Con las encuestas pasa como con los relojes. Si tienes uno, sabes la hora exacta; pero si tienes dos, ya no estás seguro. El domingo pasado el diario El Mundo publicaba en su portada el resultado de una encuesta diciendo que, tras el anuncio del presidente Rodríguez Zapatero de no volver a ser candidato en las elecciones de 2012, el PSOE había reducido su distancia electoral con el PP a la mitad. De una ventaja de 16 puntos porcentuales a favor del PP se habría pasado a una de siete, simplemente como consecuencia del anuncio del presidente. Esto es, sin cambiar de políticas, ni de discurso, sin ni siquiera conocer a la persona que representará a los socialistas en las próximas elecciones generales.
Desde este punto de vista, la decisión del presidente sería un gran acierto para los intereses electorales de los socialistas; según el diario El Mundo, el PSOE se habría liberado de un lastre que pesaba nueve puntos. Un día más tarde, el lunes 11, la Cadena Ser hacía público un sondeo que, en lugar de reducirla, la decisión de Rodríguez Zapatero de comunicar que no sería candidato ampliaba la distancia entre el PP y el PSOE en 12 puntos. Visto desde este punto de vista, cabría pensar que la decisión del presidente habría sido un error. Las dos encuestas tienen una muestra de mil entrevistados, y por tanto igual margen de error, y las dos habían sido realizadas en las mismas fechas, salvo que a partir de la lectura de una se podía deducir que el presidente es un lastre para su partido, y de la otra que más bien sería un motor. Todo ello a partir de dos encuestas, realizadas por institutos de investigación demoscópica que actúan con rigor profesional. Dos encuestas con sus porcentajes, sus histogramas y sus decimales, que por cierto están por debajo del margen de error pero que hacen las delicias de algunos periodistas y políticos, porque con decimales todo parece más científico, más objetivo.
No se me ocurre casi nada que decir en defensa de los sociólogos, salvo que por lo menos no hacemos como muchos economistas, y no nos juntamos por centenares para darles consejos a los gobiernos sobre las políticas que han de seguir, a partir de nuestro conocimiento experto.
Ni solemos reivindicar para nuestra profesión espacios de poder que definimos como apolítico, como también hacen algunos profesionales del derecho, para finalmente engañarnos a nosotros mismos y engañar a la sociedad dándole el gato de nuestra ideología por la liebre de un saber experto y neutral.
Así que, leyendo ambas encuestas, lo único razonable es buscar elementos para la reflexión antes que indicaciones directas para la acción. Por ejemplo, en ambas encuestas se pregunta por la valoración de Zapatero y Rajoy, en un caso en una escala que va del 0 al 10 y en el otro en una que va del 1 al 10. En ambas la valoración de los dos líderes permanece muy estable, Rajoy tiene un 4,1 en los dos últimos sondeos de El Mundo, y Zapatero sube una décima, de 3,8 a 3,9 con su anuncio entre medias. En la encuesta de la Ser, ambos líderes suben una décima; desde la encuesta anterior al anuncio de Rodríguez Zapatero, este pasa de un 3,3 a un 3,4 y Rajoy de un 3,8 a un 3,9. Si, como sabemos, la valoración del líder está muy relacionada con la intención de voto, no parece que los cambios en la valoración que reflejan las encuestas apunten a estas alturas a grandes cambios electorales, pero esa misma estabilidad es susceptible de cambiar en unas semanas, si se hacen las cosas bien.
En las elecciones municipales de 1995, el Partido Socialista se hallaba en una situación en cierta medida más complicada que en la actualidad, todavía no se percibía claramente la salida de la crisis económica por la que acabábamos de pasar y los casos de corrupción estaban golpeando fuertemente la imagen del PSOE. También entonces había dirigentes que consideraban que sería bueno que el presidente del Gobierno anunciara que no sería candidato y así evitar sufrir por anticipado, en sus elecciones municipales o autonómicas, el castigo electoral que se preveía destinado a Felipe González en las elecciones generales. Otros dirigentes censuraban ese tipo de declaraciones, pero insistían en señalar el carácter autonómico o municipal de los comicios; de tal modo que al afirmar lo evidente implícitamente corroboraban que dicho castigo era merecido. En fin, que de dos maneras distintas, terminaban por decir lo mismo. El lema de campaña insistía 'porque se trata de tu pueblo o de tu comunidad'. Al final el PSOE sufrió una severa derrota, porque para un porcentaje importante se trataba también de la política nacional.
Después de muchas dudas, un año más tarde, en 1996, Felipe González se presentó a las generales, hizo una campaña épica, defendió su gestión, desenmascaró a la derecha, movilizó al partido y se quedó a las puertas de ganar las elecciones. El mismo Felipe González que un año antes era visto por tantos como un lastre electoral para el PSOE.
Mi conclusión no es que repitamos lo que ocurrió entonces, sino que aprendamos de aquella experiencia. Es decir, que aunque las generales de 2012 son después de las municipales y autonómicas de 2011, al PSOE le convendría ganarlas antes. A veces conviene hacerle igual de poco caso a los relojes que a las encuestas.
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