas de futuro. El mejor medicamento para ello es, según el doctor, la integración social, pero decretos como el de Mato, que restringe el acceso de los inmigrantes a la sanidad, sólo fomentan, dice, la creación de sociedades paralelas: 'Si no les damos acceso a lo básico, como formación, vivienda y trabajo, no podemos decir que queremos que sean parte de nuestra sociedad'.
¿Qué es lo que cuentan más a menudo los inmigrantes cuando llegan al psiquiatra?
En general son personas que llegan con un cuadro ansioso-depresivo relacionado con problemas graves, problemas como una orden de desahucio, falta de permiso de trabajo, falta de permiso para reagrupar a sus familias o situaciones de explotación laboral odiosas.
¿Cuentan con apoyos, al menos afectivos?
Lo que más me encuentro es la fragilidad de la red de apoyo. El apoyo del núcleo familiar suele ser mucho más reducido, incluso la red de amigos, donde, más o menos, suele haber códigos de cierta lealtad, como entre los paquistaníes.
¿Cuál sería una respuesta eficaz?
Un médico no tiene recursos para hacer frente a todos los problemas que escucha, que son sociales. Si fuera omnipotente, mi respuesta debería ser facilitarles los papeles, un trabajo o la reagrupación familiar. Mientras no se resuelva todo eso, la persona vive inmersa en un grado de incertidumbre que genera mucho dolor psíquico y este dolor es inevitable en estas condiciones de vida. Al final, medicamos la pobreza.
¿Qué le cuentan sobre la decisión de emigrar?
Uno necesita un sentido. Por ejemplo, poder ayudar a las familias del país de origen hace que uno no se sienta afectado psíquicamente por sentirse en minoría o por notar que la gente lo mira de una cierta manera. Vive en España, pero no vive aquí de forma afectiva, sus motivaciones vitales se relacionan con la familia de su país. Muchos se enfrentan luego a una especie de fracaso vital, porque llega un momento en que no existe nada que les vincule con nada, son los invisibles de nuestra sociedad, para empezar, por causas económicas. Y si aquí no encuentran nada, se van, como una hoja que se la lleva el viento. Eso supone mucho dolor mental, no es sano. Y huelga decir que el sistema mismo empuja a las personas cada vez más a este tipo de enfermedades mentales. Cuando pregunto a mis pacientes si quieren volver a su país, la mayoría me dice que no.
¿Por qué?
Algunos me hablan de la falta de futuro, del hecho de que uno no puede hacer nada con su vida en su país. Ahora en España se habla de la generación sin futuro, pero existen lugares en el mundo donde la falta de futuro ha sido la normalidad para miles de personas desde siempre.
Y en España muchas veces tampoco tienen nada o a nadie.
Sí, y es cuando les explico que su 'enfermedad' tiene mucho que ver con su situación económica y si regresaran, su 'enfermedad' mejoraría. Además, existe un segundo condicionante muy claro: si el inmigrante está fracasando en su decisión de traerse aquí a la familia, eso se vive como un fracaso vital. Cuando llaman a sus familias no cuentan lo que les pasa de verdad, porque desde allí cuesta entender lo que significa pasarlo mal aquí.
¿Puede comprenderse la desesperación de alguien que llega en patera?
Existe un tipo de pobreza que uno de aquí sólo puede imaginarla, la vemos desde fuera, pero no sabemos cómo se vive por dentro. Países con una situación de inmovilismo económico y social. Y la sensación de falta de futuro no se puede juzgar o comprender si uno no vive en una sociedad donde eso sea un estado habitual. Aquí, el escaparate brillante está tan cerca que la persona piensa: 'Algo me tocará a mí también'. Pero incluso entre los inmigrantes que no vivieron este tipo de experiencias, existe también mucha desilusión. Cuanto más altas son las aspiraciones, más dolorosas son las caídas mentales que las personas sufren y este caso se da sobre todo entre los inmigrantes con estudios superiores que, al llegar a España, vivieron una decepción en el ámbito profesional o personal.
Los muros en Europa no han caído...
No, en absoluto, están presentes, sólo que los muros de hoy en día no son visibles. Además de los muros legales, los inmigrantes que quieren ser uno más de la nueva sociedad, igual que un autóctono, y disfrutar de las mismas garantías que ofrece la sociedad a partir del principio de igualdad, son los que más estrés y depresión padecen porque se encuentran con los muros sociales. Existen las puertas invisibles de la sociedad española, que son las que resultan más difíciles de abrir. Como te llames Mamadou, tú no vas a ocupar este puesto, por muy preparado que estés. Y eso está estudiado. La gente que hace este intento de traspasar los muros sociales vive un nivel de estrés inmenso. Es una paradoja. Claro, todo el mundo dice: ¿Qué quieres que hagan los inmigrantes?
'Que se integren', es la respuesta común.
Sí, pero para que uno se integre, las puertas de tu casa se deben abrir de verdad. Y en España no se las hemos abierto. Por razones obvias, por miedo, para empezar. La única sociedad que puede hacer una apuesta decidida será una sociedad que no tenga miedo al otro, que no tenga miedo a los paquistaníes, a los rumanos, a los africanos, sino que hable de ciudadanos iguales, con acceso al trabajo y a los recursos.
Entonces algunos dirán que los recursos son limitados...
Entonces, si no les damos acceso a lo básico, como formación, vivienda y trabajo, no podemos decir que queremos que sean parte de nuestra sociedad. Por ejemplo, en España, relacionamos a la persona con sus orígenes, aunque creemos que no somos racistas. Entonces reconozcamos que en España fomentamos dos sociedades paralelas.
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